1. Todos queremos escribir sobre porno pero nadie se anima. Daniel Mundo, docente-investigador de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, publicó una serie de ensayos sobre esta cuestión incómoda e hipnótica, tanto para la investigación académica como para cualquier ciudadano, que se debate entre la fascinación y la autocensura ante la proliferación de contenidos XXX. Variaciones sobre el porno seduce, entonces, desde su propuesta, su estructura de capítulos breves y su cuidada edición. Se trata de un libro de lectura ágil.
Este género ofrece la inefable tarea de pensar la sexualidad (es decir, la intimidad) a través de una obsesión social. Si todo ensayo es una conversación, Mundo dialoga con autores contemporáneos como McLuhan (“el medio es el mensaje”), Baudrillard (“el porno es hiperreal, más real que el sexo”), Haraway (“el cyborg es el ser de esta nueva era y el porno, su sexualidad”), Ballard (“la pornografía exhibe cómo nos usamos y explotamos de las maneras más desesperadas posibles”), Belting (“nuestro cuerpo es un medio o interfaz más, junto a otras pantallas y medios”) y la tríada mainstream del posporno: Despentes, Preciado y Llopis.
2. Cargamos con un siglo de experiencia audiovisual de porno. Mundo sostiene que “la pornografía siempre fue una frontera móvil y conflictiva entre lo público y lo privado, entre la ley y su transgresión”. Hasta mediados del siglo XX, el porno era un espectáculo social practicado entre varones en prostíbulos o “salones de fumadores”, más allá de la circulación de novelas con altos niveles de erotismo, como El amante de Lady Chatterley (1928) o Lolita (1955), acusadas de pornográficas. Con la masificación del cine y del VHS todavía se compartía el visionado de algunas películas entre varones, pero ya en el siglo XXI pasó a ser patrimonio de la humanidad, es decir, de cada usuario de Internet. Si la sociedad funciona a partir de lógicas de vinculación mediatizadas, en las que construimos nuestras subjetividades mediante conexiones tecnológicas, la subjetividad es “producto de los dispositivos que caracterizan a su época”. En un tiempo signado por los “medios de vinculación de masas” como principales dispositivos de socialización, el porno representa esta lógica vincular del capitalismo hedonista. La “pornificación” comunicativa puede también leerse en el crecimiento de aplicaciones como Tinder y en las más “familiares” Facebook e Instagram, donde lo que predomina es la sucesión de imágenes sobre corporalidades que pretenden seducir. Incluso en la fraternal Whatsapp, lo que se repite en incontables grupos de varones es el intercambio de videos XXX. Cada formato y cada medio converge en la estética transversal del porno. ¿El porno nos iguala? ¿Cuál es el lugar de las mujeres y de las tensiones de los feminismos en esta transversalidad? Si la intimidad de los millenials es cada vez más performance y “espectáculo”, ¿qué significa este bastardeado género para las nuevas generaciones?
3. El porno sintetiza las tensiones sexuales que nuestra sociedad impulsa para construir sus imaginarios. En la sociedad hipersexualizada en la que vivimos, la difusión del porno es ilimitada y su accesibilidad, inmediata. Mundo advierte que lo que se repite de modo cotidiano es la satisfacción frustrante de un goce individualista.
Este libro puede resultar de interés para cientistas sociales, estudiantes de disciplinas afines y cualquier lector que desee reflexionar sobre la íntima y al mismo tiempo universal práctica del onanismo. Entre sus puntos ciegos, se puede mencionar cierta proliferación de autores e ideas un tanto enciclopédicas y sin jerarquías, así como una indeterminación frente a la cuestión de género. Si todo texto implica tomar decisiones, Mundo se debate de modo ambivalente entre repetir el políticamente correcto recetario feminista, o criticarlo y quedar como un misógino patriarcal más. En su momento más incierto, desliza veladas críticas a la avanzada del posporno sin acertar ninguna: ni son prohibicionistas, ni pretenden refundar el porno bajo una matriz lésbica, ni existe un solo feminismo, ni resultan inteligibles sus críticas a Paul Preciado. En su mejor momento (y tal vez el más contradictorio), se apropia de una crítica posfeminista a la masculinidad contemporánea: “Despentes reclama que el discurso masculino vuelva a asumir una posición activa y sea capaz de defender su masculinidad. (…) Su silencio proviene de muchos factores: tal vez una sensación de desorientación y de culpa, lo que llevó a que el nuevo modelo de hombre implique la realización de nuevas tareas y una estructura de sentimientos que antes no le competían”. Como en otros pasajes, un sólido momento se cierra con un desconcertante coitus interruptus: “los hombres como especie y como género merecen desaparecer como desaparecieron innumerables opciones de vida”. Sin embargo, y pese a sus imperfecciones y claroscuros, Variaciones sobre el porno resulta una herramienta atractiva y novedosa para complejizar el debate sobre esta ambivalente práctica y consumo, tan fascinante como aún clandestino para la mayoría de los internautas.
