En Santa Cruz las distancias son abiertas y de horizonte lejano, y las planicies de las mesetas resultan inabarcables. Esos paisajes camuflan en su interior cañadones y grandes bajos. Viajamos a uno de esos bajos, de presencia insospechada. A simple vista no tenía nada de particular. Se desplegaba como una cuña que partía en dos la margen sur de una extensa meseta de basalto. Era profundo, con altos faldeos en las márgenes norte y oeste, de varios kilómetros de ancho y con una gran laguna seca. A ese bajo se le adosaban otros situados a mayor altura, con lagunas de menor tamaño. El suelo era de greda y arenisca, tapizado de pedreros y vestido con sectores de bosquecillos de arbustos. Al pie del faldeo norte se situaban las instalaciones abandonadas de una estancia. Las edificaciones, de chapa y piedra, se conservan en relativo buen estado gracias al aislamiento de la zona. Los pocos árboles y tamariscos que arraigaron estaban secos o sobrevivían agónicos de sed. El agua que surgía de dos manantiales que afloraban en lo alto de los faldeos era escasa en verano y se diluía a pocos metros de su fuente. Las antiguas quintas se adivinaban por lo que fueron los cercos perimetrales, algo deteriorados.
Al campo lo poblaron dos españoles en la década del 1910, y tras su muerte lo continuó la sobrina de uno de ellos. Como establecimiento ganadero resultó próspero. Durante las temporadas de fiestas convocaba a numerosos vecinos y visitantes, algo difícil de imaginar en el estado de desolación actual. Hoy el campo está abandonado y la propietaria, anciana y retirada, le permitía a uno de mis compañeros de viaje que frecuentara el lugar. En los años 1920 y 1921, los fundadores de la estancia se plegaron a las huelgas obreras desarrolladas en la provincia. Para librarse de la represión y fusilamiento a los huelguistas por parte del ejército, en un rincón del faldeo oeste edificaron un refugio de dos habitaciones con paredes de rocas apiladas y se lo ve recién a escasos metros, cuando uno se lo topa. El sitio está elegido estratégicamente ya que desde allí la vista domina la totalidad del bajo y el camino de acceso. Gracias a ello, pudieron observar, sin ser descubiertos, los camiones con tropas que ingresaron al casco de la estancia. Los estaban buscando.
Al refugio lo establecieron en un rincón en el que se despliegan un estrato de roca blanda y otro de basalto volcánico. De los pliegues rocosos aflora un generoso manantial que riega un mallín y da vida a un tupido bosquecillo de arbustos. En lo alto del faldeo y junto al manantial perduran numerosas tumbas indígenas que consisten en grandes cúmulos de rocas apiladas. El estrato de roca blanda contiene grabados de pisadas de avestruz y puma, flechas, líneas y morteros horadados en el suelo y paredes. La parte superior de una roca de forma ovalada presenta grabados de puntos, líneas y un cuenco, motivos que, vistos en conjunto, parecen remitir a un mapa estelar. Era una roca ceremonial. Corresponden a un estilo de arte rupestre que se desarrolló entre 3000 y 1500 años atrás.
La zona, inmediata a la margen sur del río Deseado, registra presencia humana desde hace 13 mil años. Cuando arribaron, el paisaje era más húmedo, con más vegetación y mayor variedad de fauna, incluyendo animales hoy extintos. También contaron con una amplia variedad de piedras apropiadas para confeccionar las herramientas necesarias para la vida. Con el retroceso de los glaciares, el paisaje se fue secando hasta transformarse en la estepa actual.
El gran bajo y sus vecinos de menor tamaño concentran una historia que comprende el período de miles de años de los pueblos originarios, el del tiempo de los colonos y de las huelgas y los fusilamientos de 1921. Varios de los protagonistas de la huelga, gracias a la geología del lugar, se transformaron en sobrevivientes. Pocos lugares contienen tal cantidad de registros históricos de tanto peso simbólico en la historia argentina y de la Patagonia. Impacta cuando se toma conciencia de la tragedia de los fusilamientos de los huelguistas (900 en total), y de que transcurrido un siglo perduran registros materiales directos de aquellos sucesos. Cumpliendo la función con la que fue ideado un siglo atrás, el refugio permanece mimetizado con el paisaje. La lógica indicaría que por su valor histórico debe preservarse bajo la protección de instituciones estatales. Muy pocos conocen el lugar.
