el consumo de la fragilidad

Los padecimientos anímicos y la necesidad de consumir pastillas para estabilizarnos cada vez se extienden más y todavía se viven como algo vergonzante. Mientras tanto las ventas de la industria farmacéutica se dispararon durante la pandemia, lo mismo que la opinología mediática de los profesionales psi. Siete personas cuentan sus luchas diarias contra los males que sacuden la salud mental.
L a primera vez fue en plena cuarentena. Sentí ahogo acompañado con muchas palpitaciones, en momentos en que no estaba atravesando un momento de angustia por algo puntual. Sí, la pandemia, eso estaba presente todos los días; como si dijera: “estoy viviendo en guerra”. Me agarró sentada en el sillón, tranquila, mirando El Padrino III, después de una escena donde a Al Pacino le empieza a agarrar un ataque y se descompone en un restaurante. El aire podía pasar por mi nariz, la cuestión era la garganta, sentía que no podía tragar. Me cagué en las patas y empecé a tener taquicardia. Una sensación horrible. Me acerqué a mi ventana, trataba de respirar. Busqué el teléfono de la emergencia y llamé a un amigo. Después vinieron los médicos. Me hicieron un electro en mi casa. Estaba bien. Me dieron un Clona. Al día siguiente sentía agotamiento. Les caí de sorpresa a mis viejos, que no los veía desde la primera semana de marzo. Mi papá, que es médico, y se automedica con Alplax, me había dado una tableta para que tuviera a mano. [El tono es analítico]. Seguí tomándolo todas las noches antes de dormir sin que se me pasara. Todo lo que tiene que ver con medicación psiquiátrica me da mucho miedo, a quedarme muy dormida, o desmayarme, o que me genere alguna adicción. Era irme a dormir tranquila y en ese tiempo que transcurre entre que decís me dispongo a dormir y que efectivamente te dormiste, de golpe tenía que incorporarme en la cama, como si estuviera nadando y tuviera que salir del agua a respirar. A veces iba acompañado de sensaciones raras en el cuerpo. Un día dije: “¿Y si me está agarrando un infarto?”. A fin de año, con mucho más laburo virtual en el colegio, era corregir, corregir y corregir y me empieza a agarrar lo mismo. Llamé a una ambulancia y fue igual. Ya era otro momento, veía amigos pero seguía con esa nube de “es pandemia”. No puedo dejar de ponerme alcohol, tener siempre bien puesto el barbijo, que las personas que están alrededor mío en el transporte público lo tengan bien puesto. Es medio consciente, medio inconsciente. Al empezar la cuarentena no estaba en pareja. Me gustó decir “estoy sola”. Pero, ¿y si quiero conocer a alguien? En septiembre me bajé el Tinder y empezaba a hablar pero sentía que el azar quedaba totalmente de lado. La noche fue lo que más extrañé, al estar totalmente vedada es un garrón para los que vivimos solos. De golpe tuve dos reuniones de consorcio, veo a un vecino y dije “ese es lindo”. Nos estuvimos viendo varios meses. Me pareció que esa compañía, de coger y no profundizar demasiado de nosotros nos hizo bien. Esas noches no me pasaba nada en relación con ahogos. Él también me contó que estaba yendo al psiquiatra y había empezado a tomar pastillas. A veces dormíamos juntos sin coger. Nos acostábamos solamente a dormir.
Docente, 37 años, Parque Patricios, CABA.
lobos sueltos
Soy secretaria en dos consultorios. El segundo laburo lo tomé tres veces por semana. El otro tiene una connotación especial porque mi jefe está en tratamiento por las adicciones y soy su único sostén, la única persona que él tiene. Hice un poco de acompañamiento terapéutico… yo hago todo ahí. Me lleva bastante carga emocional, no es tanta la carga horaria. [El tono es intenso]. El año pasado fui de esas personas que dijo que no me había golpeado tanto la pandemia. No solo me acostumbré sino que me sorprendí de lo bien que la pasaba en casa. Pero este año me encontré con que ya podemos volver a salir y no quiero. Me agarra literalmente ansiedad. En un momento pensaba “cada vez que tengo que salir me agarra frío”. Después me di cuenta de que los hormigueos en los brazos o los chuchos eran de nervios y opté por salir si tenía plata para remises o taxis porque no puedo ir a esperar el colectivo. Me pone muy ansiosa no saber qué me puede pasar esperando. La gente siento que viene estando muy cargada. Me había empezado a ocurrir antes de la pandemia pero salgo muy perseguida a la calle. Y yo me absorbo todo y me angustio muchísimo. Están todos muy sacados. El miedo más grande es a que me violen en primer lugar y a que me lastimen o maten en segundo lugar. No tomo fármacos. He tenido ataques de pánico por una crisis con mi pareja y me habían dado Clonazepam. Mi jefe toma Clona y por ahí le pido uno y ya tenerlo en la mesita de luz me calma. Pero trato de ir por el lado de respirar, meterme debajo del agua porque bañarme me hace muy bien. Voy a empezar reiki. Al principio fue como “me tomo un auto porque es más cómodo” y después fue hacerme cargo: me da miedo trasladarme. Calculo que la gente enferma, los violadores, como que los tuvieron atados, acumulando locura en la cuarentena y los sueltan. Y yo en casa estuve casi sin ningún peligro aparente. El clic fue un día que me estaba preparando para ir en colectivo a lo de mi vieja y me empezó a agarrar frío y un hormigueo. O me preparaba y en la esquina ya me tomaba un taxi. Salir salgo, salgo todo el tiempo con mi hijo a la plaza de la esquina porque ahí tenemos un grupo grande de madres amigas. Mi mamá se murió este 17 de marzo y mi papá el 17 de abril. Ella se internó vomitando sangre y todo apuntó a la ingesta a demanda de analgésicos. Y yo sé que era así. Por eso le escapo a tomar fármacos. Ella venía arrastrando una depresión, tuvo ataques de pánico. Y después es como una cadena: te deprimís, te tirás en la cama, entonces te duele la espalda, tomás Diclofenac y después por la ansiedad ella morfaba un montón y se clavaba una Buscapina y también se tomaba por las dudas un Omeprazol y así.
Secretaria, 37 años, San Telmo, CABA.
volver a empezar
No sabía lo que eran ataques de pánico. Primero se me manifestó con un problema en el estómago. No podía comer. Me aferré mucho al papá de mis hijas, dependía económica y físicamente de él. Me sentía muy controlada y después lo supe. Tenía que mostrarle el boleto de adónde fui y cuánto tardé. La situación económica era bastante jorobada. Él empieza a trabajar en un remis, antes trabajaba como chofer de colectivo y yo me puse a coser calzoncillos de Avon. Hubo un momento que no se pudo pagar el alquiler y vino el desalojo. Un tiempo estuve viviendo en la casa de mi hermana y un tiempo en la casa de mi cuñada. Vivía donde podía, tres días en un lugar, los fines de semana en otro lugar. Tenía agarofobia y claustrofobia. Fobia a estar adentro y a estar afuera. Lloraba porque se me ponía la comida pero no podía comer. [El tono es calmo]. Primero me atendí en la salita barrial. Si tomaba un colectivo a hacer terapia, sentía que todos me miraban, como que hacía el ridículo, porque hacía mucho tiempo que no viajaba sola. Mi lugar era la plaza, el barrio. Uno no se siente maduro como persona, no se siente digno, no sabe cómo expresarse. Llegué a tener momentos donde me temblaba la cabeza como convulsionando. No podía viajar ni en subte ni en Premetro. Tenía que agarrar confianza paulatinamente, porque me fui encerrando. Me dijeron que tenía depresión y me dieron Fluoxetina y Alplax. No tenía ningún problema con tomar nada que me hiciera sentir mejor. Pasé por varios hospitales y una fundación de fobias y otra que es Volver a Empezar. Hay psicólogos que no saben tanto y que a veces pueden más herirte que ayudarte. Me acuerdo cuando le dije a uno “pude ir al Elefante Blanco a vender bijouterie y perfumes”; la psicóloga me dijo: “¿Y eso te parece un trabajo?”. Yo era una persona que tenía sueños, quería irme a vivir sola, tenía ganas. En la depresión todo te tensiona, todo es mucho, todo te angustia, te saca las ganas. Cuando fui a la fundación pensaba que la gente de una conducta económica alta no tenía fobias, sin embargo me encontré con la sorpresa de que no era el nivel social. Había hasta psicólogos que padecían trastorno de ansiedad. El rico se paga un buen psiquiatra, el pobre como yo hace cola a las 5 de la mañana para conseguir un turno y capaz que estás 15 minutos y con reloj. En 2017 me llega el divorcio y todo se había puesto a nombre de mis hijas, por lo tanto salí con mi ropa. Fue una estafa. Ahora limpio. Vivo en la casa de mi hermana, en la casa de mis hijas. Tengo una pareja que es la que me ayuda económicamente, pero no vivo con él. Ya no dejaría que nada más me lastime y que nada más me encierre. Por mi creencias cristianas también ayudo a otras mujeres que pudieron estar confundidas o atadas. Tengo un grupo de autoayuda en la iglesia de los pastores Bernardo y Alejandra Stamateas.
Trabajadora de limpieza, 59 años, Villa Lugano, CABA.
viaje al fin de la noche
Es como una pesadez, como que estoy dentro de un cuerpo que no me pertenece. Ahí es donde mis pensamientos empiezan a tomar esa forma que me vuelve loca y que no me permite tener un sueño continuo. Siempre fui así con el dormir pero después que tuve Covid se me acrecentó. El post Covid me significó noches de fobias. El cansancio fue tan extremo que ya a las 5 de la tarde quería meterme en la cama y terminar el día, no me daba el cuerpo, la cabeza, las emociones. Sentía mucho frío y eso me despertaba, era un frío en los huesos. Ese frío me llevó a pensar que por ahí me estaba por morir. Me imaginaba situaciones. Yo muerta y mis gatos maullando al lado mío. Porque realmente estaba tan pasada de rosca que necesitaba ponerle un poco de película a la situación. [Ríe]. Había una voz que me decía “estás delirando” pero después me ganaba el miedo. Se me venían pensamientos muy fuertes. La sensación era de que estás tratando de dormir y de golpe viene una taquicardia que no sabés cómo empezó. Trataba de tomar mucho aire pero no lograba entrar en un ritmo como si fuera mi clase de danza, de yoga. Todo eso que siempre entreno no podía meterlo en ese momento de realidad mío. Se me caían todos los papeles ahí, todo mi discurso. [El tono es relajado, reflexivo]. En ese momento no podía con nada. Sentía: “se me va a parar el corazón”. Me generaba angustia y llanto, sentarme en la cama y tratar de arrancarme la piel. Me tocaba la cara y “necesito sacarme esta piel de encima”. También estoy con los sofocos de la menopausia que son muy fuertes. Tenía calor, empapaba la cama, pero a su vez los huesos fríos. Cuando era más joven no podía dormir porque vivía soñando despierta. Ahora no sueño despierta, quiero volver a eso, tengo ganas de sentir ese placer. Enseguida me viene la voz de la realidad. Eso me da insomnio. Entrenar me hace bien, pero no quiero tomar colectivos que estén llenos. Me cuesta mucho, no tengo ganas de ver gente con cara de que la está pasando mal, me angustia eso. El subte peor, ahí me agarra taquicardia, siento que me voy a desmayar. Trabajo en mi casa, hago todo para no hacer eso. Los últimos años fui por el lado de la medicina china pero perdí continuidad y hubo un momento de mucha angustia donde dije “necesito dormir”, entonces acudí al Clonazepam. Siempre le tuve temor porque me tientan las drogas, pero consulté y decidí tomar una semana para descansar. Fue genial porque dormí. El último día, agarré la pastilla, la miré y le dije “sos la última”. [Ríe fuerte]. Otra cosa que me ayuda a descansar es la masturbación. Para mí es un lugar de descanso corporal, para poder alivianar el sueño. Yo creo mucho en lo colectivo, pero en pequeños espacios, no puedo con lo colectivo masivo.
Trabajadora de danza, 52 años, Floresta, CABA.
más o menos bien
Lo pienso como una parte característica de mi personalidad. Soy así. Antes lo pensaba como una debilidad, como “soy un cagón”. Cagón ante las responsabilidades, cagón ante lo que esperan de uno, ante lo que espera de vos tu pareja, tus padres, el trabajo, de lo que te exigen cuando sos adulto. Y ahora tal vez sigo pensando que soy un cagón pero no en esos términos de debilidad sino como que forma parte de mi ser. El primer ataque de pánico fue en 2012. Estaba trabajando como cadete y me acuerdo que había dejado un sobre en la zona de Puerto Madero; ahí hay como una vía muerta y empecé a caminar por ese lugar. Me sentía raro. Había empezado a transpirar y sentía que algo malo me iba a pasar. Me senté en un tronco, en una zona de pasto, y después llamé a mi vieja para contarle. Ella me pasó a buscar y terminé yendo a una guardia. Desde entonces los ataques empezaron a ser más frecuentes, viajando en bondi, en una clase de la facultad, en un bar. Yo sentía que subía algo, como que respiraba mal, me sudaban las manos, movía los pies, las rodillas; si estaba en un lugar cerrado me quería ir, salía a caminar, a veces un amigo que tuvo lo mismo me acompañaba y me hablaba, en el colectivo abría la ventana y miraba para afuera. Cuando se me pasaba era porque ya no sentía tan cercano el peligro, el temblor interno había pasado. Tomo una droga que se llama Escitalopram, que es un antidepresivo. Un tiempo dejé la medicación y después volví a caer por cuestiones más bien ansiógenas. Se lo pedí yo mismo al psiquiatra porque él no quería que volviera a tomarla. Es que cuando yo siento algo en el cuerpo, entiendo que algo no está en orden y ya empiezo a tocarme, a revisar si sigue el dolor. Es como un autodiagnóstico constante y me pierdo, dejo de hablar, no presto más atención a otra cosa. Es una situación de angustia. Creo que viene de una herencia de mi viejo esto de vigilarse todo el tiempo; él es diabético y de chico me controlaba cuántas veces orinaba, cuánta agua tomaba por día. [Ríe]. Ayer, por ejemplo, retomé la presencialidad en el trabajo y como tenía mala cara mi novia me preguntó qué me pasaba y le respondí que me iba a contagiar de coronavirus. Lo sigo pensando. Igual nunca me permití parar, siempre traté de resistirlo y eso fue lo que me hizo no claudicar tanto; conozco gente que no podía salir de su casa o pidió licencia psiquiátrica y yo no quería permitirme eso, no voy a parar mi vida.
Administrativo, periodista, 34 años, Núñez, CABA.
pop it
La pandemia por un lado me trajo un montón de beneficios porque antes yo me levantaba a las seis para ir al trabajo y ahora es como que eso ya no existe, salvo el único día que voy en la semana. Me vino bien a nivel personal, con la facultad también, porque ni en pedo quisiera volver a la facultad de antes. Pero esto tiene toda su parte buena y también toda su parte mala y es que estoy harta. Tengo ansiedad, desde siempre pero ahora es como que se intensificó porque estás todo el día con el celular. El mismo lugar en donde está todo el ocio, también está todo lo laboral y vos no podés estar en línea para unos y desconectada para otros. Eso me estresa. Y la otra cosa es algo que ahora le dicen dermitolomanía, que es arrancarse las cascaritas de la cara. [El tono es descriptivo, seco]. Eso me pasaba pero me empezó a pasar más con la pandemia. O sea, le di rienda suelta a las pulsiones porque total no me ve nadie y entonces me arranco la cara. Por ahí me sale un grano y me lo empiezo a arrancar. O también tengo tricotilomanía: pelitos en las cejas que me los arranco de manera obsesiva. A veces me pongo un pañuelo que me tapa la frente y las cejas; después tengo el Pop it, que es un cosito de goma y lo apretás, pero no está tan bueno. Y me he cortado las uñas pero me desespera más y lo dejé de hacer. A la psiquiatra voy desde finales de 2019. Estaba muy triste. Tenía 20 años, ahora 23. Ahí empecé a tomar antidepresivos, que ya los estoy dejando, voy a tomar solo un ansiolítico. Tomé Escitalopram un tiempo y después pasé a Venlafaxina. No era depresión, estaba muy angustiada, estaba todo el día llorando, literalmente cinco horas. Cuando estaba en el trabajo la careteaba y en la facultad me iba bien. Era funcional. [Ríe]. Pero la estaba pasando mal. Todo esto fue prepandemia. Ahí Twitter se volvió un espacio de descarga. Me costaba menos contar lo de la depresión ahí que a mis amigas. Podía contar que lloraba todo el día y la gente por ahí lo faveaba. Con las pastillas al principio no quería comer porque generan rechazo a la comida. Pero después me acostumbré. Tuve un cambio anímico muy abrupto al principio y después como que se estancó, no mejoraba aunque aumentara la dosis. Entonces cambié la medicación. Con ese cambio, mejoró. Y ahora me la están sacando. No, no hubo ningún acontecimiento claro que desatara esa angustia. No hubo una muerte, nada en particular. Los llantos ahora siguen pero menos, una vez por semana, porque yo suelo ser llorona, es mi reacción basal.
Trabajadora estatal, estudiante universitaria, 23 años, Villa Urquiza, CABA.
conciencia de finitud
La primera vez fue en el secundario, sentí como que estaba pero no estaba. Era muy raro porque no sabía lo que me pasaba, dije “¿qué onda, me estoy muriendo?”. También estaba caminando por la calle y de repente sentía que mi cuerpo se iba. Como que perdía el control, súper desesperante. Al principio eran episodios aislados. Me sentía muy cansada, muy como fuera de cuerpo. Cuando estoy con ese mecanismo no puedo sentir. Tengo la sensación de que estoy en un sueño, que lo que me está pasando no es real, te empezás a ver de afuera. En un momento se me empezó a hacer más cotidiano. A veces medito, hago yoga. Ahí baja un montón. Creo que hay un pensamiento que es lo que me genera ese síntoma: “me están mirando, entonces me tengo que proteger”. [Habla lento, a veces bosteza]. Siento que tengo que hacer las cosas bien para que me quieran, porque si hago algo mal me van a dejar de querer. Y después está la cosa de la muerte. Tener que estar todo el tiempo corriendo por pensar que en algún momento me voy a morir o se va a morir la gente de alrededor. Eso me genera mucha ansiedad. También la vida de ciudad me acelera mucho y me afecta. Los ritmos. Las redes sociales y todo el tiempo sentir que tenés que mostrar lo que estás haciendo. O entrar a Instagram y ver que otra persona está haciendo algo, entonces te sentís mal porque vos tal vez no. El hábito de estar mirando siempre el celular. Trato de decir “no lo necesito, lo puedo guardar”, que no esté siempre en mi mano, que no sea parte del cuerpo. Hago mucha terapia. Mucha meditación. Mindfulness. Eso servía para el momento, pero me seguía pasando lo mismo. Hice reiki, tomé homeopatía, hice ayurveda, yoga, bailo. Ahora estoy haciendo la carrera de expresión corporal. Estoy haciendo talleres de clown y explorando la escritura, el canto, el movimiento. Todo eso me hace bien y me conecta mucho conmigo. Es una especie de meditación, me saca de estos pensamientos que me generan cosas feas. Me ayudan a sobrellevar esto un poco. Pero hace cuatro meses empecé a ir al psiquiatra porque sentía que esto no se estaba yendo. Siempre me dio miedo, nunca estuve muy a favor de meterse cosas en el cuerpo que no sabes qué onda. Pero… bueno… probé con todo y me seguía sintiendo así. Tenía la idea de que la medicación era lo peor del mundo. Ahora tomo Escitalopram, que es un antidepresivo pero trabaja la ansiedad. No lo cuento mucho, siento que hay muchas ideas tipo “vas al psiquiatra, estás loca”. Siento que es súper tabú. El otro día hablaba con una amiga y de repente las dos nos dimos cuenta que tomábamos medicación. [Ríe]. Y en realidad estamos todos en la misma pero como en silencio.
Estudiante, 21 años, Almagro, CABA.
