Tánatos o la pulsión de muerte fue descrita cabalmente en 1920 por Sigmund Freud en su ensayo Más allá del principio del placer, donde hace evidente que más allá de la pulsión de vida o Eros, todo nuestro mecanismo psíquico está comandado por esa pulsión a la desaparición, a la destrucción de sí, pulsión que se termina manifestando y eliminando de nuestro organismo de alguna u otra forma, pulsión que gana al final toda esta larga batalla que es la vida, un final que no nos da tregua. La desaparición es inminente y la prueba final es la muerte misma, que manifiesta la silenciosa superioridad de Tánatos por sobre Eros en nuestro organismo, en nuestra vida, en nuestra psiquis.
La literatura ha retratado esta pulsión de forma gloriosa y desde distintos puntos de vista. La muerte y la desaparición es uno de los tópicos más retratados, junto con el amor, en la escritura de ficción. Cumbres borrascosas de Emily Brönte, American Psycho de Breat Easton Ellis, El año del pensamiento mágico de Joan Didion, Las almas muertas de Gogol, Pedro Páramo de Juan Rulfo, El hombre sin atributos de Robert Musil, Distancia de rescate de Samanta Schweblin, El libro del desasosiego de Fernando Pessoa, Chicas muertas de Selva Almada, Cuando hablábamos con los muertos de Mariana Enríquez, entre muchísimos otros.
El escritor coreano Kim Young-Ha (1968) también nos sumerge en este tópico en su novela Tengo derecho a destruirme (Editorial Bajo la luna, Buenos Aires, 2011), y nos invita a refl exionar, de forma silenciosa y con pocas palabras, como rozando el tema, en ese placer que hay detrás de la muerte y el daño; en el placer del dolor, de la desaparición, y cómo es que Eros y Tánatos se funden en una imagen casi indivisible, siempre presente, en constante lucha en nuestra vida. En definitiva, en cómo es que uno da paso al otro en una danza infinita.
Carreteras de alta velocidad son abordadas sin miedo, autos bala, sexo frenético, una madre muerta y su hijo que tiene sexo a la misma hora de su entierro, una pareja sumergida en un coche en una nevada de la que no saben si saldrán y un personaje que trabaja ayudando a los hombres a morir, nos llevan a pensar nuevamente en ese tópico de la muerte, y cómo está conectada con el placer de quienes se le aproximan.
La frontera entre amor y dolor, el roce entre la muerte y la vida, ese microsegundo que está entre ellas.
¿Somos o no somos clientes potenciales del personaje de esta novela? ¿Qué tan comandados estamos por Eros, por Tánatos? En la marcha del #8M, un acontecimiento histórico en Chile, con asistencia similar a la que hubo en el retorno a la democracia, nos juntamos más de doscientas mil mujeres a caminar en Santiago desde Plaza Italia hasta Metro Los Héroes, a gritar por nuestros derechos, a elevar consignas y pancartas como “marchamos porque estamos vivas, pero no sabemos hasta cuándo”; “el feminismo nunca ha matado a nadie, el machismo mata a alguien todos los días”; “no + femicidio”; “vivas nos queremos”; “disculpe las molestias, nos están matando”; “no fue sexo”; entre otras.
Me quedó claro que, si bien tanto los hombres como las mujeres estamos comandados por ambas pulsiones, la diferencia está en que la pulsión de muerte y destrucción los hombres la han ejercido cultural e históricamente, mayormente en contra de las mujeres. Somos nosotras el foco y destino de esa pulsión, su objetivo. Esa pulsión se siente en cada esquina y ha construido nuestra civilización; en cambio, las mujeres que con consignas y pancartas reconocían esa agresión y miedo histórico a los hombres, un miedo a volver solas a casa, a ser agredidas, violadas, estamos más regidas por una pulsión de vida o Eros, a acompañarnos en esta lucha, a vivir en sororidad, de cuidarnos, y con esto no digo que las mujeres no portamos esa pulsión, obvio, es parte de la naturaleza humana, todos moriremos algún día, Tánatos igual va a vencer, pero cuando se manifiesta, no la focalizamos en los hombres, en ellos, en sus cuerpos. No los asesinamos a diario.
