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. Hay una marca de sweaters que se llama This Is Feliz Navidad. Veo siempre los anuncios en Facebook. Vienen con diseños de Los Cazafantasmas, E.T., Volver al Futuro, etcétera. Ustedes conocen el canon. Me dijeron que son carísimos.

Es difícil determinar cuánto pesa un sweater, pero en las novelas de Ernest Cline (Ohio, 1972) los de This Is Feliz Navidad valdrían su peso en oro. Los personajes viven adornándose con motivos del universo de consumos geek y señalándoselos el uno al otro, para que en todo momento quede claro que comparten el código. Llega un punto en que se vuelve bastante molesto. En Armada, segundo opus de Cline, la saturación de referencias es tal que, si las quitáramos, la cantidad de páginas podría bajar con tranquilidad de cuatrocientas y pico a cincuenta: un cuento simpático sobre las guerras a distancia en un futuro cercano.

¿Hay alguna función para las citas más allá del name-dropping? Supongamos que sí, en Armada hay conspiraciones e intenciones ulteriores escondidas en los tanques de la cultura popular de los años ochenta. Pero, de nuevo, podría entrar todo en un cuento de cincuenta páginas. El resto pareciera estar en la faja que envuelve al libro y reza “Me pareció que estaba escrito para mí”. Son palabras de Patrick Rothfuss, un autor de fantasy de cuarenta y tres años. Dado el sesgo adolescente de la novela, se puede asumir que está hecha para él, del mismo modo que un sweater de noventa dólares con un Delorean está hecho para él. Las novelas de Cline —así como la miniserie Stranger Things o el tsunami de remakes por venir, que trae nuevas Cazafantasmas, Juegos de guerra y Commando, entre muchísimas otras—, ¿tienen el mero fin de explotar la nostalgia de la Generación X?

2. Tanto en Armada como en Ready Player One —bestseller que está siendo adaptado al cine por Spielberg, a modo de autohomenaje—, los protagonistas están obsesionados con el cine, la televisión, los videojuegos y —la peor— música de la década del ochenta: la Edad Dorada de las franquicias geek. En ambos casos, se trata de aproximaciones mediadas, de fijaciones con el abanico de gustos de sus figuras paternas. De este modo, Cline resuelve la necesidad de explotar el arcón de su infancia y de emplear a su vez héroes adolescentes en locaciones futuristas, que contribuyen al universal tema “muchacho paria destinado a grandes cosas.

1Entonces, “me pareció que estaba escrito para mí”, ¿joven con daddy issues, adulto con peterpanismo? Ambos buscan fundirse en una chirle masa identitaria. La experiencia nostálgica se desdibuja en el presente ampliado que nos ofrece Internet, donde el pasado se homogeiniza para luego ser curado. Nos quedamos entonces con un catálogo de remeras para nuestro avatar vectorizado, de colores lisos, amigo de la ludificación empresarial, groupie de los gadgets,entrepreneur. Un producto cultural adquiere valor agregado si ofrece figuras de acción para decorar el espacio de trabajo de ese avatar. Ahí hay un posible criterio de selección. La exposición al producto es medible en tiempo de streaming y porcentajes de lectura pero su aprehensión es incomprobable. También lo es la apelación a la memoria emotiva, aún en condiciones etarias ideales. ¿Se puede diferenciar el recuerdo de la batería visual de recortes y recreaciones? ¿Hay deseo de diferenciarlos? ¿Cuántos de los fans con alopecia de Stranger Things pasaron realmente su infancia jugando Calabozos y Dragones en un sótano?

3. Armada cuenta la historia de un estudiante de secundaria que reparte su tiempo entre los videojuegos en red y repasar la colección de discos y películas de su padre muerto, de quien además conserva un diario. Allí descubre que la industria del entretenimiento forma parte de una conspiración global desde los años setenta. Acto seguido, gracias a su habilidad como gamer, es reclutado por una agencia secreta para defender a la Tierra de un incipiente ataque alienígena. Cline recurre a los tres elementos que pueden explicar el éxito de Ready Player One: la retromanía, la novelización del videojuego —haciendo de manera torpe lo que bien había logrado Bryan Lee O’Malley en la serie de Scott Pilgrim— y la fantasía de la capitalización del ocio. El primer disco de la banda platense 107 Faunos, del año 2008, tiene una canción llamada “John Henry”. En ella, la voz cantante se queja de las vicisitudes del mercado laboral y luego resume su experticia en saber que “saltás con el A y disparás con el B”. Los mundos de Cline resultan atractivos para ese mismo sujeto: son ensoñaciones en las que saber saltar con el A y disparar con el B pueden convertirte en héroe o millonario.
 

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