el rey se queda sin secretos

Amén de todo lo que ya sabemos, me encanta salir en días de corridas cambiarias. Apagar twitter, mutear un rato los grupos de guasap. Trillado decirlo, porque vivimos de cazar imposturas propias y ajenas, pero me gusta hablar con los desconocidos. El taxista, el mozo, la cajera. Me refugia un poco la indiferencia de sus comentarios banales sobre lo que pasa, esa desdramatización sincera de los que no tuvieron nuestra educación cívica. Es el esto también pasará con que te ayudan a conciliar el sueño, aunque sean argentinos de ley: son jacobinos y no lo saben.

No es que no me preocupa el dólar, ni “la velocidad en que se traslada a los precios”, pero así como flota el dólar por qué no flotar en esa flotación. Pero sin Twitter porque detesto los que en días así, “días que vivimos en peligro”, empiezan a protagonizar con la primera persona del singular la crisis. Yo, yo, yo, yo. Y a la vez, qué se puede hacer salvo ver películas del yo. Insisto: cuando llega la placa roja, “el riesgo país rompe su techo, dólar a…” yo me apago. Siento la volatilidad, el ascenso del humo del dinero quemándose en las manos. La vida no es una moneda. Y me voy. Salgo a caminar por la cintura cósmica.

Insisto: cuando llega la placa roja, “el riesgo país rompe su techo, dólar a…” yo me apago. Siento la volatilidad, el ascenso del humo del dinero quemándose en las manos.

Mi consejo es: agarrá a un jovato o jovata y quedate cerca. Si entrás a comer a una parrilla o a un café o te vas a una plaza sentate más cerca del más viejo: tiene el cuero duro, tiene los amortiguadores de las que pasó (el Rodrigazo, la Híper, el corralito), tiene una dosis de indolencia, la bilis fluctuante del argentino promedio. Y la experiencia se contagia. Se contagia como un bostezo. El cepo de Cristina fue un partido amistoso, a lo sumo un triangular en Mar del Plata. Argentina es una guerra de monedas.

La verdadera sangre derramada: los que quebraron, los que murieron en la cola del banco, de la cueva, los suicidados por la sociedad anónima, los del conmigo un peso un dólar, los pobres parias del cheque volador de un país al que le gusta más la guita que el capitalismo y entonces cómo se hace plata y cómo se hace capitalismo. Aplastados por el viejo tanque de la DGI con los que la dictadura también graficó su guerra sucia: contra los evasores.

Mi viejo laburaba en una oficina de la calle Bartolomé Mitre y a veces lo acompañaba a ver al tipo que “te cambia los cheques”. Un ser horrible del chiquitaje, “¿cómo andás, Chachito?”, y eran unos cheques de morondanga, 150 pesos (que eran dólares, igual). A otro amigo de mi viejo, Alfredo Domínguez, abogado, te lo cruzabas en plaza Lavalle con su “colero”. ¿Quién era el colero? Era un peruanito (su fauno) que trabajaba en las colas de los recursos de amparo de ahorristas. Horas de colas porque Alfredo presentó
decenas de recursos. El tipo iba con el banquito. No tenía celular y entonces Alfredo tenía que ir a verlo un par de veces a la cola. Para reponerle los hidratos y el líquido. Alfredo, como muchos abogados, confesó lo inconfesable: “en el 2001 y 2002 me llené de plata”. Alfredo murió el año pasado devorado por un cáncer. Que en paz descanse. Pero era uno de los millones de excavadores de las oportunidades que emergen en la crisis.

Había otro tipo amigo de mi viejo que a finales de los noventa tuvo un TOC: vivía creyendo que al país lo gobernaba Onganía. Si se explica se entiende. El hombre busca refugio. Porque los sesenta fueron los años dorados de la Argentina. Del mundo también. Fueron años sociológicamente peronistas, como dice mi amigo Pablo Touzon, pero el peronismo era los camellos del Corán: entre la proscripción a sus bases, el vandorismo, el desprecio intacto de las capas medias y la primera radicalización de la juventud pre Cordobazo, el peronismo era invisible a los ojos; pero a la vez era la explicación final de esa Argentina con sus glorias policlasistas. Durante el conflicto con el campo hice una encuesta con cada taxista: le preguntaba cuál fue la mejor presidencia. “¿Cuándo se vivía bien?”. Y el resultado fue mayoritario: con Onganía. No nombraban un presidente, nombraban una época.

La crisis causó dos nuevos muertos, dijo Clarín en 2002 con Darío y Maxi en el piso. A las tapas de Clarín se las llevó el viento: no tanto la batalla cultural como el tsunami de la red. Estamos en crisis. Todos los que piden que el presidente garantice su autoridad le pedían que bajara su candidatura. Ejercer poder despojándose del poder. El rey está desnudo.

Tengo 41 años, dos hijos y 20.000 dólares en una caja de seguridad. Y más nada que perder.