alberto en su laberinto
Un sutil balance del primer año de Alberto Fernández en la Presidencia: gobernar desde Olivos, con un gabinete nórdico, gracias a la unidad intocable escriturada en el Congreso, colgados del travesaño, atravesando la pandemia eterna, con la herencia maldita a cuestas y una polarización que no cede. ¿Dónde estará la salida?
E n los días de la pandemia que se volvió rutina, Santiago Cafiero abandona la Casa Rosada alrededor de las cinco de la tarde y viaja hacia la residencia de Olivos para poner en común los datos de la crisis y la agenda de gobierno con Alberto Fernández (AF). Del encierro estricto de marzo, abril, mayo y junio, cuando los muertos oscilaban entre 5 y 50 por jornada, a las cifras del inicio de la primavera con un promedio de 300 víctimas fatales cada 24 horas, los cambios fueron notorios: la cuarentena se relajó de mil maneras, el pesimismo creció en todas las encuestas, Fernández dejó de ser el comandante aclamado para la batalla contra el virus y la polarización volvió a gobernar la coyuntura. Pero el presidente no alteró el eje de su actividad y se mantuvo en el aislamiento de la quinta presidencial. Aunque el jefe de gabinete le pidió más de una vez que se traslade a Balcarce 50, donde trabajan cada día gran parte de sus funcionarios de mayor confianza, Alberto decidió quedarse casi siempre en Olivos rodeado de un reducido grupo de colaboradores, que cumplen órdenes y pocas veces discuten de política. Con los veinte ministros que eligió apilar en un gabinete donde los que tienen experiencia política y están fogueados en la gestión de crisis se cuentan con los dedos de una mano, Fernández no tiene trato cotidiano –y es Cafiero el que atiende sus demandas. Incluso amigos del presidente dicen que entrar con propuestas o sugerencias resulta una odisea.
la crisis
El sucesor de Mauricio Macri decidió enfrentar con un esquema precario la herencia explosiva, el combate de una oposición entre rabiosa y temeraria y el impacto del covid-19. Propio de un diseño de gobierno para una Suecia sin pandemia, al presidente se le va el primer año de gestión con un balance amargo que tiene como principal activo la reestructuración de la deuda. Después de varios meses de una negociación desigual y dilatada, Martín Guzmán cerró un acuerdo que superó tanto la debilidad del gobierno como el lobby de los buitres que operaban desde adentro y desde afuera. Sin embargo, el objetivo prioritario del presidente para la primera etapa de su mandato duró nada en la agenda pública y se escurrió en un campo de batalla donde el peronismo no puede salir de su arco. Flota ahora en los despachos más optimistas de la Casa Rosada la ilusión de que lo peor ya pasó y la apuesta a un rebote del infierno al purgatorio, con la soja en tránsito de los 300 a los 400 dólares en pocos meses y los sojeros sentados sobre la cosecha a la espera de nuevos incentivos.
A los datos de la crisis global que se traducen en aumento del continente de desocupados y pobres, Argentina le suma la inestabilidad permanente, la escasez de dólares y la caída del poder adquisitivo por cuarta vez en los últimos cinco años. Mientras la canasta básica de agosto fijó en 45.478 pesos el umbral para que una familia no caiga en la pobreza, el salario mínimo vital y móvil quedó arrumbado hace meses en 16.875 pesos. El resultado no puede ser otro que el que muestran las cifras del Indec.
El frente heterogéneo que sirvió para ganar las elecciones tuvo que enfrentar infinidad de dificultades para gobernar y Fernández quedó como el administrador de diferencias que, aún sin ser irreconciliables, marcaron los límites de la política oficial. Aquella decisión de Cristina que recuperó a Alberto como la pieza que faltaba para una aritmética superadora, alteró los equilibrios y abrió paso a la victoria; pero las caras del peronismo que Fernández arrimó en campaña son las que hoy vuelven a cuarteles de invierno. Los gobernadores, que habían fugado hasta dejar a Cristina Fernández de Kirchner (CFK) como dueña de su soledad política y su cuota de popularidad irreductible, ahora aparecen otra vez como espectadores de las decisiones que se toman en Buenos Aires.
Pasó lo que algunos temían hace casi dos años, cuando Macri empezaba a ser arrastrado por los mercados y se delataba impotente para gobernar los intereses de sus aliados naturales. La crisis tan anunciada esta vez le estalló al peronismo y la pandemia proyectó el peor de los mundos sobre una economía que acumula largos años de restricción externa, ajuste y recesión. La suma de las partes no garantiza una dirección clara a la hora de marcar un rumbo y la diversidad, sin conducción clara, puede derivar en confusión y parálisis.
el presidente
Fernández es un hombre de Estado que nunca construyó poder propio y siempre trabajó para otros. Parado ahora como vértice de la alianza panperonista, no parece haber cambiado de criterio. Decidió concentrar la mayor parte de las decisiones y prefirió no delegar: por autosuficiencia, porque teme falta de lealtad o porque, en el fondo, no tiene la confianza necesaria en sus elegidos.
El presidente no cuida su palabra, la base de autoridad para un político que llegó al lugar que hoy ocupa gracias a una transfusión de votos, y encuentra en el archivo a su más implacable detractor. Resaca de su rol de jefe de gabinete y operador, apuesta demasiado a que decir es al menos tan importante como hacer y dedica horas interminables a charlar con periodistas en público y en privado. Además, habla casi todos los días en público y escribe en Twitter de manera repetida, un contraste fulminante con el uso de la palabra cargada de voltaje que hace su vicepresidenta. Pura paradoja, ese abuso de la oratoria lo lleva a quedarse sin discurso en momentos fundamentales, como cuando los muertos y los contagios llegan a su nivel más alto y el botón rojo se demuestra una fantasía. De tanto hablar, puede quedar disfónico en una sociedad que precisa orientación en medio del ruido.
En política, su misión y activo principal pasa por conducir al Frente de Todos (FdT) sin resignar el valor de la unidad. Pero Fernández decidió vetar la construcción del albertismo en lo que para algunos es una confesión abierta de su imposibilidad y quedó como una figura institucional, en el marco de una coalición donde se imponen las estructuras consolidadas de La Cámpora, los intendentes, los movimientos sociales y el massismo. Según dicen a su lado, el objetivo fundamental es preservar el “todismo” y demostrar que el aprendizaje de la con uencia no tiene vuelta atrás.
Como si Alberto no tuviera más ambición que la de ser el nombre de una transición, una excepcionalidad que no se vale de la ventana de oportunidad única que lo puso dónde está y se resigna a cumplir un papel de vehículo para un peronismo que no resolvió sus diferencias internas y solo las relegó al segundo plano, ante el espanto que Macri provocó, tanto en su auge como en su decadencia.
una de las tantas características que lo muestran como el opuesto de aquel Kirchner al que tanto le gusta invocar. El expresidente no solo era el más rápido en el terreno de la táctica y buscaba siempre concentrar la iniciativa. En paralelo, era un incansable constructor y diseñaba planes de lo más ambiciosos a largo plazo. Aun cuando en algún momento también su ensayo empezó a quedarse sin condiciones favorables desde el punto de vista económico y todavía se lo critica por no haber aprovechado al máximo el ciclo alcista de los commodities, Kirchner vivió hasta el final para la política, en un doble tiempo en el que combinaba el minuto a minuto de las decisiones en medio de la fragilidad y pensaba en el mismo acto cómo hacer para quedarse a gobernar durante veinte años. Producto de la crisis que le toca y del rol que decide actuar, Fernández aparece como un presidente gobernado por las restricciones, que hace política sin horizonte, se distrae en cuestiones secundarias y corre el riesgo de ver consumida su cuota de poder.
los límites
Pese a que tuvo un triunfo electoral mucho más amplio que el de Macri, el gobierno peronista no encontró las facilidades del egresado del Newman para presentar la ficción de una nueva etapa, en la que sus contrincantes quedaban rápidamente reducidos al pasado y la marginalidad política. Los Fernández chocaron de entrada con una correlación de fuerzas de lo más ajustada, en un doble condicionamiento que prolongó la crisis, no le concedió al oficialismo el argumento de la pesada herencia y ubicó al presidente más como una extensión del último cristinismo que como el nombre de una experiencia distinta o fundacional. Lejos de cualquier autocrítica, los factores de poder que apostaron a la aventura de Macri admitieron en el mejor de los casos haber errado con el instrumento pero siguieron aferrados a los axiomas de la Argentina meritocrática alineada con Trump y se mantuvieron desafiantes, con el objetivo tan audaz como temerario de quebrar la alianza entre AF y CFK. Un frente social-empresario que tiene bien claro lo que no quiere ejerció un poder de veto elocuente durante el primer año del Frente de Todos en el gobierno y le marcó límites en el plano económico, en el terreno de los medios, en la batalla judicial, en la Cámara de Diputados y en la calle. Fernández solo pudo frenar los desalojos, congelar alquileres y tarifas –en muchos casos a cambio de subsidios– y disponer los recursos de un Estado asfixiado y endeudado para transferir fondos a sectores perjudicados que, de todos modos, corrieron de muy lejos a la in ación y sufrieron el ajuste en sus ingresos.
la contradicción adentro
A poco de andar la cuarentena, el objetivo inicial de construir la avenida del medio, encender la economía y llamar a un acuerdo social se vio frustrado en la Argentina del empate tenso donde los que ganaron en las últimas décadas no están dispuestos a ceder nada, ni aunque venga el fin del mundo. El centro quedó dinamitado y, en más de una oportunidad, la alianza oficialista mostró que lleva la contradicción adentro. La expropiación fallida de Vicentin, la restructuración de la deuda, la tentativa de pacto con sectores empresarios, la sublevación de la policía bonaerense, la política de seguridad, la toma de tierras y la caída de reservas del Banco Central encontraron sectores del gobierno con posiciones enfrentadas y en defensa de intereses a veces contrapuestos.
Después de varias pulseadas internas en busca de dirimir posiciones de poder, el presidente armó una mesa para limar esas discrepancias y se sentó en la cabecera con Cafiero, Máximo Kirchner, Sergio Massa y Eduardo De Pedro. Lo que comenzó con cenas que se prolongaban más de la cuenta derivó después en almuerzos en los que se alternan, según dicen, cuestiones operativas con discusiones políticas. Es el segundo estamento del poder por debajo de la conversación que sostienen AF y CFK en lo más alto. Por portación de apellido, por ser el jefe de diputados y por conducir una organización que tiene presencia en todos lados, Máximo es el tercer nombre en la toma de decisiones. Crédito de Cristina, Axel Kicillof quedó apartado de ese debate intermitente, pendiente de los fondos de Nación y tomado por la provincia de Buenos Aires, la pandemia y la crisis en un territorio tan extenso como lastimado por dificultades múltiples.
La fragilidad, la incertidumbre y las discrepancias son producto de la debilidad económica, la falta de dólares y la presión de los que buscan una nueva devaluación, pese a que la divisa acumula tres años de suba y no exhibe retrasos de ningún tipo. A diferencia de lo que sucedía en los años del último cristinismo, hoy la disputa se mete adentro de la alianza oficialista, donde también militan actores que representan intereses distintos a los de la base social que se mantuvo leal a la vicepresidenta en su momento de mayor aislamiento político. Según la caracterización del reconocido economista Eduardo Basualdo, la coalición oficialista es un frente nacional que reúne a los sectores perjudicados y perseguidos por el macrismo con grupos económicos también afectados de manera relativa por el gobierno del capital financiero internacional. En torno al oficialismo, ya no se anotan solo los empresarios como Cristóbal López, que pagaron con la cárcel su asociación al kirchnerismo. También figuran los que regresaron de la mano de Fernández y Massa, como Hugo Sigman, Jorge Brito y José Luis Manzano, que se identifican con el establishment peronista que no pudo acoplarse a la aventura amarilla y encuentra ahora una nueva oportunidad. Nada es tan sorprendente, sin embargo, como el regreso de Marcelo Mindlin a las costas del pancristinismo. El comprador de la empresa de Ángelo Calcaterra, que había sido denunciado por el candidato Fernández en campaña, ahora es considerado por el presidente un ejemplo del empresariado nacional, una concesión de lo más generosa.
El gobierno tiene por delante una situación compleja, en la que se confabulan la escasez de dólares con una pandemia sin fecha de vencimiento y un cuadro de lo más delicado en el aspecto social. La desocupación volvió a ser tema de preocupación como no lo era desde hace más de 15 años, la pobreza llegó a niveles de principios de siglo y el poder adquisitivo quedó derruido por aumentos de precios que la ayuda estatal no compensa.
la salida
Contra lo que predican las empresas mediáticas que apuestan por la oposición, Cristina tuvo hasta hoy escasas responsabilidades en lo económico, intervino en contadas oportunidades y descubrió en Guzmán un aliado imprevisto: el ministro que cerró el canje de deuda en acuerdo con los Fernández es una rara avis en su sillón porque no trabaja para ninguna facción de poder y recibió en sus primeros meses elogios de Roberto Lavagna, pero defiende la necesidad de combinar expansión y ajuste en el año electoral, una característica impensada en el cristinismo original. Por eso, desde el mismo mercado que lo quiso expulsar de su cargo en más de una oportunidad hay tótems de la ortodoxia como Guillermo Calvo, Domingo Cavallo y hasta Miguel Ángel Broda que lo consideran el dique de contención de un populismo sin culpa. Calvo fue el entusiasta que afirmó en campaña que el peronismo podía hacer el ajuste que a Macri le había resultado inviable.
Paradigma de una extrema economía de recursos a la hora de preservar su poder, si los resultados no llegan y la crisis se profundiza, CFK tendrá oportunidad de plantear una alternativa en la encrucijada más sensible, para la que ella y su ministro Kicillof tampoco encontraron salida. Concentrada en la batalla judicial como prioridad, la vicepresidenta deja correr su reloj de arena y observa cómo le rinde a Fernández el esquema de decisiones que eligió. Algunos en el oficialismo suponen que, aún desbordado por su propia crisis, el gobernador bonaerense sigue siendo la principal fuente de consulta de Cristina en materia económica, lo cual sugiere que su recetario se mantiene inalterable. En el otro polo de la coalición peronista, está Massa con su gabinete económico en las sombras, donde figuran desde catequistas del mercado como Martín Redrado y Daniel Marx hasta mercadointernistas como Miguel Peirano. También el market friendly Emmanuel Álvarez Agis orbita en torno a la liga de empresarios cercanos al gobierno.
Con proyectos propios y anteriores, Cristina y Massa figuran por peso propio y por ambición como las corrientes que desbordan a Fernández desde lugares opuestos. Sus discursos y obsesiones dibujan dos países distintos unidos por el hilo del FdT, el presidente y, la novedad política del año, la sociedad que Máximo armó con Sergio para trascender la cámara de Diputados. Accionistas de una empresa de mediano plazo, el Kirchner y Massa cargan sobre sus espaldas con la responsabilidad de que el frente oficialista no se desintegre ante la adversidad. La desconfianza que parecen haber superado y las diferencias que acordaron dejar en segundo plano precisan de un escenario estable que hoy no existe.
Si la baja de retenciones para sojeros y trasnacionales aceiteras no redunda en oxígeno para el Banco Central y no aparece rápido una fuente de ingreso de dólares adicional que se mantenga en el tiempo, la dificultad del gobierno en materia económica se prolongará por lo menos hasta marzo, cuando se espera la liquidación del agronegocio en sincronía con el nuevo ciclo alcista de los commodities que se anuncia desde China. En la Argentina del minuto a minuto,, para eso falta una eternidad.
Los economistas que asesoran a Fernández admiten que una salida virtuosa no se ve clara. No es tan fácil decir en qué se equivoca el gobierno porque la encrucijada es inédita, la discusión está abierta y todos los argumentos son válidos.
Un cambio de gabinete no es de por sí ninguna solución, salvo que alumbre algún tipo de alianza de los Fernández con los sectores económicos que hoy presionan por inclinar al gigante del Frente de Todos hacia una postura más definida. El plan que tanto se reclama es sinónimo de ortodoxia lisa y llana. A eso, el gobierno no se quiere rendir pero no encuentra cómo eludir la trampa y una devaluación forzada y orientada por el mercado sería lo peor que podría pasarle. Si finalmente se da, el pacto social que fue eslogan de campaña deberá evitar una con ictividad mayor. El peronismo se juega bastante más que un resultado electoral y debe revalidarse como el único actor del sistema político capaz de gobernar la crisis. Pero en un contexto excepcional, donde el encierro se impone en todos los frentes.