la península del fontana, una región bonsái

Una excursión hacia la naturaleza salvaje de la Patagonia que no conoce el zarpazo del hombre.
L os lagos Fontana y La Plata se sitúan en la cordillera de los Andes, en el suroeste de Chubut, a más de 900 metros de altura. La mayor parte del año predomina un clima frío. Encajonados entre altas montañas ambos forman una especie de túnel transversal por el que el viento se entuba para luego expandirse en dirección a las mesetas esteparias. En el extremo este del lago Fontana nace del río Senguer. Apartado de los circuitos turísticos tradicionales siempre fue destino de pescadores o de cazadores (en cotos de caza). También se les dio uso industrial, como minería a baja escala e industria maderera. De los aserraderos hoy perduran maquinarias en desuso y ruinas de sus edificaciones. Décadas atrás grandes lanchones surcaban sus aguas transportando rollizos. En la actualidad se sumaron emprendimientos turísticos y lujosas residencias de fin de semana. Hace algunos años se creó el parque natural Shonem, destinado a la conservación y recría de huemules, el ciervo patagónico en peligro de extinción. Siempre se conservó como una zona agreste y apartada, a la que se debe ir especialmente.
En 2016 el acceso a la península del lago Fontana, junto a la que nace el río Senguer, estaba vedado por tranqueras aseguradas con candado. Tras asistir a la Feria del Libro de Alto Río Senguer, viajamos guiados por Miguel. Estaba a cargo de un lote y se había ocupado de trazar y abrir una huella hasta la punta de la península. Circulábamos en una camioneta esquivando los obstáculos que se presentaban: rocas, cerros, pedregales, lagunas, arroyos, bosques, suelo pantanoso y la costa. En un tramo la península se angosta de tal modo que se observa costa a ambos lados. Sobre la cima de un cerro boscoso divisamos siete ciervos hembra. Pronto se perdieron adentrándose en el follaje. A un lado de una bahía la huella se abría en dos. Descendimos hacia la costa, atravesando un bosquecillo que parecía una sólida pared de varios metros de ancho. En la arena, junto al agua, estaban dibujadas las huellas recientes de una jabalí y sus crías. Su presencia implicaba peligro. En la costa opuesta se veían edificios de Gendarmería.
Regresamos a las alturas y continuamos a pie en dirección al extremo de la península. El paisaje de estepa se entremezclaba con retazos de bosque. Los árboles de mayor altura se doblaban hacia el este debido a la fuerza del viento. Hacia el oeste el lago se desplegaba con sus aguas encrespadas. Contorneamos la costa pedregosa, en la que descansaban rollizos de grandes árboles cortados en los extintos aserraderos. Detrás de un bosquecillo costero encontramos los restos de tres grandes barcazas. Sus estructuras de madera, sumamente deterioradas, estaban siendo engullidas por arbustos. De una solo se podía adivinar su largo. Tiempo después supe que habían pertenecido a un aserradero y que las habían varado de forma provisoria. Nunca volvieron a navegar. Ahora eran olvido que el tiempo iba devorando. Para retornar a los vehículos debimos atravesar la costa de una laguna contorneada de ñires. El suelo estaba formado por una tundra profunda que ante cada paso se hundía como si camináramos sobre un colchón. Desandando la huella con el vehículo, en un recodo de bosque nos encontramos de frente con un ciervo macho con una enorme cornamenta y siete u ocho hembras. Nuestras expresiones de admiración y sorpresa fueron unánimes. Pronto se adentraron en el bosque sin darnos tiempo a tomarles fotos. Los conocía de verlos en zoológicos, pero observarlos en estado salvaje, era una experiencia conmovedora.
La península, de ocho kilómetros de extensión, era como un bonsái. Una región en miniatura donde todo estaba concentrado. En tan poco espacio se contaban cuatro grandes lagunas que parecían pequeños lagos y otras 18 de menor tamaño. A sus bahías, caletas y penínsulas las contorneaban juncales, tundra o bosques. En su geografía se elevaban cuatro montañas que parecían pequeñas cordilleras, con sus laderas tapizadas de bosques. La historia también se hacía presente en los restos de las barcazas y los rollizos, recuerdos de lo que fue una industria próspera.
La península resumía casi todo lo que se puede encontrar en los lagos Fontana y La Plata: naturaleza agreste, fauna salvaje, pesca, aventura. Es un lugar donde la presencia humana resulta casi nula. Reconforta saber que aún perduraban sitios donde la naturaleza en estado salvaje lo es todo.
