la grieta evangélica

El debate sobre la legalización del aborto puso en alerta máxima a las instituciones religiosas. Los evangélicos estuvieron a la vanguardia de la reacción contra el derecho de las mujeres. Movilizaron como nunca e hicieron un agresivo lobby en senadores para evitar su aprobación. Pero el universo protestante no es homogéneo. Existe una grieta entre sectores conservadores con muchísimos recursos y progresistas sin micrófonos que buscan asociarse a las luchas de género.

Cada vez que un grupo se opone exitosamente a la ampliación de derechos sexuales y reproductivos, surgen en el discurso político progresista “los evangelistas” como variable explicativa de la derrota propia. Mediante expresiones despectivas y una simplificación del heterogéneo mundo protestante en Argentina, se los considera socios imprescindibles de la jerarquía y otros sectores católicos en la reacción política a los avances de los movimientos feministas y de la diversidad sexual en los últimos quince años.

En redes sociales, medios periodísticos y círculos de militancia se suele tildar a los creyentes evangélicos como alienados religiosos y políticos, cautivos del liderazgo de algún pastor, o una suerte de dopados culturales por sus radios y programas televisivos. Se los relaciona con el esquilme de dinero a gente pobre y bienintencionada, tomando alguna experiencia eclesial muy particular como representativa de un campo de alrededor de cuatro millones de fieles y miles de instituciones. En las grandes metrópolis y ciudades intermedias, se calcula que el 10,3% de la población es evangélica, frente al 5,6% en las ciudades pequeñas. A estas personas se les reprocha su participación en movilizaciones contra el avance de derechos de los que ellos mismos gozarían. Es el sujeto ubicuo que permite al mundo secularizado encontrar el factor clave de ciertos giros políticos a la derecha, como el reciente triunfo de Jair Messias Bolsonaro en Brasil, y la principal resistencia a la cuarta ola feminista y su renovada demanda de derechos.

Se pueden hacer encuestas que crucen la identificación religiosa con el voto, pero otros fenómenos resultan más complejos de indagar si queremos trascender una interpretación impresionista. ¿No se aprobó el derecho al aborto porque los evangélicos se movilizaron más organizadamente? ¿Son los protagonistas de una guerra de guerrillas para obstruir la Educación Sexual Integral (ESI) orientada por el eslogan “con mis hijos no te metas”? ¿Conservadurismo político es lo único que tienen para ofrecer?

mesa de enlace

Según la Primera Encuesta sobre Creencias y Actitudes Religiosas de la Argentina en 2008, mientras que el 76% de la población se identificó como católica, el 9% se definió evangélica. Frente a la pregunta por la forma a través de la cual se relaciona con dios, solo un 23,1% indicó realizarlo mediante una institución eclesial. De este universo casi la mitad (44,9%) es evangélica y también el 60% del total que asistía frecuentemente a las ceremonias de sus cultos.

Las intervenciones públicas de esta minoría religiosa intensa nunca se limitaron a predicar la palabra de dios para evangelizar. Iglesias, grupos y personalidades protestantes de corrientes teológicas liberales progresistas, como el metodismo, apoyaron las leyes de matrimonio civil y educación laica a fines del siglo XIX y ya reclamaban el derecho al divorcio en 1902; también participaron de la creación de la Asamblea Permanente de Derechos Humanos y se manifestaron a favor de la ley de divorcio vincular durante el gobierno de Alfonsín. Otros grupos evangélicos, políticamente más conservadores, crearon partidos confesionales en los ochenta y noventa, con escaso éxito electoral, y en los 2000 promovieron o apoyaron liderazgos para que participaran en estructuras partidarias no confesionales, como fue el caso de la diputada nacional del PRO Cynthia Hotton.

Pero la acción política de los evangélicos en Argentina no ha sido exclusivamente a través de estos carriles institucionales. Se suma la ocupación de la calle. Un punto de quiebre fue la concentración en el Obelisco en septiembre de 1999 para reclamar igualdad religiosa al Estado, bajo el lema «Jesucristo para todos y todas». A la histórica desigualdad religiosa producto del reconocimiento legal y financiero privilegiado de la Iglesia Católica en la Constitución Nacional y en el Código Civil y Comercial de la Nación, se sumó una fuerte campaña antisectas promovida por sectores católicos con fuerte eco en los medios. Para resistirla se conformó la Comisión Tripartita en 1993, que más tarde devino en el Consejo Nacional Cristiano Evangélico, organización que aglutinaba a las tres principales federaciones evangélicas: la Federación Argentina de Iglesias Evangélicas (FAIE), la Alianza Cristiana Evangélica de la República Argentina (Aciera), y la Federación Confraternidad Evangélica Pentecostal (FeCEP). Mientras las iglesias afiliadas a la FAIE se han caracterizado por su apertura a la racionalidad secular, su defensa de los DDHH y el compromiso ecuménico en la demanda de justicia por los sectores oprimidos, la conservadora Aciera se fundó en 1982 para aglutinar iglesias con una interpretación bíblica más literalista, que veían en el “evangelio social” una aproximación al socialismo. Pero la amenaza externa logró el provisorio milagro de la unidad política en la acción.

Hubo dos demostraciones de fuerzas contundentes en el Obelisco, una en 1999, con casi 150.000 personas, y otra en septiembre de 2001 que reunió a 200.000. Si bien en las concentraciones se llamaba a orar por la nación, la demanda de igualdad tuvo un lugar central y nadie dudaba de su carácter político. Ocupar la calle fue un aprendizaje para los evangélicos acerca de su capacidad de movilización e influencia en el debate público.

De ahí en más los proyectos de ley sobre sexualidad, reproducción y familia abrieron una grieta que terminó por romper la unidad organizativa. La unión civil para parejas del mismo sexo en 2003 y la ESI en Capital Federal en 2004, inauguraron una dinámica contenciosa de declaraciones públicas que se reflejó en el fracaso de la tercera concentración en el Obelisco en abril de 2004. Hubo deserciones de iglesias liberales progresistas que no compartían las consignas. Bajo la premisa de que “todos los derechos humanos deben estar subordinados al Derecho Divino”, se declaró la oposición al aborto, el aborrecimiento de Dios a la homosexualidad, la santidad del matrimonio heterosexual y el rechazo a la unión civil. La convocatoria y la repercusión mediática fueron mucho menores que las dos ediciones previas, decretando así el fin de la breve experiencia de articulación organizativa del amplio espectro evangélico.

Los conflictos se repitieron durante el debate sobre el proyecto de matrimonio igualitario en 2010. Líderes evangélicos conservadores y la diputada Hotton, convocaron a la primera concentración contra el proyecto apenas obtuvo dictamen de comisión en Diputados. En el cierre, el presidente de FeCEP explicitó: “Vamos a entregarle una carta a cada uno de los diputados. Representamos a cinco millones de evangélicos y tenemos que hacer escuchar nuestra voz”. Ampliar el derecho civil al matrimonio era un intento de establecer “un nuevo orden social apartado de los fundamentos del cristianismo”, por lo que se atribuían la misión profética de “alertar sobre el pecado” y “tomar autoridad espiritual sobre autoridades”, destacó el presidente de Aciera en la audiencia pública del Senado.

“Esto es bizarro, pero está bien que apoyen”, le explica una piba a otra que mira y escucha poco convencida a estas mujeres citando a la biblia para apoyar la interrupción voluntaria del embarazo.

El rechazo al matrimonio igualitario habilitó una participación conjunta de varios actores religiosos —Opus Dei, la Conferencia Episcopal Argentina, la Acción Católica Argentina, y organizaciones judías y musulmanas—, conformando una suerte de mesa de enlace de credos monoteístas.

La grieta religiosa se expandió más allá de los evangélicos y frente a estas demandas terminó por emerger una pluralidad de posiciones que se contrapuso a lugares comunes sobre el carácter intrínsecamente conservador de la religión. Junto a metodistas, luteranos y reformados, sectores católicos cercanos a la teología de la liberación y rabinos judíos reformistas se posicionaron a favor del matrimonio igualitario.

Sin embargo, en 2018, a raíz del tratamiento parlamentario del aborto legal, la atención se ha fijado exclusivamente en aquellos que se oponen a estos derechos. Tiene lógica: son los evangélicos que se movilizan en mayor número, suelen tener mayor visibilidad y sus discursos y posicionamientos confirman los prejuicios existentes. Pero el campo evangélico es más heterogéneo y plural.

micros y choris

El sábado 4 de agosto de 2018, evangélicos comienzan a llegar masivamente al Obelisco. La convocatoria es abierta “a todos los que están a favor de las dos vidas”, pero está organizada exclusivamente por Aciera, a pesar de que en el video de invitación se resalte el compromiso de “los referentes evangélicos de todo el país”.

Será la última manifestación contra el derecho al aborto antes de su tratamiento en el Senado. La más multitudinaria y netamente evangélica. Algunos asistentes habrán ido a la Marcha por la Vida del 25 de marzo (Día Nacional del Niño por Nacer), apenas ingresado el proyecto en Diputados; y el 20 de mayo a la convocada por las ONG Marcha por la vida y +Vida, la Red Federal de Familias y Aciera.

Los alrededores del Obelisco explotan de pañuelos, globos y banderas en celeste y blanco, y bebotes (por nacer) en papel maché. No falta el himno argentino, pero tampoco es solemne. La jornada es una fiesta, con estilos musicales para todos los gustos, momentos de bendiciones, arengas y brazos en alto. La liturgia pentecostal se mezcla con la peronista de los micros escolares estacionados en la avenida 9 de julio y los puestos de paty y chori.

«El aborto no es una política de salud ya que no persigue curar, sino causar la muerte», se escucha desde el escenario. «Destruir un embrión significa impedir el nacimiento de un ser humano», refuerzan. Sí a las dos vidas. Educación sexual para prevenir, contención para no abortar y adopción para vivir. Su reversión del eslogan oficial de la Campaña por el Aborto.

«Senadores y senadoras de la Nación. En sus manos está la decisión más importante de su mandato. No importa cuál sea su ideología política: en esto se trata de cruzar la línea entre la vida y la muerte. Para el pueblo evangélico aquí representado, esa línea no es negociable», lee desde el escenario la pastora Paula Delvecchio, a cargo del único discurso de la jornada. La masividad de la convocatoria es usada para justificar que esta concentración “marca la posición de la Iglesia evangélica”, dice eufórico el presidente de Aciera.

las pastoras verdes

Martes 17 de julio de 2018, 6:30hs de una tarde de invierno ya oscura. Faltan tres semanas para la sesión final en el Senado, y al escenario enfrentado al Congreso Nacional suben mujeres con cuellos clericales. Se presentan como cristianas, cristianos y cristianes por la Vida Plena y el Derecho a Decidir. En el marco del Martes Verde, el espacio impulsado por la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito, anuncian una declaración firmada por más de trescientas cincuenta personas de fe, pertenecientes en su amplia mayoría al espectro protestante-evangélico (luteranas, metodistas, valdenses, pentecostales), más algunas católicas. Abajo del escenario, las acompañan unas veinte personas, distinguibles del resto de las asistentes porque portan velas que esperan encender como gesto litúrgico. Comienzan a leer la declaración entre ocho mujeres. La lectura es colectiva, pero una mujer joven y bajita se destaca por conducir la dinámica y manejarse con soltura. Se trata de la pastora pentecostal Gabriela Guerrero: “Hoy, en este Martes Verde, nos hacemos presentes como personas de fe, de diversas confesiones, para alumbrar desde el Evangelio de Jesucristo este tiempo de búsqueda de una ley que haga justicia a la plenitud de vida que el mismo Jesús vino a anunciar como premisa de su proyecto para todas las personas”.

“Esto es bizarro, pero está bien que apoyen”, le explica una piba a otra que mira y escucha poco convencida a estas mujeres citando a la biblia para apoyar la interrupción voluntaria del embarazo. La pastora Guerrero sostiene que no es fácil hacer público su apoyo a la legalización del aborto y que poner la firma para ellas implica poner el cuerpo, la decisión y la propia vida. La frase puede sonar grandilocuente, pero la aspereza que adquirió la discusión sobre aborto cuando su legalización parecía un objetivo alcanzable, subió los costos de posicionarse a favor dentro del mundo evangélico.

A continuación hacen el gesto de encender velas, a la par que leen el siguiente texto: “Encendemos estas velas para poner en evidencia la hipocresía de los discursos condenatorios que abusan del texto bíblico para generar confusión y miedo. Bajo la luz de Cristo no hay condena cuando se busca la verdad y cuando se trabaja en la ampliación de derechos hacia las personas más lastimadas por la intolerancia y la estigmatización. Encendemos estas velas como un símbolo de esperanza en medio de las oscuridades que rodean el debate en torno de la legalización de la interrupción voluntaria del embarazo. Velas que, aun en su fragilidad, aportan luz al caminar apasionado de quienes clamamos por el derecho a la decisión libre. Velas que, en nuestras manos, buscan visibilizar el mensaje de la vida plena y abundante, por la cual a Jesús mismo le arrebataron la suya. Una vida que es más que la suma de células o que la unión de un óvulo con un espermatozoide. Una vida que tiene que ver con la libertad, con poder decidir, con la dignidad. Encendemos estas velas como un símbolo de nuestra opción por la luz porque no deseamos más muertes en la oscuridad de la clandestinidad”.

Los asistentes prestan atención pero se percibe la incomodidad por el protagonismo y la duración de un acontecimiento de tinte religioso en un acto político a favor del aborto legal. Al finalizar, la pastora Guerrero grita enfáticamente: “Educación sexual para decidir, anticonceptivos para no abortar y aborto legal para no morir”. Y cierra con “¡Y será ley, amén!”, combinando las consignas oficiales de la Campaña con una expresión tradicional del cristianismo.

Ante la mirada silenciosa de la misma joven, no muy convencida de lo que escucha, su compañera le vuelve a explicar: “Está bien que use ‘amén’, porque significa ‘así sea’”.

feminismo ecuménico

Utilizar la Biblia, un gesto litúrgico y argumentos doctrinales del cristianismo a favor de la legalización del aborto, rompe con un imaginario muy extendido sobre las religiones exclusivamente como un obstáculo para la aprobación de derechos para las mujeres. La participación de pastoras con cuellos clericales citando pasajes bíblicos y fieles encendiendo velas resulta contraintuitivo. Pero no es la primera vez. Durante la lucha por el matrimonio igualitario en 2010, una semana antes de su tratamiento en el Senado, se realizó una ceremonia interreligiosa a favor del proyecto de ley en un templo metodista. Ambas actividades fueron enmarcadas en las campañas oficiales a favor de los proyectos de ley.

En el campo religioso argentino, heterogéneo, dinámico y altamente politizado, hay quienes están dispuestas a dar una batalla pública sobre qué dice y no la Biblia sobre el derecho a decidir y la vida plena.

Sectores del movimiento de la diversidad sexual en 2010 y feminista en 2018 entendieron la importancia política de horadar la idea de que todas las religiones, las iglesias y sus líderes estaban en contra de estos proyectos. Las feministas jugaron la carta política de la religión, tal como ya lo vienen haciendo las Católicas por el Derecho a Decidir. En ese camino, las evangélicas fueron fundamentales al permitirles mostrar que si bien hay cristianos en contra de manera muy visible, también hay grupos evangélicos a favor a partir de su identidad y fe como creyentes. Mientras que muchos actores contrarios a los derechos sexuales y reproductivos tratan de ocultar su filiación religiosa, utilizando argumentaciones exclusivamente jurídicas, médicas y biológicas, lo que Juan Marco Vaggione llama «secularismo estratégico», los sectores religiosos favorables procuran resaltarla, como reflejó el uso del cuello clerical de las pastoras.

Las expresiones callejeras y las intervenciones en comisiones legislativas de actores religiosos favorables a la legalización del aborto, rebotan en redes sociales y otros medios de comunicación, alcanzando a otros creyentes, a legisladores y al resto de la sociedad. Allí adonde al progresismo y feminismo más secular de clase media le cuesta hacer pie y terminar de interpelar, como llegar a los sectores populares, buena parte de los evangélicos suele moverse cómodamente por compartir códigos y territorios.

Su presencia pública da cuenta de un pluralismo religioso. Esto demuestra que no existiría algo así como la posición evangélica, como sí ocurre con la postura oficial de la jerarquía católica. Queda claro que quienes se movilizan más masivamente y de modo más visible están en contra. Pero no hay, como en otros países, encuestas que permitan reconstruir si esa es la postura mayoritaria evangélica. “La enorme mayoría del pueblo evangélico está en contra del aborto”, ha sido el estratégico eslogan de Aciera. Pero si se consideran estudios que muestran que las mujeres católicas en su mayoría se distancian de la jerarquía eclesial sobre el IVE, ¿por qué las mujeres evangélicas no podrían hacerlo?

En el campo religioso argentino, heterogéneo, dinámico y altamente politizado, hay quienes están dispuestas a dar una batalla pública sobre qué dice y no la Biblia sobre el derecho a decidir y la vida plena.

La participación de pastoras en apoyo al aborto legal resquebraja la idea de que sus liderazgos solo promueven el conservadurismo moral y político en los sectores populares. Pero el desconocimiento de la heterogeneidad política e ideológica de los evangélicos en Argentina, bloquea la ampliación de coaliciones que sustenten la obtención de nuevos derechos y al acceso a los que ya existen. La batalla por la plena implementación de la ESI está en curso, el aborto tarde o temprano volverá a discutirse en el parlamento, y evangélicos y evangélicas serán nuevamente protagonistas de estos procesos políticos.