agroprofetas de la alimentación

La renta del modelo agroexportador depende cada vez más de los laboratorios de última generación que convierten cada molécula en un recurso que cotiza alto en los mercados globales dominados por las transnacionales. La seguridad alimentaria y la sustentabilidad forman parte del discurso ruralista redentor, pero hay un dogma intocable: el alimento es una mercancía.

Las estadísticas que excitan a los agronegocios arrojan que en el 2050 seremos 17.000 millones de seres humanos. Hay también estimaciones a la baja, como la del sitio de estadísticas WorldMeters, que calcula 9000 millones, pero de esas no se habla tanto. Como sea, el pronóstico demográfico a la alta es decisivo para la planificación del futuro alimentario de la Argentina. Tal es así que el Canal Rural, del Grupo Clarín, incrustó en el inicio de su web un reloj que va sumando los nacimientos segundo a segundo. Dicho cambio abriría una ventana de oportunidades para la producción agrícola nacional, que ya no debería limitarse a proveer cereales para animales que ingieren los chinos sino alimentos aptos para consumo humano.

Raúl Milano, director ejecutivo de Rosgan, un consorcio de empresas ganaderas que integra la influyente Bolsa de Comercio de Rosario, afirma que “el sector ganadero tiene la suerte de estar en el espacio y tiempo del mejor lugar del mundo. No hay lugar que pueda proveer carnes rojas al mundo como Sudamérica y no hay país de Sudamérica que tenga la genética de Argentina”. La Agencia Argentina de Inversiones y Comercio Internacional (Aaici) informó, a través de su director Alejandro Wagner, que “hoy la Argentina produce alimentos para 450 millones de personas y ese número puede aumentar 150% en los próximos años”.

La apuesta por transformarnos en el supermercado del mundo exige permanentes mutaciones de paradigmas organizacionales, tecnológicos, institucionales; al tiempo que se monta sobre el mantenimiento de los modelos de desarrollo socioalimentario. Un conservadurismo extremo que bloquea la posibilidad de discutir la condición mercantil del acceso a los alimentos bajo la convicción de que se trata solo de producir más mediante la ciencia aplicada y con una brumosa sustentabilidad. En las palabras institucionales de Bioceres, sociedad anónima orientada a desarrollos biotecnológicos en semillas, inoculantes y biocombustibles: “La agricultura debe evolucionar para suplir una creciente demanda de productos de manera sustentable considerando la escasez de los recursos naturales”. O según Hernán Ghiglione, CEO regional de BASF: “Esperemos que sea más eficaz, más eficiente generar más alimentos de forma más sustentable”

Así, la proclamada demanda mundial de alimentos permite a los agroempresarios articular voracidad capitalista con apelaciones humanitarias mientras funciona como un medio privilegiado para diseñar imágenes de nuestro futuro.

biofábrica global

Hace décadas que el campo dejó de ser el espacio tecnológicamente anacrónico que alimentaba a las modernas ciudades. Se transformó en un laboratorio de última generación. Dichas tecnologías son desarrolladas y controladas en buena medida por corporaciones globales como Bayer-Monsanto, Dow AgroSciences o BASF. Desde entonces, el discurso agroempresario surfea entre un tono profético y un rol mesiánico en el que la innovación le marca el paso a la sociedad. Si las figuraciones del supermercado del mundo, que pregonó el expresidente Mauricio Macri, ubican a los humanos fundamentalmente como consumidores de alimentos provistos por corporaciones agroindustriales, para estos últimos la expectativa es concebirlos como trabajadores creativos. “El conocimiento será el lugar para la creación de puestos de trabajo”, prometió el consultor Iván Ordóñez durante su participación en las jornadas “Argentina. Supermercado del mundo 2017”

Los agronegocios se alimentan ferozmente de estas lecturas celebratorias de la sociedad del conocimiento. Hay una inclinación para considerar a las biotecnologías como un vasto campo de experimentaciones y herramientas orientadas a la producción rural. Gracias a ellas se extrema la separación entre el agro y lo rural al instalar una nueva capa de laboratoriedad que invierte la clásica dirección productiva del campo a la ciudad, yendo del laboratorio al campo. Tal como afirmó el economista Roberto Bisang en el VI Foro Nacional de Agronegocios “se trata dejar atrás la idea del granero del mundo que alguna vez nos hizo la décima economía del mundo por la de una biofábrica global”.

En 2016, un documento del abolido Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva (Mincyt) informaba que en Argentina existen 201 empresas dedicadas a negocios biotecnológicos. El 46% está vinculada a agroindustria y alimentos. Las semilleras acaparan más del 70% de las ventas totales, que incluyen mercado interno y exportaciones, liderando también la inversión y el desarrollo; mientras que los inoculantes y los agroquímicos destinados a la producción agraria ocupan un lugar preponderante en la industria química, bioquímica y biotecnológica. En cuanto a la biotecnología animal, si bien aún no hay animales genéticamente modificados (GM) para consumo humano directo, hay desarrollos que los utilizan como soportes de una farmacología molecular a través de la producción intensiva de componentes químicos existentes en la naturaleza.

El Consejo Argentino para la Información y el Desarrollo de la Biotecnología (ArgenBio), un lobby de divulgación financiado por las principales empresas del rubro, afirma que hay proyectos “que incluyen la producción de lisozima, lactoferrina, hormona de crecimiento, insulina, alfa-antitripsina, activador tisular de plasminógeno, en leche de vacas, cerdos, ovejas y cabras, o en huevos de gallina”. Y agrega: “en esta área cabe destacar el papel de Argentina, donde la empresa Biosidus obtuvo el primer tambo farmacéutico de bovinos transgénicos capaces de producir hormona de crecimiento humana en la leche y de perpetuar esta capacidad en la descendencia. Más recientemente, la misma empresa consiguió desarrollar, con la misma estrategia, terneras que producen insulina humana”.

Mientras Argentina se hunde cada vez más en una crisis catastrófica, existe un sector agroempresarial que no para de cranear innovaciones que formatean la relación de la humanidad y los alimentos con una alta valorización financiera. Así como en las últimas décadas aparecieron pooles de siembra, contratistas, una nueva generación de ingenieros agrónomos y empresas de servicios, en el sector biotecnológico tuvo lugar un incremento de las empresas especializadas que emplean cerca de ocho mil personas.

Mientras Argentina se hunde cada vez más en una crisis catastrófica, existe un sector agroempresarial que no para de cranear innovaciones que formatean la relación de la humanidad y los alimentos con una alta valorización financiera.

En un foro de debate del sector, el consultor Iván Ordóñez provocó con la siguiente pregunta: “¿Qué queremos ser? ¿Los que diseñan el Iphone o los que los ensamblan?”. Con esa imagen interrogó si se quiere ser Silicon Valley o la China de los galpones de Apple. En esa disyuntiva se juega una tensión al interior del colectivo empresarial: entre los que pretenden funcionar como mera instancia de producción de alimentos que media entre la producción tecnológica (norteamericana, europea y asiática) y los mercados de consumo de alimentos; y los que proyectan una Argentina biotecnológica que opera como un polo vanguardista para el desarrollo futuro.

Los empresarios locales ligados a las biotecnologías aplicadas en el campo se reconocen como una fuerza de carácter global capaz de exportar un bien con conocimiento intensivo como pocos y de nivel mundial. La creación en 2011 de la Cámara Argentina de Biotecnología da cuenta de esa apuesta colectiva. Para ellos ya no es cuestión de contar humanos por millones sino de descubrir genes, enzimas, proteínas, ácidos. Se trata de promover mutaciones y experimentar a escalas moleculares. “Los tiempos que vendrán requieren Inteligencia Productiva”, afirman en Agrofina, una empresa dedicada a la producción de agroquímicos para la agricultura que ahora pertenece a capitales locales pero que antes era gerenciada por un fondo de inversión norteamericano.

Desde esta perspectiva la seguridad alimentaria es, con suerte, llenar el estómago de los pobres argentinos con lo que sea y enfocarse en el objetivo prioritario: innovación científica y cuotas de exportación.

 

OGM

Las fronteras entre los proyectos financieros y los proyectos científicos ligados a la agroalimentación se han ido borrando. Mientras que el grupo inversor y consultor ADBlick, dedicado a fideicomisos agrarios que incluyen cereales y ganado en la zona pampeana, olivos en Mendoza, cultivos hidropónicos de frutillas y energía a partir de biomasa, es un proyecto financiero con incidencia en lo científico; Bioceres es un proyecto científico con incidencia financiera. Agrofina, por ejemplo, incluye un link en su web que reenvía directamente a la Comisión Nacional de Valores. Dicho esquema tiene todavía otra vuelta de tuerca que sirve para caracterizar los modos de funcionamiento de empresas globales como BASF o firmas por ahora locales como la mencionada Bioceres. BASF habla de “desarrollo conjunto” y de “agroStart” para dar cuenta del modo en que se vincula con socios más pequeños; Bioceres emplea “un enfoque de arquitectura abierta para la originación de tecnología que implica identificar y acceder a tecnologías prometedoras de terceros, y formar asociaciones estratégicas y de capital eficiente que aprovechen las capacidades de cada parte para llevar rápidamente las innovaciones al mercado”.

Esta dinámica no solo lleva a la fusión de gigantes de las biotecnologías, como ha sido la compra de Monsanto por parte de Bayer, sino a una lógica de startups: empresas nacionales que operan como proveedoras de servicios biotecnológicos e innovaciones son cada vez más rápidamente adquiridas por las grandes corporaciones. Siete de cada diez nuevas empresas con proyectos ligados al agro desaparecen luego de tres años. La investigadora Valeria Hernández analiza que “una de las ilusiones del desarrollo es que empieza un desarrollo nacional, con burguesía nacional y las pequeñas empresas que se van estructurando y consolidando; pero uno ve que en el sector de las biotecnologías las pequeñas empresas nacionales que logran estabilizarse y constituir un negocio terminan siendo compradas por las grandes empresas internacionales de biotecnología”.

Estas inmensas corporaciones están en el corazón del épico supermercado del mundo. De hecho, Argentina no se define solo por sus condiciones agrarias, ecológicas e históricas específicas sino por el peso de estos tanques transnacionales dedicados a las biotecnologías en alianza con agroempresarios que operan localmente. Desde el 2010, prácticamente la totalidad de la soja y el algodón cultivados en el país son organismos genéticamente modificados (OGM); lo mismo el maíz -transgénico en un 98%-, que es el segundo cultivo del mundo detrás del azúcar de caña. Y hay fuertes presiones para la introducción de trigo transgénico en nuestras pampas.

La insistencia cada vez más audible en las técnicas de agricultura de precisión, la utilización de Big Data para la toma de decisiones, las neuroeconomías y la exploración molecular de los organismos para su aprovechamiento indican una voluntad de replicar la lógica de la vida.

El protagonismo de las biotecnologías en el profetismo agroempresarial pretende convertir cada molécula existente en ocasión de monetización. Durante las jornadas “Argentina, Supermercado del mundo 2017”, Martín Díaz Sorita, ejecutivo de Monsanto, agradeció así a la musa inspiradora de sus estrategias: “Le queremos agradecer a La Naturaleza porque a través de sus ejemplos nos desafía en forma contínua a innovar y buscar soluciones que anticipan al desarrollo de oportunidades”

La insistencia cada vez más audible en las técnicas de agricultura de precisión, la utilización de Big Data para la toma de decisiones, las neuroeconomías y la exploración molecular de los organismos para su aprovechamiento indican una voluntad de replicar la lógica de la vida. Crear una segunda superficie vital que pueda ser controlada molécula por molécula, que en cada punto se pueda extraer el máximo beneficio posible. Es la existencia puesta a trabajar desde sus bases, como cuando Hernán Ghiglione, ejecutivo de BASF, afirma que “necesitamos que la molécula sea eficaz y eficiente”.

los camellos del corán

La épica de la alimentación en boca de los agroempresarios es una suerte de prótesis ética. La empresa Bonterra, dedicada a generar negocios en el sector, se presenta a partir de “una motivación superior: alimentar al mundo, cumplir una función social y desarrollar a nuestros socios, desarrollándonos a la vez”. Cuando algunos años atrás AdBlick decidió hacer una presentación de sus inversores redactó un documento donde se lee: “Hoy podemos definir a los inversores que nos acompañan como personas que buscan diversificar sus ahorros de largo plazo, por fuera de los sistemas financieros. Entienden la oportunidad que presenta el campo argentino y sus derivados como así también el riesgo asociado a todo emprendimiento productivo agropecuario. Atraídos no solo por un retorno económico, sino también por poder ser parte y participar de un proceso productivo que agrega valor y posiciona a nuestro país como un claro proveedor de alimentos al mundo”. Patricio Bameule, de Alimentos Naturales/Natural Foods, afirmó en unas jornadas empresariales en 2016 que “Argentina puede acompañar los cambios de estructura del consumo que se van observando en el mundo ofreciendo seguridad alimentaria, que es lo que demanda el consumidor”.

De acuerdo a la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) “la seguridad alimentaria se da cuando todas las personas tienen acceso físico, social y económico permanente a alimentos seguros, nutritivos y en cantidad suficiente para satisfacer sus requerimientos nutricionales y preferencias alimentarias, y así poder llevar una vida activa y saludable”. En un extenso informe fechado en 2012 planteó el siguiente escenario futuro: “Se prevé que la demanda mundial de alimentos aumente un 60% para 2050. Habida cuenta del cambio climático, las limitaciones de los recursos naturales y las demandas contrapuestas, especialmente en cuanto a la producción de biocombustibles, entre otros factores, esto supone un importante reto para los sistemas agrícolas y alimentarios de todo el mundo”. A pesar de señalar que “la volatilidad de los precios y los riesgos de los mercados aumentan la incertidumbre en cuanto a la seguridad alimentaria y nutricional en el mundo”, el documento calla respecto a otras vías posibles de resolución de los problemas del hambre o la mala alimentación. Tampoco se explaya sobre la presencia de gigantes del alimento o el impacto de las lógicas financieras en la producción agrícola y alimentaria. Para la FAO la seguridad alimentaria es una categoría que asume que la distribución de alimentos ha de hacerse exclusivamente por canales mercantiles. Como los camellos que, según escribió Borges, no estaban en El Corán porque a Mahoma ni se le hubiera ocurrido tener que hablar de algo tan obvio, la atmósfera privatista de la alimentación no se señala.

¿Acaso hay algo más que un deseo expansivo en la siguiente declaración de un consultor de agroempresas?: “Cuando los empresarios se imaginan el mercado potencial, no se imaginan a 7000 millones de seres humanos sino a 45 millones. El problema es que de esos 45 hay 15 que hace más o menos tres décadas son pobres, no pueden consumir mucho sino lo mínimo. Lo que quieren es que le aseguren que aquello que están consumiendo es inocuo y que es barato, pero no les importa mucho si es rico o bueno”. Desde esta perspectiva la seguridad alimentaria es, con suerte, llenar el estómago de los pobres argentinos con lo que sea y enfocarse en el objetivo prioritario: innovación científica y cuotas de exportación.

Cuestionar al supermercado del mundo como épica futura del agronegocio supone criticar también los modelos socioalimentarios y las maneras en que se produce y distribuye la comida. Las experiencias colectivas articuladas a través de los postulados de la soberanía alimentaria, como la Unión de Trabajadores de la Tierra, el Movimiento Nacional Campesino Indígena, el Movimiento de Trabajadores Excluidos, son alternativas cada vez más viables. Estos movimientos han ido explorando no solo nuevas técnicas de producción sino la estructuración de redes de distribución, circulación y consumo. El propósito es ampliar la escala de su participación en la producción y comercialización en un país en donde el 80% de los alimentos son producidos por pequeños productores pero controlados por intermediarios. También el heterogéneo movimiento agroecológico, que incluye miles de productores, redes de articulación regional y nacional como La Red Nacional de Municipios y Comunidades que Fomentan la Agroecología, cátedras libres universitarias, sectores del INTA, se ha constituido ahora en un protagonista del debate sobre modelos de producción y consumo. Una capacidad inexistente durante el auge sojero de principios de siglo. Desde las hipótesis del Buen Vivir, pasando por diversas técnicas de cultivo y la apropiación crítica de las posibilidades que brinda el desarrollo tecnológico, estos movimientos configuran un sujeto creativo con una relevante potencia estratégica.

El escenario político y social próximo requiere concebir al consumo no solo como la posibilidad de acceder a los bienes sin importar a qué bolsillos va a parar el dinero sino como un mecanismo que limite el control a corporaciones, grandes empresas y oligopolios del alimento.