las pibas del salón
Reunir lo que queda de la familia; entretener a infantes ultraestimulados; servir la mesa a consumidores deseosos de exhibir su ascenso social; garantizar la rentabilidad de improbables emprendedores sin margen. El laburo de las animadoras de cumpleaños, una de las mejores estampas de la precariedad laboral contemporánea.
Los salones de fiestas infantiles crecieron al ritmo de la exponencial tercerización de los eventos familiares. Durante la década ganada se extendieron como plaga por el centro de las ciudades y se desparramaron hacia los barrios periféricos. Estacionamientos, galpones, canchas de fútbol que no prosperaron, o la planta baja de un domicilio particular, pueden ser los escenarios de este negocio redituable para cierta estirpe de emprendedores, los mismos que en la década perdida quizás apostaron por la canchita de paddle, el videoclub o los parripollos.
Cuando surgieron, los salones para eventos eran únicamente contratados por familias acomodadas, pero en la actualidad se han vuelto accesibles para la clase media baja. El precio de una fiesta puede oscilar entre mil y tres mil pesos o más, dependiendo de la zona en la que se encuentre o de las promociones que ofrezca. Delegar la organización de una ceremonia familiar implica desligarse del trabajo y del estrés de la planificación, de la limpieza de la casa o del entretenimiento de los chicos y adultos, pero también es una oportunidad para alquilar por un rato un estilo de vida superior al que se tiene.
acá estamos: entreténgannos
Pool, ping pong, zona blanda para los bebés, canchitas de fútbol, peloteros, escaladores inflables al aire libre, playstation, peluquería y maquillaje “artístico” para chicos, mini-discos (que incluyen barras de licuados y jugos) para jugar a ser adolescentes, disfraces y fiestas temáticas inspiradas en los agentes mediáticos del entretenimiento infantil (Violetta, Piñón Fijo o Panam entre los locales, a quienes se contrata en los cumpleaños de elite por un alto caché), Angry Birds, Monsters Inc., Power Rangers, y los clásicos Micky Mouse, Winnie Pooh, el Hombre Araña, Batman, princesas, hadas, ninjas, payasos. En la actualidad, también se celebran los cumpleaños organizando spa para niñas.
En la cada vez más sofisticada creatividad para la animación de estos eventos no pueden quedar afuera los adultos. En la mayoría de los salones hay un sector aparte para que coman, pero también participen de los juegos de animación (karaokes, juego del aro) y de las diferentes posibilidades que ofrece la diversión-ambiente. Como en el ritual ya casi extinguido de la familia reunida alrededor del televisor, las fiestas infantiles sirven también para sellar las unidades básicas del orden social: familiarismo y entretenimiento. Hay que entretener a los niños-chicos, pero también a los niños-adultos. Las fuerzas motrices del mercado de lo infantil son los deseos de las pequeñas criaturas, pero también la nostalgia de papá y mamá. En las celebraciones del primer año, en los bautismos y comuniones, o en los cumpleaños de menores de 9 o 10 años, puede verse a grandulones mezclados entre los más chicos disputando el joystick de la play. Vive en estado de play es el slogan de una publicidad gráfica de la consola de Sony, mostrando a un cuerpo adulto y trajeado con una pequeña cabeza de bebé en éxtasis mirando absorto una pantalla.
precarizadas teens
Accesibles para el alquiler y redituables para los emprendedores, la variable de ajuste son las pibas que gestionan el salón. Fuerza de trabajo joven y femenina encargada de plasmar cotidianamente ese lema de seguridad más comodidad, entretenimiento y cuidado, que ofrecen los establecimientos de eventos y fiestas. El pago puede oscilar entre los 60 y los 130 pesos, depende del salón, por una fiesta de 3 o 4 horas. La mayoría trabaja en condiciones informales. Y se les exige que sean un poco maestras jardineras, un poco niñeras, un poco amas de casa tradicionales o empleadas domésticas, y otro poco animadoras infantiles.
“Las categorías laborales que nos caben son las de mozas y animadoras, pero la mayoría de las veces todas hacemos todo”, sostienen a coro siete chicas de dos salones infantiles diferentes de Solano. Nos encontramos un viernes a la mañana y están en la previa de la gira laboral del fin de semana. Soportan el triple comando de dueños prepotentes, clientes histéricos y niños hiper-estimulados. Tienen entre 16 y 25 años. “La mayoría somos solteras y menores de edad”, dice Micaela en referencia al staff de su salón. Pueden llegar a bancarse tres fiestas por día, en una jornada laboral de casi 12 horas. Ese puede ser un día de suerte; y un día terrible, a la vez.
Acaban de asomarse al mercado laboral y ya conocen su lado precario. En la división sexual del trabajo, las mujeres ocupan más del setenta por ciento de los empleos en los sectores de servicio y comercio, los de mayor informalidad. El circuito de las pibas en la realidad precaria incluye una alta rotación laboral, que las llevará más tarde a ser meseras, empleadas de una casa de venta de ropa, de un McDonald´s, de un call center, cajeras de supermercado o promotoras. Forman parte de la legión derrotada durante la década ganada pos-convertibilidad.
Se las requiere porque portan un saber, unas dotes necesarias, no cualquiera puede realizar estos trabajos. Se laboralizan sus “cualidades” femeninas: atención a los detalles, paciencia, sonrisa fácil, buena onda, estética personal cuidada, sensibilidad “maternal”. Si en los tiempos de preponderancia de la ética calvinista se buscaba forjar el carácter y la personalidad a través del trabajo, en la actualidad los empleos demandan personas curtidas en instancias “extra-laborales”. “Nos piden que estemos siempre disponibles, que le prestemos atención a la gente y a los chicos, que seamos amables y simpáticas, que le pongamos onda”, describe Carolina en una enumeración que se interrumpe por falta de aire. “Tenemos que ser simpáticas y ponerle garra a la hora de hacer los juegos y de bailar para que la gente se divierta” agrega Julieta, “siempre manteniendo una sonrisa amable, incluso bancándote las respuestas que te da la gente o las caras de culo que te ponen, o a algún pajero”.
sonreí y soportá
“Estamos en los cumpleaños y ceremonias familiares de los demás, pero no en los nuestros”, se queja Florencia y rememora todos los cumpleaños que se perdió este año. En el lugar de los festejos, se pierden los suyos; y en el lugar de los juegos, tienen que trabajar. Su tarea consiste en gestionar la diversión-ambiente (infantil y adulta), mantener el orden y la limpieza, recibir y despedir a los invitados, servir las mesas de adultos, garantizar el cuidado de los chicos. Y algo parecen saber acerca de este combo que supone la extraña tarea contemporánea de entretener y gobernar las conductas de los niños aburridos.
Ocupando una trinchera invisible en la guerra por la atención de los infantes, se las ingenian con criaturas que en su exceso de energía y rapidez mental hacen de la forma-niñez que conocimos algo perimido. La atención (y la diversión) no está nunca asegurada; hay que ganársela. Esfuerzo doble el de entretener a un pibe sobre-entretenido que se aburre. Pero, por eso mismo, las animadoras tienen un ángulo privilegiado para percibir la mutación en la relación padres-hijos y de la infancia en general. Saben lidiar con los nenes nuevos. “A veces los pibes te hacen un piquete. Se ponen enfrente del inflable y empiezan a gritar que lo prendan. O van los cincuenta pibitos a la cocina y empiezan a gritar ahí”, dice Julieta en lo que parece la descripción de alguna escena de También los enanos empezaron pequeños de Herzog. Y agrega: “los padres no les dicen nada, se desligan totalmente de los hijos. Total, estamos nosotras para cuidárselos”. Tercerización de la seguridad familiar. “A los dos años los dejan solos. A nosotras nos pasó que un chico quedó atrapado en el pelotero y empezó a llorar. Ahí llegó la madre, me empujó a mí y me dijo que era una inútil”, se indigna Micaela.
Animar y cuidar implica enfrentar dos grandes malestares de nuestra época: el aburrimiento y los peligros de la sociedad del riesgo. Tiene éxito aquel que consigue poner en juego una capacidad extraordinaria para soportar umbrales muy altos de caos, ruido, quilombo. Hay quienes le llaman a eso “tener paciencia”. Una cualidad que la sociedad toda ya perdió y necesita depositar en alguien. “Una madre me dejó plata (propina) porque se dio cuenta lo insoportable que era el grupo. Terminé agotada”. Cuerpos dóciles para soportar la indocilidad infantil. Pero también para aguantar las condiciones de trabajo precario. Las pibas son conocedoras precoces del burn out.
linaje ortiva
Espero que la vida me lleve a donde sea, lo único: no voy a trabajar para ningún viejo de mierda, canta Pity. Pero los viejos de mierda abundan en las pymes del conurbano. Y los dueños de los salones no son la excepción. No se parecen tanto a Don Carlos, el patrón bueno y comprensivo que blanqueaba a su personal en la publicidad de la AFIP. Las pibas no se imaginan esa situación, “sería un sueño que nos pongan en blanco, pero no…”, coinciden.
Aquí no hay una autoridad impersonal, ni un sistema de reglas abstractas, como en los call centers o en las multinacionales. Aquí ves los ojos del dueño, sus humores cambiantes, los ecos de su pelea con la mujer o los hijos, los resentimientos de su vejez. Todo está ahí. “Las quejas están siempre, puede ser por alguna compañera que no esté trabajando bien o porque los dueños vienen de mal humor y te tratan mal. Lo que pasa es que es una persona mayor que tiene sus problemas y que quizás no sabe separar lo laboral de lo personal”, dice Micaela. Frente a esa inestabilidad, las pibas desarrollan una gimnasia perceptiva para leer las pequeñas mutaciones en el estado de ánimo del jefe; aprovechar cuando está contento por motivos económicos, tratar de fugar cuando viene caliente por motivos familiares. “Yo me doy cuenta si mi jefa está enojada por la cara –dice Florencia–, y ahí te pones a hacer las cosas más rápido”.
Los dueños, caricaturas del capitalismo emprendedor a escala barrial, no han recibido entrenamiento en cursos de managment ni cursado licenciaturas en recursos humanos, pero están curtidos en los códigos de la informalidad conurbana. Vigilancia laboral y castigo son tareas por lo general encarnadas en un cuerpo panzón, calvo y ortiva.
Las fugas en el trabajo se tramitan a través de chistes y risas. A diferencia de la sonrisa institucional que hay que mostrarle al cliente, estas son carcajadas liberadoras. Hay también infinidad de charlas al paso, fragmentadas, intermitentes. “Charlamos con las compañeras cuando la gente se va o cuando está todo tranquilo. Cuando nos ponemos a limpiar tiramos chistes, ponemos un poco de música, nos ponemos a bailar. Rápido, porque enseguida viene otra fiesta. O también en los momentos de los shows te ponés a charlar con tus compañeras en la cocina, en la barra”. Este boludeo también es castigado: “estamos todas en la puerta hablando, esperando a que llegue la gente, o boludeando con el celular, o cuando estamos todas en la cocina y viene alguien a pedirte una cerveza… eso los saca”, dice Ingrid. “También nos prohibieron el celular, porque dicen que la gente se queja, no lo podemos usar”.
El fraccionamiento de los días y las jornadas de laburo, de los pagos, de los compañeros de trabajo y las tareas, disuelve cualquier posibilidad de plantarse para ir un poquito más allá. “Hace un año y medio que trabajo y se realizó una sola reunión en la que estuvimos todas las chicas con los dueños, planteándoles diferentes situaciones que nos parecían injustas”. Quedan las puteadas o la opción zen, el necesario repliegue en una interioridad que canta no te escucho, lara lara e imagina que se tapa los oídos. “Ella -dice Ingrid en referencia a Carolina- se agarra a los gritos con el jefe, o se insultan; yo me hago la boluda, le digo todo que sí, ni me prendo a discutir o a hacerme mala sangre”.
el exorcismo de las mulas
Después de un agitado día de fiestas, la cabeza estalla y el cuerpo parece adormecido. El cansancio luego se siente en la semana escolar que se hace de goma y se transita desde el mal humor. La fatiga es la marca que deja esta extendidísima relación salarial. Fatiga el mulear de acá para allá, atendiendo mesas, obedeciendo al dueño, limpiando y ordenando; pero también “sonreír todo el día te estresa”, se queja Inés. Provoca agotamiento mental estar siempre atentos a los peligros del ambiente, entre la ambigüedad de la paranoia y la dejadez de los padres. Las trincheras de la guerra por la atención absorben todas las energías, como pasa en las aulas. Y los gritos y la música y el ruido ambiente, “vos ya vas preparada con la Bayaspirina o el Ibuprofeno porque sabés que la cabeza te a va a explotar, o el dolor de espalda de cuando limpiás, el dolor de piernas de ir y venir, a veces la afonía”, describe Micaela.
Dinero muleado es dinero gastado. La guita arde, hay que sacársela de encima. El pago escaso por semejante muleo se transforma en pequeñas pero intensas alegrías. Hay que quemar el dinero recibido, gastárselo en una misma, en el propio cuerpo, en la posibilidad de estar deseable, en salirse fuera de sí por algunas horas. Hay que retribuirle al cuerpo tantas horas de quemazón. Todas las pibas coinciden en que el dinero se va en “ropa, abono o tarjeta del celu, y joda”. Los tres signos fundamentales para la sociabilidad juvenil: la imagen que emana de la vestimenta, la comunicación por celular, la posibilidad de recrearse y conocer a otros en un boliche. No se trata simplemente de mercancías con corto alcance, sino de dosis vitales para sobrevivir hoy.
La disposición a gastar en lugar de ahorrar es estructural y no depende de meras decisiciones personales. “Yo intento separar una parte para ahorrar, pero es muy difícil. Ves una remerita y ya te sale cien pesos, se te fue lo que ganaste en un día”, se ríe Florencia. Si la guita la ganan por su condición etaria, no se les puede pedir inversiones ni cálculos de “adultos responsables”. “Es como que la plata quema en la mano. Surge algo y te la tenes que gastar”, gráfica Julieta y hace malabares con una imaginaria papa que hierve entre sus manos.
El dinero quema porque es poco, es jornal, tiene la marca de la juventud. Salen agotadas del trabajo, pasan por las calles céntricas de la ciudad y compulsivamente tiran esa guita que lleva el sello de la paciencia y el cinismo. En estas condiciones, lo irracional sería pretender algo más que satisfacciones inmediatas. El derroche es la mejor venganza subjetiva de los cuerpos muleados.
