germán wettstein y esteban f. campal
la soja brasileña salta las fronteras
agricultura y geopolítica en la cuenca del plata
Se sugiere al lector que busque en el mapa 1 la ciudad de Corumbá (frontera Brasil-Bolivia) y que se desplace al sur siguiendo el límite internacional: encontrará entonces los siguientes pares de ciudades: Foz de Iguaçú-Puerto Stroessner, Posadas-Puerto Mauá, Uruguaiana-Paso de los Libres, Rivera-Livramento, los dos Chuy. En no más de dos mil kilómetros de frontera se ponen en interacción los cinco países de la Cuenca del Plata (Bolivia, Paraguay, Brasil, Argentina y Uruguay): esa es el área en que se juega el verdadero futuro de los ambiciosos proyectos en marcha.
De algunos de ellos recibimos información copiosa: construcción de represas, extracción del hierro de Mutún, explotación de gas y petróleo en Santa Cruz, rutas y puentes lanzados de este a oeste. Corresponden, en general, a la construcción de esos paisajes repentinos adscriptos a la tecnología industrial.
De otros, en cambio, recibimos información fragmentada; es el caso de las transformaciones agrarias que se están operando en sectores de esa misma superficie plurinacional. Nos referiremos acá a una de ellas: la aparición de nuevos paisajes agrarios concordantes con un agresivo proceso de modernización agrícola brasileña y a sus proyecciones geopolíticas.
la expansión agrícola
Las metas establecidas por el Segundo Plan Nacional de Desarrollo para la agricultura brasileña en el próximo quinquenio, postulan un crecimiento del 7% anual. Para alcanzar esa meta se exige, a su vez, una expansión de los factores de producción del orden de 14 % en fertilizantes y 15% en maquinaria agrícola, entre otros.
Brasil tenía dos caminos posibles: una reforma agraria que afectara decididamente la estructura de la propiedad, o una modernización que introdujera nuevas técnicas y maquinarias, con vistas al aumento de la productividad. Optó por lo segundo.
Hay dos condicionantes de peso para pensar que, no obstante la dimensión del desafío, éste pueda ser cumplido. Por un lado, las previsiones de que continuará firme la demanda mundial de cereales y oleaginosos, a pesar de las fluctuaciones y caídas de los precios de algunos productos. Por otro lado, las exigencias de la balanza de pagos brasileña, que reclama exportaciones del sector agrícola del orden de los cinco mil millones de dólares por año, entre productos primarios e industrializados.
Una primera reflexión, entonces: la expansión agrícola brasileña no se hace con vistas a satisfacer las necesidades internas, sino predominantemente para aumentar las exportaciones.
Para encarar metas de la magnitud señalada, Brasil, sin reforma agraria, procuró una salida típicamente capitalista: la modernización de la agricultura a todos los niveles y en todas las regiones. El objetivo es, pues, llegar a la empresarización agraria de sur a norte y de este a oeste. Ahora bien, en el centro-norte, salvo algunos pocos grandes proyectos muy específicos, como pueden ser los de tipo forestal en la Amazonia o los enclaves ganaderos en Goiás y Mato Grosso, no hay zonas de tierras aptas para inversiones realmente rentables, con insumos modernos desarrollados para tierras fértiles de topografía adecuada.
Por ese motivo, la modernización está centrada en la región sur: en esa zona que es, para los platenses, el tan «cercano sur» brasileño.
el caso de la soja
En ese «cercano sur» la modernización no es un proyecto más: es una realidad quemante, un proceso irreversible cargado de una dinámica geopolítica de consecuencias previsibles. Y en el corazón de ese. proceso está la soja. La recopilación y ordenación de ideas-aportadas por especialistas de primera línea y debatidas en reuniones de trabajo con compañeros cercanos se refiere directa e indirectamente a ella. Brasil producía seiscientas mil toneladas en 1966, un millón en 1969, tres millones y medio en 1972.)
La soja es una leguminosa, un poroto que por su capacidad para producir aceite se inscribe entre los oleaginosos. Pero sus posibilidades van mucho más allá de esa utilización parcial y mucho más acá de sus extraordinarias utilidades alimentarias: son decenas los productos que pueden extraerse de ella, entre los cuales la leche de soja, tan apta para la alimentación infantil como la propia leche materna.
Más acá de sus posibilidades efectivas, decimos, porque por ahora en Brasil se planta soja para exportarla como grano. Es que también en eso los lineamientos han sido impuestos internacionalmente por la política comercial de Estados Unidos, que le ha marcado a la soja un destino muy concreto: servir de alimento para los animales.
Eso implica un desperdicio energético enorme: una doble transformación para que el hombre consuma (hipotéticamente) en segunda instancia, proteínas animales, cuando podría consumir directamente la proteína de la soja.
Brasil acata-por ahora las reglas de juego. Manufactura sólo el grano necesario para su consumo de aceite y vende el resto, fundamentalmente al Mercado Común Europeo (con ganadería altamente tecnificada y concentrados alimenticios aportados siempre en establecimientos cubiertos).
A raíz de una considerable merma en la producción de harina de pescado en Perú y de una disminución coetánea de la cosecha de soja en Estados Unidos (a lo que se agregó la especulación de las multinacionales con productos primarios, especialmente cereales), el precio de la soja casi se triplicó en el transcurso de 1974.
Se explica así que el área sembrada en Brasil haya sido el año pasado muy superior a la de 1973. En el 74 la producción superó los 7 millones de toneladas: se había multiplicado por 17 en una década. De mantenerse los rendimientos por hectárea de entonces, se llegará en la actual zafra a los 9 6 10 millones de toneladas: casi el 20% de la producción mundial.
Descontados los tres millones de toneladas que se destinan a la Industria aceitera (600.000 toneladas de aceite para consumo), restan no menos de seis millones de toneladas de granos: a 250 dólares reportan la friolera de 1.500 millones de dólares en una sola zafra. Y a ello debe agregarse el «farelo», subproducto del aceite (2.400.000 toneladas) que también se exporta en su mayor parte.
Se comprende que el cultivo de soja para la exportación haya provocado en Brasil una impresionante conjunción de esfuerzos créditos gubernamentales, inversiones privadas, masivo suministro de insumos que posibilitaron, en los lapsos más breves, ampliar las áreas cultivadas y ocupar nuevas tierras (1).
el proceso expansivo
La soja es un cultivo muy plástico, de fácil adaptación a los climas templados; entre otras razones, porque se ha beneficiado del formidable esfuerzo de selección de variedades realizado gracias a la Investigación agronómica estadounidense.
(1) Para tener una idea somera de lo que la ‘movimentação’ del grano implica, basta leer esta micronoticia en «Correio do Provo, Porto Alegre, 22 de enero: «El Superintendente de la Red Ferroviaria Nacional afirmó que no habrá problemas por el transporte del producto. Se usarán 3.200 vagones graneleros para trasladar los aproximadamente 4 millones de tons. que se producirán en Río Grande y los 3 millones de Paraná. En RGS se la llevará al puerto de Río Grande y en Paraná al de Paranaguá. Si no alcanzaran: todo material que ruede será puesto en circulación».
Hay miles de variedades idóneas para cada una de las peculiaridades de climas y suelos, y perfectamente adaptadas a la recolección mecánica con cosechadoras para cereales. Es obvio concluir que también se puede adaptar fácilmente a suelos y climas como los de Uruguay donde, por otra parte, la topografía y la falta de bosques facilitan y abaratan la mecanización.
El cultivo de soja se inició y expandió en Brasil a partir del Planalto medio de Río Grande del Sur, probablemente la única mancha de suelos profundos y fértiles, sin florestas, de todo su enorme territorio. En estos lugares (Cruz Alta, Carazinho, etc.) la había precedido el trigo en la década del cuarenta.
Una vez completada esa mancha y fortalecidos allí los nuevos empresarios del sistema soja-trigo, penetraron en la «nova colonial» de dicho Estado-Misiones y Alto Uruguay donde los descendientes de los primitivos colonos alemanes (1824) e italianos (1875), a fuerza de hacha y machete habían logrado eliminar la exuberante floresta nativa que cubría aquellos fértiles suelos de origen basáltico, dedicándose a las «lavouras» tradicionales de maíz, porotos y mandioca.
Los agricultores económicamente más débiles y en esa área de minifundios lo son casi todos fueron rápidamente expulsados de sus tierras o proletarizados por el pujante empresario mecanizado del referido sistema soja-trigo.
Pero el hambre de tierra de la soja no se detuvo allí. Atacó también la floresta virgen o poco hollada del oeste del Estado de Paraná. Porque al ser la soja tan rentable, permite encarar proyectos costosos, que impliquen inclusive el desmonte de grandes áreas por medios mecánicos.
El proceso mantiene hoy en día un ritmo vertiginoso; aunque la implantación de la soja se remonte a 1950, la modernización en cuanto tal no va más allá de los últimos cinco años. Las cifras lo testimonian: en 1970 se cosechaba apenas un millón de toneladas, ahora se habla ya de los diez millones.
Son efectivamente casi ocho los millones de hectáreas ya cultivadas en los Estados de Paraná, Santa Catalina y Río Grande del Sur (esto es, de seis a siete veces la superficie de tierras dedicadas a la agricultura en Uruguay, según el censo agropecuario de 1970).
El capitalismo dependiente escudado en la «modernización», no excluye modalidades «salvajes» de expansión económico-financiera, y no hay duda de que la dinámica de la soja ofrece un buen ejemplo de ellas. Resulta atinado imaginar que tal proceso de expansión genere resistencias, pero ¿qué fuerza es capaz de enfrentarlo cuando son las multinacionales las que se empeñan en este «despeque»?
En Ijuí, por ejemplo, vieja zona de colonización alemana en Río Grande del Sur, la hectárea de tierra ha llegado a vender se a 20.000 cruzeiros: más de 2.500 dólares; en el oeste de Paraná -floresta virgen hasta hace muy poco se considera corriente el precio de 1.500 dólares la hectárea; en Santo Angelo, uno de los tres principales polos agropecuarios de RGS (ver mapa 1). en plena zona misionera, los precios medios están ya en 1.000 dólares la hectárea (diario «O Globo», Río, 3 de marzo de 1975).
En Uruguay, mientras tanto, algunas de las compras realizadas por los japoneses. en Rocha: 22.000 hectáreas entre Laguna Negra y el Atlántico (diario «El Pais», Montevideo, 15 de enero), se habrían formalizado a 800.000 pesos moneda uruguaya la hectárea: aproximadamente 400 dólares; pero en el norte y noroeste apenas se llega a los 200 dólares. No está demás pensar desde ahora en el incentivo que pueden significar para las empresas brasileñas, esas tierras fértiles, llanas y sin bosques, a tales precios.
En síntesis. La modernización agrícola brasileña se centra en la zona del alto Uruguay, Iguazú y oeste del estado de Paraná y se basa en la monocultura mecanizada de la soja. Afecta, pues, necesariamente, las zonas fronterizas con Paraguay y Argentina. Presenta las siguientes características:
a) En la faz agrícola, el cultivo se da solo o alternado parcialmente con el trigo, dada la complementariedad de sus ciclos vegetativos y sobre todo del uso de la maquinaria agrícola, que es similar para ambos cultivos.
Como se sabe, el factor que más gravita en los costos de una agricultura moderna es la mecanización; al utilizar los mismos tractores, arados, sembradoras y cosechadoras, se reduce sensiblemente su costo. Se explica entonces que la tercera parte de la superficie hoy ocupada por la soja, el maíz y el trigo (tres millones de hectáreas) sea utilizada con dos cultivos al año.
b) En la faz empresarial, la modernización resulta de un verdadero «pacto social» entre los grandes propietarios de la tierra y los dueños de la maquinaria. Detrás de ese «pacto» están, indudablemente, los grandes consorcios internacionales proveedores de insumos y compradores de cosechas; así por ejemplo, en la industrialización del aceite de soja están las Anderson & Clayton, Bunge & Born, entre otras (2). Pero desde estas latitudes no tenemos claro quiénes son hoy en día los verdaderos dueños de la tierra de expansión sojera.
las consecuencias internas
La soja, en tanto agente de cambio, genera formas diversas de desplazamiento y/o de sustitución: sustituye a otros cultivos o a sistemas de producción diferentes, y desplaza a seres humanos de antigua radicación en esas tierras donde realizaban policultivos de subsistencia, alterándoles radicalmente sus dietas alimenticias.
Denominaremos a las primeras consecuencias económicas y a las segundas consecuencias sociales. Habría, además, una tercera serie de consecuencias, las ecológicas, entre las cuales una principal derivada de la sustitución de la floresta autóctona por cultivos anuales; un trastocamiento cumplido sin investigación científica previa de ningún tipo. No lo trataremos en este artículo por carecer de documentación suficiente.
(2) Esos consorcios están, ahora mismo, especulando con el precio de la soja. Las multinacionales graneleras de Chicago en combinación con el Departamento de Agricultura de los Estados Unidos anuncian oficialmente una cosecha récord -cuando recién se empezó a sembrar- de 40 millones de tons. Automáticamente los precios del mercado a término de la misma ciudad cayeron a 180 dólares la ton.: justo en el momento en que Brasil comenzaba su cosecha. La Carteira de Comercio Exterior de Brasil trata de respaldar la exportación vía cooperativas, porque si la cosecha fuera muy grande podría haber un grave estrangulamiento en transporte y almacenaje; ello postergaría la comercialización y las exportaciones hasta setiembre u octubre, y entonces ya se toparía con la cosecha de Estados Unidos.
Consecuencias económicas. Enumeraremos tres principales: la sustitución del café, la del maíz y el desplazamiento de la ganadería.
a) Sustitución del café. Se produce sobre todo en el noroeste de Paraná y también en San Pablo, con el apoyo de tres factores concomitantes: 1) el ataque del «ferrugem», una roya que afectó gravemente las matas; 2) la política de erradicación de cafetales en esas áreas marginales donde son frecuentes las heladas (en los últimos tres años, no obstante, recomenzó el estímulo para que se siembre café, pero en tierras altas libres de heladas, al sur de Minas Gerais, por ejemplo): 3) la crisis cafetalera, producida por el descenso en los precios internacionales: el café es un producto prescindible y los grandes países importadores, como Italia, restringieron las compras.
b) Sustitución del maíz. Las áreas de soja coinciden con las zonas típicamente maiceras; pero en Brasil el maíz es un cultivo de alto empleo de mano de obra y de difícil mecanización, por lo cual fue rápidamente afectado. Ello trae graves repercusiones sobre la producción porcina de la zona; la suinicultura realmente productiva -de razas de carne- está en el sur, y todos los excedentes de la producción maicera en Paraná, Santa Catalina y Río Grande del Sur se destinaban a ella. En años recientes, para mantener el más alto rebaño de cerdos de Brasil, Río Grande del Sur ha debido recurrir a la compra de maíz producido en Paraná. Ya comienza a notarse un descenso de la producción de cerdos, problema serio para la dieta popular del brasileño (arroz-porotos-tocino). Y por la misma causa se está encareciendo la producción avícola de todo el país.
c) Desplazamiento de la ganadería. La zona ganadera por excelencia ha sido Río Grande del Sur; ahora está decayendo y se corre al lugar que le corresponde: hacia el norte, en tierras menos fértiles, mejoradas con implantación de pasturas y fertilizantes. Porque no puede haber ganadería en tierras que valen más de 1.500 dólares al ser apropiadas para cultivos alimentarios básicos.
No está demás pensar, por lo tanto, en el uso que se le sigue dando a la tierra en Argentina y Uruguay, donde zonas de suelos profundos y de alta fertilidad continúan dedicadas a la ganadería extensiva y a invernadas en campo natural.
Las consecuencias sociales son de dos órdenes diferentes: ligadas a la expulsión de los campesinos minifundistas, o a la sustitución de alimentos básicos.
a) La expulsión de los campesinos minifundistas. El éxodo rural en el sur de Brasil juega solo o aliado con el cultivo de soja. Por si solo, como resultado del irreversible fenómeno de crecimiento urbano-explosivo en el Centro -Sur- donde en el término de una década la población urbana creció de 40 al 60% de la población total.
Esa gente que migró a las ciudades en busca de trabajo dejó de producir su alimento, originado hasta entonces en los pequeños predios. Hay, pues, una primera crisis alimenticia que afecta a todas las poblaciones marginales de las ciudades, porque Brasil disminuye su producción de alimentos populares por migración de campesinos que antes se dedicaban a esos cultivos de subsistencia.
Hoy aparece en la periferia de las ciudades (de los estados de San Pablo y Paraná sobre todo) un nuevo proletariado: los ‘volantes», dependientes de los «empreinteiros» o Intermediarios que contratan trabajo con los propietarios o las empresas y trasladan en camión a sus jornaleros. A estos volantes se les llama también «boias frías», porque llevan consigo su viandita de comida frugal, siempre fría. El éxodo rural asociado al cultivo de soja es causante directo de otro desplazamiento: decenas de miles de propietarios minifundistas se han radicado, en el último lustro, en otras tierras, inclusive transfronterizas.
No debe olvidarse que solamente en Río Grande del Sur, en superficie apenas una vez y media superior a la de Uruguay se contaban, en 1970, 520.000 establecimientos rurales (contra 77.000 en Uruguay para ese mismo año). Y tampoco puede olvidarse que el latifundista de las áreas de «terra de mata» tenía una cantidad de trabajadores aparceros, medieros, ocupantes a los cuales el patrón concedía tierras para que con lo producido se alimentaran, abastecieran al propio establecimiento y comercializaran el excedente. Al desaparecer tales dependientes el patrón no mantiene el cultivo anterior porque sus rendimientos son muy bajos.
Se desembocó así en la segunda modalidad de consecuencias sociales: aquellas conectadas a la modificación sustancial de la dieta alimenticia del brasileño de clase baja.
b) La sustitución de alimentos básicos. El gran afectado es el «feijão» o sea el cultivo de porotos. Los rendimientos no dejan lugar a dudas: se producen 500 a 600 quilos de porotos por hectárea frente a 1.200-1.300 de soja en igual superficie: hasta los campesinos medios optan por la soja, aunque no utilicen insumos modernos.
Se produjeron 2.500 millones de toneladas de «feijão» en 1974, cifra incluso algo menor que los 2.550 millones de siete años atrás: y los rendimientos bajan tanto como los precios que recibe el productor, mientras el consumidor paga cada vez más caro este alimento básico, debido a la insuficiencia de la oferta global, que manipulan especulativamente los intermediarios.
Otro alimento netamente popular como la mandioca consumida a diario como harina o «farofa» había sufrido ya un proceso de sustitución, a impulsos del trigo. Y como la sociedad humana no da pasos atrás en sus niveles alimenticios, la meta actual es autoabastecerse de trigo. Pero el desafío resulta difícil; Brasil parece haber alcanzado ya los tres millones de toneladas de cosecha triguera: no obstante sus necesidades ascienden ahora a cuatro millones y medio de toneladas, y seguirán aumentando aceleradamente.
De los productos de consumo imprescindible para cuatro de cada cinco brasileños queda, finalmente, el arroz. Y hay indicadores recientes de que también con. él la cosa no anda muy bien. En la última. semana de enero de este año se efectuó en Itaquí, RGS, el Encuentro Estadual de Rizicultores; participaron 556 productores y al abrir las sesiones el Presidente de la Mesa Directiva afirmó:
«No aceptamos la marginalización económica y social del sector primario. La agropecuaria brasileña está careciendo de una política agresiva para su revitalización económica y social; ella necesita estímulos idénticos a los que fueron concedidos a la organización industrial y comercial si es que se desea evitar un colapso en el abastecimiento de productos alimenticios y de materias primas.» («Folha da Tarde», Porto Alegre, 28 de enero.)
Y en las sesiones se denunciaba la existencia de más de un millón de hectáreas improductivas, sólo en RGS, pasibles de ser cultivadas con arroz previo drenaje.
En síntesis: sin reforma agraria -elemento básico para redistribuir la renta- es poco alentador el panorama alimenticio para el brasileño medio y sobre todo para el pobre; es decir, para los cincuenta millones de habitantes que hoy acceden apenas al 15% de la renta nacional.
Claro que se buscan salidas, pero ellas se orientan a los efectos y no a las causas. Así por ejemplo, el Instituto Tecnológico de Campinas, Estado de San Pablo, trabaja intensamente para introducir la soja en la dieta cotidiana; se señala como viable e incluso aconsejable un porcentaje de harina de soja en la panificación; pero los hábitos frenan la aceptación de dichas «mixturas».
El problema es grave. Un país tan extenso como Brasil no cuenta con suelos fértiles suficientes como para poder prescindir de la importación de alimentos desde áreas con ventajas comparativas notorias: Argentina y Uruguay. De allí que importe ahora reseñar las proyecciones que la modernización expansionista de la empresa agrícola brasileña, tiene sobre las áreas fronterizas de esas dos naciones.
las proyecciones geopolíticas
«Hay ángeles que todavía creen que todos los países terminan al borde de sus fronteras», dice Eduardo Galeano en «Las venas abiertas de América Latina». Entonces las decenas de miles de campesinos brasileños empujados hacia la margen derecha del río Paraná dejaron de ser ángeles en esta misma década.
Se dice que se afincan a razón de 200 por día, que ya serían ciento cincuenta mil en la franja de mil quilómetros que va de Bella Vista a Carlos A. López, que los suelos fértiles y tierras de montes que ocupan son absolutamente similares. a Ics que venían laborando en su patria. (ver «El alud brasileño», Marcha, Montevideo, 8 de noviembre de 1974).
Y se dice más también: por ejemplo, que uno de cada cinco sería representante directo de los grandes empresarios. La Unión de Empresas Brasileñas con sede en Asunción-presidida, dicho sea de paso por el general brasileño Sa Tavares que es a la vez general del ejército de Paraguay adquirió casi 200.000 hectáreas al Instituto Paraguayo de Bienestar Rural.
Otros migrantes, todavía pocos, empujados por el hambre de «terra roxa», estarían entrando clandestinamente en las Misiones argentinas, donde la mayor parte de la célebre floresta nativa se mantiene. casi virgen.
¿Hacia dónde irán cuando terminen de ocupar esas tierras? ¿Qué pasará si en Brasil se produce un repentino, necesario acceso de grandes masas de población a nuevos y mejores niveles de consumo alimenticio? ¿En qué zonas habrán de buscarse tierras suficientes para asegurar esos cultivos de sustentación? La respuesta parece ser una sola: en el sur.
Pero por ahora ello no ocurre; existe una barrera: la férrea coraza latifundista que los sólidos, constantes, invariables terratenientes ‘gaúchos’, siguen detentando en la ‘campanha’, en esa zona fronteriza del extremo sur brasileño donde el arado sólo ha logrado entrar en las pequeñas áreas apropiadas para arroz.
Por ahora no ocurre porque la expansión no ha cambiado de rumbo y el lema de Mario Travassos sigue aplicándose al pie de la letra: «¡Hacia el Oeste!» Y son efectivamente transversales, de este a oeste y viceversa, los «corredores de exportación» que Brasil ha sabido diseñar-ejecutar-ejercitar en el dinámico sur.
Los corredores de exportación (implementados por Japón que controla el transporte marítimo con grandes barcos graneleros y repite así en Brasil el viejo esquema británico aplicado en Argentina, Uruguay y Brasil), constituyen una forma integrada de diferentes sistemas de transporte carreteros, ferrocarrileros. fluviales que permiten la evacuación masiva de la producción del interior hacia los puertos exportadores.
Son los puntos de interacción entre la fase productiva y la fase agroexportadora, y sus proyecciones son tanto internas como internacionales. Se pueden enumerar cuatro, de norte a sur: dos de hinterland interno y otros dos con influencia transnacional: N 1, Minas Gerais-Vitoria, para minerales; N 2, São Paulo-Santos, para toda la producción paulista; N° 3, Puerto Stroessner-Foz de Iguaçu-Paranaguá; N° 4, Paso de los Libres-Porto Alegre-Rio Grande (Ver mapa 2).
El corredor Nº 3 puede ser visualizado fácilmente sobre el terreno: basta con seguir la pista a los silos, porque está ya montada una prolija infraestructura de acopio cerealero, mediante la cual las grandes empresas comercian con toda fluidez. dentro de Paraguay (compran a mejor precio la producción a movilizar y aseguran rápida y organizada salida).
El corredor N 4 tiene como eje el sistema fluvial tributario de la Laguna de los Patos y la carretera Porto Alegre-Uruguaiana, que conecta con Paso de los Libres. ya en Argentina. Allí se asiste a un intenso tráfico de mercaderías, mediante los supercamiones que transportan las manzanas y peras del Alto Valle del río Negro y Neuquén, hacia las grandes metrópolis brasileñas. Su terminal definitivo será el ya iniciado gran puerto de Río Grande.
Parece lógico pensar que toda la producción de las Misiones argentinas y de otras provincias del nordeste ha de rumbear al Atlántico por territorio brasileño, y que en su desplazamiento afectará también decisivamente la economía del norte y del este uruguayos.
6 Hechos políticos muy recientes confirmaron esas presunciones: el 9 de marzo de este año se efectuó en Campo Grande el encuentro Geisel-Stroeesner. Entre los proyectos de iniciación inmediata que allí se pactaron estuvo la construcción de la carretera Puerto Stroessner-Encarnación, financiada por Brasil. La potencia norteña se asegura así la salida hacia Paranaguá de la producción del área paraguaya más dinámica y las Misiones argentinas quedan de hecho aisladas del resto de «su» país porque de Encarnación a Posadas hay apenas 150 quilómetros.
Por otra parte no está demás recordar que situación parecida se viene dando con Bolivia: la conexión Santa Cruz-Corumbá-San Pablo-Santos, fija una orientación definida al comercio del este boliviano.
Y a su vez, los formidables proyectos hidroeléctricos binacionales en ejecución o proyectados, sobre los ríos Paraná y Uruguay, traerán consigo otras tantas vías de comunicación. Porque con cada nueva represa que se construye queda establecido un puente carretero y una eventual vía férrea, y así aumentan las conexiones oeste-este.
Basta pensar en lo que sucederá con el río Uruguay: antes de 1980 rodando-rodando habrá de pasarse de Puerto Unzué a Fray Bentos (eso acelerará la terminación de la Ruta 14 en Uruguay, que atraviesa recto el país de oeste a este), de Colón a Paysandú (donde ya espera fiel y dócil la Ruta 26 para servir de tránsito al este y noreste y norte), de Federación a Constitución y Belén, de Paso de los Libres a Uruguaiana; y también habrá puente en San Pedro, aguas arriba del puente anterior.
Son ya notorias, por lo demás, las conexiones de la Mesopotamia argentina con el occidente de la cuenca platense: vía túnel subfluvial Santa Fe-Paraná y gran puente carretero Resistencia-Corrientes.
¿Qué ha de pasar, después de 1980, con el puerto de Montevideo? Si pensamos en las magras exportaciones transoceánicas uruguayas de carne y lana, el panorama es sombrío. En cambio quizás a Argentina si pueda importarle seguir contando con un puerto de jerarquía y bajo costo del mantenimiento. La construcción del complejo de Brazo Largo coadyuvaría a esa hipótesis; ya se palpa en Gualeguaychú la euforia de un salto adelante inminente: quizás antes de que se termine el puente Puerto Unzué-Fray Bentos estarán ya asentadas 68 nuevas plantas industriales.
Pensar en las obras hidroeléctricas de la Cuenca significa hablar de 20 millones de quilovatios esto es, energía barata y abundante en el corto y mediano plazo.
Resulta, pues, imprescindible diseñar también desde ahora la integración estable de la agricultura de los países de la zona y en particular de su agroindustria alimenticia. Porque, valga a modo de ejemplo, si Argentina y Uruguay y el área meridional de Río Grande del Sur tienen ventajas comparativas indudables para la producción, a base de pasturas, de carne bovina y leche, no se justificarían las grandes inversiones que proyecta realizar Brasil para esos mismos fines -Plan Polo centro (3)- en la muy difícil área de «cerrado» del planalto central cuyo centro es Brasilia.
En síntesis: se trata de una carrera contra reloj, y muy desequilibrada si se atiende a los recursos humanos en juego. He aquí la situación demográfica de la región sur de Brasil a comienzos de esta década (en miles de habitantes):
Paraná 6.930
Santa Catalina 2.902
Rio Grande del Sur 6.665
TOTAL 16.497
Fuente: Ministerio do Planejamento. Censo 1970.
De ese total de 17 millones de personas asentadas en una superficie de 580.000 km². cinco millones componen la población activa mayor de diez años. Y al compás de esa fuerza de trabajo y de las altas tasas de natalidad se perfeccionan las puntas de lanza de la civilización urbanizada del nuevo sur: Porto Alegre, un millón; Curitiba, seiscientos mil; Florianópolis, doscientos cincuenta mil; Pelotas, doscientos mil; Santa María, Río Grande y Bagé, cien mil cada una; Uruguaiana y Livramento (sesenta mil cada una).
Solamente en Río Grande del Sur nace por año un número de niños equivalente al total de población trabajadora rural que resta hoy en día en los campos de todo el Uruguay.
Y ese panorama demográfico puede generalizarse a los otros países limítrofes: en la zona este de Paraguay (Dptos. de Caaguazú, Amambay y Alto Paraná) hay menos de diez habitantes por quilómetro cuadrado; en la zona noreste de Argentina (Chaco, Formosa, Misiones, Corrientes y tres departamentos del norte de Santa Fe) la densidad es de seis habitantes por quilómetro cuadrado; y allí se radica apenas el 3% de la producción industrial de todo el país.
la frontera norte del uruguay
Uruguay no tiene posibilidad alguna de hacer frente a la marea demográfica y agrícola surbrasileña. De poco han de servir, inclusive, los frenos jurídicos referentes a límites para adquirir tierras por extranjeros en dichas zonas fronterizas. Si la actual «integración» continúa al ritmo que lleva, será difícil catalogar de «extranjeros» a los buenos socios capitalistas.
Por ahora en el norte uruguayo -al estilo de lo que ya dijimos ocurre en el extremo sur de Río Grande del Sur- la barrera es estructural y reside en el poder económico y político del latifundio pastoril. ¿Y en verdad el atraso geopolítico actual de Argentina y de Uruguay no es al fin resultado directo del predominio de la mentalidad pastoril a escala de nación? La estructura latifundista, aún intocada en ambos países, es todavía capaz de resistir (no obstante su baja productividad) la concurrencia de la agricultura moderna que depende de insumos caros: maquinaria, fertilizantes, etc
(3) El llamado Plan Polocentro está ya en principio de ejecución, con un área piloto de tres millones de hectáreas situadas en Minas Gerais, Goias y Mato Grosso. Requerirá, para el mejoramiento de pasturas, aplicación masiva de fertilizantes. Pero cuenta desde ahora con el «fertilizante» principal: capitales japoneses por un billón de dólares que se invertirán en la implantación de un complejo agroindustrial binacional. «Y sin reivindicar ninguna facilidad fiscal para la exportación de lucros», según destaca O Estado de São Paulo’ en marzo de 1975. Un dato para comparar: el producto bruto interno total de Uruguay es de 1.500 millones de dólares.
¿Pero podrá seguir siendo barrera cuando las multinacionales que controlan el comercio mundial de granos e insumos modernos decidan otras políticas?
En instancias histórico-políticas diferentes -a las que se llegará inexorablemente, pero con retraso- Uruguay habría quizás podido ensayar la reconquista de su desolado norte; esto es, intentar, como empresa patriótica, un tipo de colonización fronteriza que permitiera una afirmación estable del hombre uruguayo con su suelo.Hay modelos exitosos dentro del país, como la Unidad Cooperaria de Cololó, en el departamento de Soriano, que justificarían ensayar una colonización autóctona.
Y hasta la organización de tipo empresarial sería válida, con un Estado fuerte, nacionalizador y audaz tras de sí. Muchas veces se ha pensado por estas latitudes que las explotaciones agropecuarias suponen, para maximizar su rendimiento, la necesidad de que el propietario esté establecido en el propio predio. El fenómeno de la modernización brasileña descripta, está mostrando la posibilidad de que haya propietarios fuera de ellos, y que la producción se asegure gracias a administradores eficaces, con altos rendimientos dada la tecnología utilizada.
De allí bastaría un pequeño salto de audacia gubernamental para concebir al propio estado como propietario de la tierra, apoyándose en asalariados seguros de su fuente de trabajo y conscientes del papel histórico a cumplir.
No se trata por cierto de jugar un utópico papel histórico de «enfrentar» a Brasil, sino asumir la responsabilidad intransferible de contribuir a una organización productiva más racional con el fin de acompañar dignamente los proyectos de integración macroregional y continental.
La era secular de la explotación tradicional del agro está a punto de terminar. Y parece que tendrá la muerte merecida: por inanición o arrumbamiento en el sitio de los trastos ya inservibles.
Fenece en un momento crucial de la historia latinoamericana: el de la sustitución de los mercados transcontinentales por los mercados regionales y continentales.
final y principio
Resulta un lindo desafío ese de intentar el desarrollo cabal de la Cuenca del Plata en beneficio de los 70 millones de habitantes que la pueblan. Pero para lograrlo hay todavía que develar muchas incógnitas y resolver innumerables contradicciones.
¿Qué es en realidad la integración? ¿Con quiénes debe llevarse adelante? ¿Sobre qué bases debe estructurarse? ¿Cuál es la perspectiva integradora que mejor se acomoda a los países platenses? ¿Se compaginan esas perspectivas entre sí? ¿Cómo se complementa esa «nuestra» integración, con los proyectos geopolíticos que están ocurriendo en el área del Caribe?
Se trata de una lista de preguntas que todo lector atento puede ampliar y que deben formularse los estados y nosotros. con una óptica nacional y sin olvidar nunca el papel que juega el imperialismo, del manera abierta o enmascarado detrás de las empresas multinacionales.
Una cosa si debe ser clara para nosotros siempre: la integración deberá conducir necesariamente hacia un desarrollo auténtico y no dependiente en lo económico y social, político y cultural, técnico y científico a esta nueva etnia de criollos y gringos acriollados que compo remos acá en el sur. Porque ya es tiempo tras cuatro siglos de injusticias y postergaciones, que dejemos de ser un mero objeto de la historia y nos convirtamos en participantes activos del común proyecto latinoamericano.
la soja en la argentina
A partir de principios de siglo, se intenta implantar el cultivo de la soja en el país.
Varias gestiones se realizan en este orden, aunque todas ellas de pequeña magnitud. Recién en 1939, en la provincia de Misiones, la Junta Nacional de Granos recolecta las primeras bolsas de esta semilla, que los productores habían canjeado por alimentos en los almacenes de ramos generales. El precio mínimo fue impuesto recién en 1965.
La Bolsa de Cereales de Buenos Aires promueve la difusión del cultivo de soja como grano y en la II Reunión Técnica Nacional de la Soja, en 1970, se la declara por unanimidad «cultivo de interés nacional».
Dos años después el entonces Ministerio de Agricultura y Ganadería, dicta un decreto-ley que respalda ampliamente la moción de la Bolsa de Cereales de Buenos Aires.
Recién en el 70/71 comienza a aumentar la producción de soja en el país. La producción aumenta de 27.000 toneladas a 59.000. En el 71/72, se aumenta el área de siembra en un 112 % y de 37.000 hectáreas se llega a 79.000. En la campaña del 72/73 esta cifra se supera ampliamente, llegando casi a 170.000 hectáreas con una producción de 272.000 toneladas, lo cual representa un aumento en la producción de 244% con respecto a la anterior.
La provincia de Santa Fe es la primera productora de soja. Este cultivo reemplazó casi totalmente al girasol de segunda; el girasol sembrado tarde tiene muy pocas posibilidades de suministrar altos rendimientos.
La provincia de Misiones tuvo también un incremento importante, aunque sus costos de producción son más elevados. Tucumán cuenta con que el dique «El Cadillal» permitirá regar
42.000 hectáreas, de las cuales una buena parte podrá cultivarse con soja.
Gran entusiasmo despertó en Córdoba la siembra de esta semilla. A fines del 74 se llevaban a cabo quince ensayos comparativos de rendimiento en quince localidades. De 2.000 hectáreas en el 72, se llegó a 30.000 Ha en la campaña del 73/74.
No sucedió lo mismo en la provincia de Buenos Aires. Aquí la falta de variedad de semillas precoces y semiprecoces frenó bastante su expansión. Este problema va siendo superado con la ayuda de la Secretaría de Agricultura.
Tierras que prácticamente eran improductivas en la provincia de Corrientes, están siendo cubiertas por este sembrado. El Banco de la Provincia otorgó créditos que cubren el 100% de los gastos. Y de 6.400 hectáreas en el 72/73 se pasó casi a 15.000 en el 73/74. Jujuy. Salta y Chaco también cultivan soja, pero aún tienen muy poca incidencia.
Para la comercialización de esta semilla, se han fijado hasta ahora precios sostén y mínimos con sentido de promoción. El precio del grano en este momento es compensador, también como resultado del valor que tienen, en el mercado internacional, la harina de soja y el aceite.
La soja es una fuente potencial de exportación, que además puede hacerse con un bajo costo social. Se dan entonces las condiciones para un aumento espectacular de este cultivo, que representa un aporte de considerable magnitud en la provisión de las proteínas básicas que requiere la nutrición más adecuada de los pueblos.
(Datos tomados de la Jornada Internacional de la Soja, realizada el 4 de diciembre de 1973 en el salón San Martín de la Bolsa de Cereales de Buenos Aires.)
