cartas de Macedonio

Difícil es encasillar a Macedonio Fernández en alguna línea de la literatura argentina Prácticamente marginado de todo ámbito particular, constituye al mismo tiempo un punto de referencia inevitable para el conjunto de la cultura nacional de este siglo. Sin embargo Macedonio Fernández continúa siendo una figura casi inasible. En su número anterior, crisis inició la publicación de un material epistolar hasta ahora inédito al que accedió por gentileza del escritor Adolfo de Obieta. En el presente número se completa dicha entrega. En esta oportunidad, la presentación de los textos está a cargo del narrador Germán Leopoldo García, quien el año pasado, con su ensayo «MF, la escritura en objeto» (Ed. Siglo XXI) hizo un esclarecedor aporte a la comprensión de la obra macedoniana.

las cartas están echadas

Por Germán García

Mediante ciertas combinaciones de los naipes se puede adivinar el futuro. El oráculo provoca su mensa­je al enunciarlo: asi se explican muertes por sortilegios y c0njuros Macedonio Fernández juega con las cartas a la vista: tiene datos que ignoren sus interlocutores.

El mandato interno de esas cartas se revela más allá de su muerte, como el poder y el ímite de la pala­bra. Las cartas estén echadas: «Discrepo desesperada­mente», le dice a Carlos Astradas, haciendo refe­rencia a la teoría de los valores que entonces estaba en boga. Que la palabra hable: la estética es la asun­ción jubilosa de una ética. El yo no puede acallar a la verdad, su impotencia debe ser aumentada hasta que el lector se revele como personaje. Esto se logrará cuando más allá del yo se experimente el poder que el deseo tiene sobre una parte de la materia: esa que configura nuestro cuerpo. Esta ética de la palabra se cumple en las cartas como plena participación. ¿Una carta es de quien la envía o de quien la recibe? La carta está entre quién la envía y quién le recibe, pero no pertenece a ninguno de los dos. La carta es un pac­to donde unos sujetos, ausentes en lo real, partici­pan del misterio de le palabra. Esta condición de la ausencia corporal era fundamental para Macedonio. Según un relato personal del fallecido Gabriel del Mazo, Macedonio le daba verdaderas conferencias por teléfono o le escribía largas cartas en una época en que vivía pocas cuadras de su casa. En una carta se escribe por y para otro, y en ese otro se puede recuperar uno. 

Es por eso que no puede decirse que una carta sea del emisor o del receptor, dado que ella es el lazo que une a los dos. ¿No es la escritura de Macedonio Fernández una carta interminable a lo Ausente? «Por esta palabra tan purificada, tan desdeñosa de auxilios miserables, mendigados, la Literatura sería suprema de dignidad».

Es de la ausencia del otro —de ese Otro al que la palabra se dirige y desde donde viene la Palabra— que permite la soberanía del arte: quien podría juzgar ha muerto. Pero también quien escribe ha muerto para entrar en el lenguaje, aunque deba juzgarse en la palabra como alguien que vive. La palabra que mortifica, la palabra que me hace mortal, me permite disponer de la muerte: los animales no se suicidan. Cuando Macedonio se dispone ser inmortal e inmortalizar a la Eterna, ya el lenguaje ya ha trabajado la certeza de su muerte. Las mil y una Noches —ese mensaje del deseo y el goce abierto de mundo— muestra que el discurso sigue para evitar la muerte que el discurso sigue porque la muerte es inevitable. «¡Cuán débil es la llama que oscila dentro de nosotros, cuán breve nuestra trayectoria y estrecho el círculo en que se mueven nuestros deseos, cuán vacilante el vuelo de nuestras energías! ¡Cuán inmensa y sorda a nuestros clamores es esta vasta Realidad que nos desborda y abruma y en la que se pierde como un eco lastimoso el grito de nuestro tan irritado como impotente!». Los cartas están echadas entre Macedonio Fernández y nosotros sus lectores.