La vigencia de una cyborg

I. La vigencia de Donna Haraway (Estados Unidos, 1944) como “historiadora de la conciencia” parece revalorizarse, aun cuando no sea desacertado recordar que desde la publicación original de este Manifiesto para cyborgs, en los años ochenta del siglo pasado, el concepto de “historia” fue declarado políticamente nulo —porque con el derrumbe de la Unión Soviética había llegado “el fin de la historia”— y después pragmáticamente reactivado —ya que el nacimiento del terrorismo global islamista en 2001 afirmaba que no todo estaba dicho en Occidente. Este movimiento completó un devenir en el cual al mismo tiempo los estudios culturales y de género asumían la vara monopolizada antes por el materialismo histórico. Con todo esto en cuenta, las disciplinas en las que Haraway se especializó a lo largo de su vida académica también parecen ser, como nunca antes, las más urgentes para entender el lugar de la Humanidad en los primeros bordes del siglo XXI: biología, filosofía y zoología, complementados por la sociología y, por último pero no al final, la literatura.

II. Si el cyborg del que habla Haraway es aquel cuyo asidero psicopolítico solo puede surgir mientras se traspasan las barreras del género, del capital, del patriarcado y del determinismo histórico, entonces este cyborg está más cerca de las coordenadas que definen la realidad de nuestro presente que de cualquiera de las que pudieron imaginarse hace tres décadas. En este escenario, el feminismo que le interesa a Haraway (el “feminismo socialista”, como lo llama) no debería confundirse con lo que los manuales de doctrina producidos por el periodismo especializado o la teoría literaria han intentado endilgarle al movimiento feminista más contemporáneo. Como si hubiera estado advertida de esto desde hace mucho, Haraway escribe: “No existe nada en el hecho de ser mujer que una de manera natural a las mujeres”, afirmación con la cual define que “la conciencia de género, raza o clase es un logro forzado en nosotras por la terrible experiencia histórica de las realidades sociales contradictorias del patriarcado, del colonialismo y del capitalismo”. Que el colonialismo resulte hoy un asunto demasiado vetusto o que el estatus ideológico del capitalismo todavía pueda sintetizarse en la famosa frase de Fredric Jameson (“es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”) debería servir para encuadrar el Manifiesto para cyborgs en su eje más contemporáneo: las implicancias políticas de la traducción del mundo a un problema de segmentos de afinidad y de mercados de la codificación. De ninguna manera estas nuevas “jerarquías cientificotécnicas” están interesadas en “soldarse en políticas progresistas” cuando se trata de riqueza y distribución. Basta recordar la indagatoria de Mark Zuckerberg ante el Senado de los Estados Unidos.

Analizadas a la distancia, las hipótesis optimistas de Haraway sobre la ciencia, la tecnología y el feminismo socialista son un intento para contrarrestar el panorama de las más pesimistas. Si por un instante recordamos que en los años ochenta era más fácil imaginar la llegada de los cyborgs que la aparición de Internet —esas “aterradoras nuevas redes”, como las describe el libro—, entonces es aún más sorprendente que Haraway haya anticipado un cambio general del paradigma cultural occidental en el que “naturaleza y cultura” se convertirían en “campos de diferencia”, “Freud” en “Lacan”, “el sexo y el trabajo” en “ingeniería genética y robótica”, y el “patriarcado capitalista blanco” en “informática de la dominación”. Entre las novelas de Michel Houellebecq y el éxito del filósofo Byung-Chul Han, no sería inútil completar el panorama con menciones a los modelos de paternidad y maternidad vanguardistas de Alejandro “Marley” Wiebe y de Luciana Salazar.

III. Es una pena que el corsé de la bibliografía anglosajona y de los papers con los que trabaja Haraway omita nombres ya por entonces necesarios como Gilbert Simondon (1924-1989), el filósofo francés de la técnica cuya relevancia hoy crece a medida que el discurso sobre las infinitas ventajas de la web decanta en la decepción o el silencio infinitos. En contraparte, el mapa de autores de Haraway nos habla en simultáneo de sus entusiasmos por una política de la inclusión, y también de grandes utopías digitales que han perdido impulso ya sea porque ya se han realizado o porque quedaron aplastadas en el olvido. En el balance, la editorial Letra Sudaca acierta en lo más importante: leer hoy a Donna Haraway significa poder mirar el mundo actual ante un espejo que nos recuerda lo que nuestra realidad política, tecnológica y cultural todavía podría llegar a ser.