rescate inflación

«la crisis en carne y hueso»

testimonios y datos

Junio conmovió al país. Los precios pegaron el mayor salto de la historia argentina. Los salarios perdieron súbitamente poder de compra y se contrajo el mercado interno; la devaluación vació los bolsillos de los trabajadores y colocó a las empresas nacionales ante una grave crisis de descapitalización. Se anunció, oficialmente, una política acuerdista con las corporaciones multinacionales. El proceso estaba lejos del fin cuando fue a imprenta esta edición de crisis. Como crisis se define en muchas de sus páginas, como un órgano cultural «intermediario» de las voces de la gente, hemos preferido, en estas circunstancias, centrar nuestro aporte en los testimonios directos de las clases sociales que soportan el peso fuerte de la situación actual. Obreros metalúrgicos, textiles, de la alimentación y de otros sectores hablaron para la revista. También hombres y mujeres de las capas medias, desde otras perspectivas, dieron sus opiniones.

estos testimonios directos de la crisis, hemos agregado los datos económicos básicos que operan en el trasfondo de la situación planteada, y un cotejo entre el Plan Rodrigo y los «planes de estabilización» propuestos por el Fondo Monetario Internacional para los países del Tercer Mundo.

En la próxima edición, publicaremos nuevos análisis sobre los aspectos más salientes de la política económica oficial.

testimonios de la clase obrera

«una bronca muy grande”

1 -«Cuando entrás es de noche y cuando te vas, ya el sol se va yendo. Y por eso al mediodía todo el mundo se consigue cinco minutos para ver el solcito en la calle, o en un patio de la fábrica, porque no ves el sol en el galpón: entra la luz pero al sol no lo ves nunca.»

Con este despiole de los aumentos en la fábrica hablamos como nunca de un montón de cosas. Por ejemplo, se comenta bastante el problema de la vivienda. Salvo aquel que tiene un terrenito y se hizo una casita de a poco o fue pagando una prefabricada, para los demás no queda otra cosa que ir, si uno es joven o se casó recién, a vivir con alguno de la familia, cosa que es jodida, porque hay que ver también cómo se lleva uno con ese pariente.

Después está el problema de las horas extras. Porque por un lado piden que aumente la producción y por el otro no te quieren dar horas extras, al menos en la fábrica nuestra, porque lo que producimos no es de lujo pero tampoco de primera necesidad, de comer, entonces ahora, ¿quién va a poder comprar? Lo que se quiere es que se trabaje más en las mismas horas, y eso no puede ser. Uno trata de hacer el ritmo normal, común, primero por uno, por la salud. Yo empiezo a trabajar a las siete de la mañana, y hay que trabajar rápido, porque a medida que uno termina una pieza hay que pasársela al otro que espera, y hasta que uno no tiene terminada su parte el otro no puede seguir, es una cosa muy rápida. Al principio todo va fenómeno, pero cuando se hacen las doce y media… Te dan media hora, menos, veinte minutos para comer, así que tenés que tragar algo frío, un sandwis, cosa así, porque el reglamento de la fábrica no te deja cocinar, los patrones dicen que se pierde tiempo, y, desde la suya, tienen razón. Pero mejor sería comer algo caliente y no frío, especialmente en el invierno. Así que te tragaste el pan y fiambre y ya toca el timbre y tenés que estar laburando de vuelta, y es el momento más jodido para trabajar lento, porque es cuando el supervisor más te vigila. Y cuando es la una y media de la tarde el tiempo no se te pasa más… son tres horas que se te hacen muy largas, y cuando son las cuatro y cuarto suena el timbre, pero ya a las cuatro estamos todos mirando fijo el reloj… Y una cosa jodida es el asunto de los accidentes. Los otros días me cambiaron de la sección de armado en donde estoy y me mandaron a trabajar en una agujereadora, había que agrandar un agujerito a las chapitas, y ese día me cansé más que nunca, porque estaba cagado, porque en cualquier momento me podía hacer mierda la mano, y uno trabaja sin guantes, sin nada, y si te tira la mano para adentro y si no soltás a tiempo se te agujerea la mano o se te rompe la cara si se traba la pieza… Y todo eso se nota. Más cuando pasa el tiempo, y ahora peor porque todos sabemos que lo que se gana no va a alcanzar para un carajo. Así es la cosa. Incluso, al principio del día, uno está todavía más o menos alegre, uno piensa: bueno, nos pasamos nueve horas acá, hay que apechugarla; y por eso, digamos, se jode un poco mientras se labura. Pero a medida que pasan las horas, quien más quien menos se va pudriendo y la cosa se va haciendo más espesa, y ya nadie dice nada… ¿Qué pasa entonces?, que trabajás todo el día, que se te pasa el día ahí adentro. Cuando entrás es de noche y cuando te vás ya el sol se va yendo. Y por eso al mediodía todo el mundo se consigue cinco minutos para ver el solcito en la calle, o en un patio de la fábrica, porque no ves el sol en el galpón: entra la luz pero el sol no lo ves nunca. Te levantás de noche y salís de laburar cuando se va el sol, cuando se va el día. Y nada más. Eso también cansa, porque parece que uno no viviera, que estuviera muerto. Por eso se esperan mucho los feriados, y uno se amarga cuando vienen sin sol, que llueve. Y el lunes uno se va a laburar con un flor de rechifle… Y hay muchos que tienen dos trabajos. Yo me arreglo con uno y alguna changuita porque mi mujer también trabaja, pero hay compañeros que tienen varios pibes y la mujer tiene que quedarse a cuidarlos, y entonces, como la guita no alcanza, hay que tener dos trabajos. ¿Y qué pasa? Que salís del trabajo cuatro, cuatro y cuarto, y tenés que ir a otro turno, y eso mata. Se nota porque esos son los compañeros que andan siempre cabreros, amargados. Cuesta trabajo sacarles una sonrisa durante el día, son compañeros que están mal, que les pesa vivir. Y también jode el que siempre uno esté haciendo lo mismo, en el taller el trabajo no cambia. Y salvo aquel que tiene un oficio, porque tuvo la suerte de ir al «Industrial» o de entrar de aprendiz en alguna máquina, el resto, la mayoría que está de «operario», no tiene chance de cambiar de trabajo, ni de conseguir oficio. Se hace difícil avanzar, a menos que uno se ponga a botonear a los compañeros… y ese es más o menos el panorama para el resto de la vida. La vida es el trabajo, y no hay otra cosa, más cuando a uno lo agarran los turnos rotativos. Y a veces hay que quedarse a la fuerza en un trabajo que no gusta, y uno no puede encontrar otro, y por ahí se va la vida…. También está el asunto de los hijos. Con todos estos problemas muchos compañeros opinan que es mejor no tenerlos. Otros opinan que hay que tenerlos igual, y algunos ya están revirados. Por ejemplo, un compañero hace siete años que está pagando la casita, y dice que hasta dentro de tres años más que le faltan para pagarla toda, no va a tener un hijo. Y yo creo que ese compañero ya está perdido; que se pudrió.

Y después está la medicina de la empresa, que sólo le importa que uno rinda como máquina, no como persona. Uno acá en la fábrica pasa muchas tristezas, pero eso de las tristezas no lo sé contar bien. Diría que lo que pasa es que uno está adentro de una gran cosa gris, que todo el día es gris… a veces no es para tanto porque hay chistes, pero también hay que ver qué clase de chistes. A veces la gente se pone violenta y empieza a hacer chistes jodidos. Hay fábricas donde se trabaja con cosas al rojo vivo y de pronto por joda se las tiran por la cabeza, pero es porque está la espuma, está mal el clima, está jodido, pero está jodido y cada vez más jodido porque todo el día uno la pasa laburando y pagan mal y no alcanza y la gente está podrida. O tipos grandes, y viene uno y te tira con un vaso de agua y el otro le tira el vaso por la cabeza, un poco porque la gente no aguanta más y, además, porque uno se pudre de repetir todos los días el mismo trabajo y saber que mañana será igual.

Y hay otra cosa que tiene que ver con el trabajo en la fábrica y tiene también que ver con lo de afuera. Hay gente que trabaja catorce horas por día y dice: «Bueno, me la aguanto, quiero hacer un montón de cosas», pero, sin embargo, hay cosas que no se pueden hacer, porque todo aumenta y porque es como si uno se acercara a algo que quiere alcanzar pero que siempre se va alejando. Entonces eso también a veces jode. Es una pena que a uno le agarra.

2 -«Y todo se combina, trabajar en distintos turnos, una vuelta de noche, otra vuelta de tarde, otra vuelta de día… Además las horas extras y los premios. Al final mi marido, y yo misma, quedamos convertidos en un animal que sólo quiere comer lo que se puede o lo que hay y dormir lo que resta.»

Estuve trabajando en una fábrica de alimentación, después pasé a una de vestidos, y ahora, porque estoy embarazada, no consigo trabajo fijo, hago algunas changuitas. En la fábrica de alimentación todo era muy malo. Yo entraba a trabajar a las seis de la mañana y salía a las tres de la tarde, pero me había ido de mi casa a las cuatro y veinte de la mañana porque tenía mucho tiempo de viaje. Trabajaba incluso los sábados, aunque nos pagaban medio día, los patrones decían que trabajamos medio día porque entrábamos como siempre pero salíamos a la una. En la fábrica nos daban quince minutos para almorzar, pero el almuerzo dependía del funcionamiento de las máquinas, y había días que aunque entrábamos como siempre a las seis de la mañana el almuerzo era a las siete, y después hasta las tres de la tarde no podíamos comer nada. Y claro, el almuerzo era una tacita de mate cocido y un pedacito de queso, porque si una llegaba a comer otra cosa a esa hora después se moría. Ahí trabajé en dos secciones, una que era insalubre, pero cuando me sacaron de ahí casi lloro, era insalubre porque volaba un polvito… Ahí yo tenía que armar las cajas y cargarlas en un carrito, y para aguantar el «ritmo de producción». como le dicen, tenía que cargar de a seis cajas y cada caja pesa cinco kilos, o sea que eran como treinta kilos, y todo el día, las nueve horas cargando treinta kilos, de arriba de la mesa al carrito, de arriba de la mesa al carrito… y siempre parada, la silla no la veía ni dibujada. En esos momentos el trabajo me parecía pesado, pero después me pasaron a otra sección que era alimentación de máquinas, y ahí tenía que cargar planchas de metal todo el día, y de a varias a la vez, y cada una pesaba tres kilos, y para alcan- zarlas me tenía que poner en puntas de pie… Yo peso 47 kilos. Y tenía que alimentar todo el día las máquinas, y como tenía que alimentar tres máquinas al mismo tiempo no tenía ni siquiera un segundo para descansar, por ejemplo, si quería ir al baño no podía, porque se paraba la producción en todas las máquinas… Y lo más terrible es que si se trata de una máquina o de dos alguna posibilidad hay de descansar un poquito, de estirar al menos los brazos, pero como se trataba de tres máquinas a la vez no se podía… Y hay otras compañeras que alimentaban de a cuatro máquinas juntas…

Yo no duré mucho, no aguantaba más, pero había otras compañeras que trabajaban así hacía como diez años. Incluso se comentaba que ése era un trabajo de hombres, pero que no se lo daban a los hombres por las resistencias que ponían a aguantar ese ritmo, pero como con las mujeres pasa que hay más necesidad de trabajo, se aguanta cualquier cosa.

En el gremio de la alimentación hay cosas de no creer. Me contó una amiga que fue a otra fábrica más grande que, por ejemplo, la revisación médica a que las obligan es cualquier cosa, de manoseo directamente, las hacen parar desnudas delante de tres médicos, las hacen caminar desnudas, agacharse, subir escaleras. Y para comprobar si no están embarazadas, porque ahora con la ley hay ciertos beneficios para la mujer así, ¿no?, hacen depositar «pérdida» en un frasquito para comprobar que tienen la mestruación todos los meses, y eso, el frasquito, se lo tienen que dar al jefe de personal. O sea, el jefe de personal anota cada 28 días si le vino la mestruación o no. Y eso todavía pasa. Y lo que lleva a eso es la gran necesidad, porque si no nadie lo aguanta. Es por hambre o por tenerle que dar de comer a los hijos. Es un aprovechamiento más, ahora que todo va mal.

Después hay cosas que se suman. Yo hace poco conseguí entrar en una fábrica de vestidos, y justo coincidió con que quedé embarazada, y por eso antes de que me confirmaran me echaron, porque ahora hay una ley que es para proteger a la mujer que va a ser madre, pero que en el fondo también perjudica, porque no deja conseguir trabajo.

Hay en todos un gran miedo a quedarse sin trabajo, y por eso se aguanta cualquier cosa. Si una lee el «Clarín», en la número 32, ve apenas que muy poquitos de los trabajos son para mujeres, en el resto buscan hombres.

Y ahora, a partir de Rodrigo, todo es peor, aunque aumenten como se pide en las paritarias no va a alcanzar, porque hay aumentos en las cosas de dos y tres veces el precio de antes, ya sea manteca, leche, o cualquier otra cosa de ésas que se necesitan sin falta, y por una docena de pañales piden $100.000… Además, ya nadie se arregla con un trabajo, hay que hacer horas extras o doble turno.

Y en estos momentos otras de las cosas más bravas son los. «turnos rotativos», como le pasa a mi marido. O sea que él trabaja una semana de seis a dos, otra semana de dos a diez de la noche, y otra semana de diez de la noche a seis de la mañana… Quiere. decir que no se puede ordenar la vida nunca. Una semana se trabaja un horario, otra semana otro, y otra semana otro… Y si se da que la mujer también trabaja en la fábrica con turno rotativo peor aún. Como la mujer no puede trabajar de noche, trabaja de día o de tarde. O sea que cuando se da la suerte de que se coincide se coincide, pero eso pasa poco, porque la mujer tiene dos horarios y el marido tres. Ahí se ven… qué sé yo, ¡por foto! Y no hay otra chance si uno quiere mantener su hogar, porque casi todas las fábricas grandes están trabajando así, y estas fábricas son las que mejor pagan, mi marido esto lo sabe bien, porque estuvo en fábricas chicas y luego logró pasar a una fábrica grande, y trabajan así por lo que les cuesta a los patrones parar las máquinas. Los que trabajan en turnos comunes son los talleres chicos que son los que menos pagan. Y es un problema de lo más grande para el hogar, para los hijos, porque hay veces que a los hijos no se los ve nunca, durante los días de semana ellos están en el colegio y el marido o una trabajando o durmiendo si trabajó de noche; hay un desbarajuste en la casa total.

Después están los premios a la producción, y una se rompe por necesidad de ganarlos, pero es un cansancio físico terrible. Y todo se combina, trabajar en distintos turnos, una vuelta de noche, otra vuelta de tarde, otra vuelta de día… Además las horas extras y los premios. Al final mi marido, y yo misma, quedamos convertidos en un animal que sólo quiere comer lo que se puede o lo que hay y dormir lo que resta. La vida es bastante mala…
Y está también el problema de la vivienda y de los transportes.

Si una necesita mudarse, porque consiguió otro trabajo o aumentó la familia, o por otra cosa, bueno, no consigue una casita nunca, nadie quiere alquilar, y los que alquilan piden locuras. Y los transportes, al menos en la provincia, son un desastre, no se cumplen los horarios y cobran lo que se les dá la gana. Y el tren también aumentó un montón. Y en la provincia hay que tomar más de un colectivo, es difícil conseguir uno solo que lleve de la casa al trabajo, y al sumar eso a fin de mes no hay sueldo que alcance, al menos el de un trabajador. En la capital me parece que eso se nota menos.

A una familia de trabajadores como la nuestra, hoy le quedan pocas alegrías, pocas cosas para distraerse. Fíjese lo del diario. Hasta ahora, se compraba todos los días, pero con los aumentos ya no, a lo sumo día por medio, y una se había acostumbrado a leer siempre el diario… Y después estaba lo de ir de vez en cuando al cine, pero ahora, con los aumentos, tampoco eso. Y libros y teatros, no, una nunca tuvo nada que ver con eso. No. conozco en la fábrica a nadie que haya ido alguna vez al teatro. Libros tampoco, una está cansada para eso, y las letras son muy chiquitas, cansa, o al menos una no está acostumbrada. Alguna revista sí, pero ahora tampoco, mi marido compraba D’Artagnan y de historietas. Todo lo que no canse, porque una ya viene toda rota de la fábrica.

A mi no me confirmaron en la fábrica de vestidos, y conseguir trabajo, ahora que estoy de cuatro meses es imposible. Ninguna fábrica me va a dar trabajo sabiendo después los beneficios que hay para las embarazadas. Ni locos la toman a una. Y para después ya veo el lío de los turnos rotativos, y que las guarderías son muy peligrosas, hay muchas donde no se alimenta a los chicos o les dan cosas raras para que no lloren. Así que sólo queda que consiga trabajos por hora o changuitas en las casas. Y los salarios familiares no ayudan para nada, son muy bajos. Y para peor con todos estos malditos aumentos una se ve acorralada y hasta respiro mal…

3 -«El matrimonio vive para eso, y más si hay chicos: para trabajar vive, y todas las otras cosas buenas se pierden, ni siquiera hay tiempo de hablar, de contarse las cosas que pasan en el día. No sé decirlo mejor, es feo, pero una vuelve muy cansada.»

Trabajo en el gremio metalúrgico, en una fábrica chica, hacemos aparatos de medición. El mayor problema es que ahora con todos estos aumentos de la vida ya nada alcanza, ni para comer ni para vivir decentemente.

Nosotras al mediodía comemos todas juntas, traemos comida de nuestras casas, pero aún así vemos que no hay forma de estirar lo que se gana. Uno gasta lo menos, apenas lo indispensable, y se trata de hacer una sola comida fuerte, a la noche; al mediodía nos arreglamos en la fábrica con cualquier cosa que recalentamos de lo que quedó. Y con esto de los aumentos, y de los convenios, hay una gran bronca, porque primero decían que nos iban a dar el cien por ciento, y ahora parece que sólo el cincuenta, pero sea como sea igual estamos mal, porque una va a comprar y todo aumentó el doble, pero también el triple o más.

Entramos en el trabajo a las siete de la mañana, o sea que nos levantamos a las cinco, cinco y media, como mínimo, porque no todos vivimos cerca de la fábrica. Y ya es temprano, ¿no? Después rajando, sin tomar nada, hay que empezar a viajar. Como hay menos colectivos a esas horas, o así parece, una viaja toda apretada, y hay que estar con tiempo en la parada, porque se pierde un colectivo por un minuto y después tiene que esperar el otro por lo menos durante veinte minutos. En la fábrica el horario es muy estricto, si se llega con un minuto de atraso ya descuentan media hora, y si una llega a las siete y media descuentan una hora; y eso es mucho a fin de mes, ¿no? No hay ninguna bondad, a pesar de los problemas con los colectivos, y también eso es un desastre, digo, los precios del boleto. Bueno, entonces se trabaja, y al mediodía hay una hora para almorzar en que se para la fábrica. Generalmente lo que trajimos fueron guisos, guisos de lentejas, de porotos, a veces algún guiso de ternera, pero eso ya es un lujo, una suerte, y algo de fruta, pero ahora, con los aumentos, la fruta la dejamos. A veces, entre todas las compañeras compramos fideos y hacemos fideos para todos. A la una se sigue con el trabajo, hasta las cinco, y de ahí nos vamos a nuestras casas. Quien más quien menos tarda hora, hora y media en llegar a la casa. Aquí hay que limpiar un poco la pieza, el baño, la ropa y preparar la comida para la noche. Yo no tengo chicos, pero supongo que las que los tienen los van a buscar en donde los dejaron, en lo de algún pariente o de alguna vecina del barrio que no trabaja y que ayuda teniéndolos. Y a las nueve, nueve y media de la noche, chau, hay que ir a la cama, si no, ¿quién se levanta todos los días?

Se vive un poco para trabajar, para ganarse la comida diaria… y nada más, no hay otras cosas. Y una se da cuenta que eso hace mal, hasta a la vida con el esposo, con el marido o con quien una vive. O sea, no hay tiempo ni para estar juntos, ni para pensar en otra cosa que no sea ganar ese peso diario para poder vivir, comer: para poder seguir. Más en estos momentos en que todo está tan caro y es tan difícil, entonces. el matrimonio vive para eso, y más si hay chicos: para trabajar vive, y todas las otras cosas buenas se pierden, ni siquiera hay tiempo de hablar, de contarse las cosas que pasan en el día. Además, una vuelve muy cansada del trabajo y del viaje, y lo que más se espera es la hora de poder dormir un poco… no sé decirlo mejor, es triste, es feo, pero una vuelve muy cansada.

4 -«Se vive también un gran desencanto, esto va todo a la deriva, eso es lo que se siente en la fábrica, y nadie sabe lo que va a ganar y lo que va a costar, y nadie puede medir nada, porque uno tampoco sabe a cuánto van a seguir aumentando las cosas, y entonces a uno le viene el miedo.»

Tengo 27 años, mi fábrica es más o menos grande, somos unos treinta obreros y después hay técnicos y administrativos. Pero, hay mucha distancia entre nosotros y ellos, los técnicos y administrativos. Con esto del aumento del costo de la vida hay en general un caldo espeso, yo no sé qué va a pasar, en qué va a terminar todo este despelote.

Una de las cosas que dio más bronca fue lo que dijo el ministro sobre el consumo de los artículos de lujo, o algo parecido. Y sonó mal, porque los artículos de lujo son de la gente que puede darse esos lujos, los obreros no tenemos para eso. Entonces se charla en la fábrica de porqué se toman medidas que embroman más que nada al obrero. Hay un capataz de la fábrica que decía que un ventilador, una estufa, uno se la compra una sola vez en la vida, y que por eso aunque aumentan no hay mayor problema. Pero eso es macana, porque uno se compra esas cosas cuando va a formar un hogar, no cuando ya lo tiene todo, al menos en lo general, y además no creo que tener una estufa y un ventilador sea demasiado lujo, pero esos aparatos quien no los compró ya no los compra más, al menos trabajando. Entonces uno se da cuenta que lo que está diciendo ese ministro es todo una mentira y eso da bronca. Se vive también un gran desencanto, esto va todo a la deriva, eso es lo que se siente en la fábrica, y nadie sabe lo que va a ganar y lo que va a costar, y nadie puede medir nada, porque uno tampoco sabe a cuánto van a seguir aumentando las cosas, y entonces a uno le viene el miedo..

Y todo el día hay que estar haciendo cálculos, de lo que va a ganar y va a gastar. Y todo ese quilombo se ve en un montón de cosas de todos los días. Por ejemplo, todo el mundo viaja colado en el tren. A la ida y a la vuelta. A la ida porque va relleno y a la vuelta, aunque a veces no esté relleno, porque es mejor negocio viajar colado y que alguna vez te agarre el boletero, que pagar el boleto todos los días. Es la verdad, te cobran cinco mil pesos de multa, y conviene viajar colado siempre, y si a uno lo agarran alguna vez paga las cinco lucas contento, bueno, contento no, pero te la aguantás y te cagás de risa de esas cinco lucas, porque al final ganaste la diferencia. Y además, hay que ver que el «chancho» se anime a empezar a preguntar, porque si somos muchos, no va a joder, ¿no? Entonces… claro que no está muy bien, porque es como si a uno lo están obligando a ser ladrón, a hacer cosas que no habría que hacer, pero no hay otra chance, si se paga todo no alcanza para vivir. Alguna diferencia, algún rebusque hay que tener.

clase obrera/testimonios

1 «la bola fue creciendo»

En estos momentos el despelote está más clarito. Quiero decir que está clarito que esto ya no tiene arreglo. Primero fue uno y después fue otro; la cosa es que la bola fue creciendo y nos aplastó a todos los que estábamos abajo.

2 «y no sea que la liguen los pibes»

La plata no alcanza, sube todo, desde la comida a los viajes, y uno se la pasa hablando todo el día de lo mismo y como con eso uno no arregla nada, uno se pone peor, y no sea que después todavía la liguen los pibes de uno, pobrecitos, que nada tienen que ver con lo que pasa.

3 «no se lo traga nadie»

A mí todo esto me tiene muy mal, y todavía tengo amigos que me cargan, porque yo soy el más peronista de todos, pero ahora me apuran y no sé qué decir, porque la verdad que a este asunto ya no se lo traga nadie.

4 «esta suba de locos»

El gremio nuestro es bastante fuerte y al menos estamos mejor que otros, pero si esto sigue así todo lo que habíamos avanzado lo vamos a perder. Y no creo que por más aumentos que nos den volvamos a estar, cuanto menos, a como estábamos antes de que viniera esta suba de locos en las cosas y en el transporte.

5 «yo lavo pañales, ¿y ahora?»

Yo tengo un trabajo que no es muy importante, o sea: limpio pañales en una lavandería. Hay que hacerlo a mano, y no es una cosa que me guste estar todo el día lavando las suciedades, bueno, pero no tengo un oficio y necesito, así que lo hago, y más o menos me saco unos doscientos veinte mil al mes. Pero ahora, me dice la dueña de la lavandería que a lo mejor voy a tener que buscarme otro trabajo, porque la gente, como hoy ya está todo más caro,

manda menos pañales a lavar. Y claro, los chicos no van a dejar de hacer caca, ¿no?, pero a lo mejor los empiezan a lavar las señoras de la casa, y eso a mí me mata, porque entonces voy a tener que buscarme otra cosa, y mientras tanto, ¿de qué voy a vivir?

6 «del trabajo al afano»

Antes era de casa al trabajo y del trabajo a casa, y yo pienso que eso está bien si alguien tiene trabajo y tiene casa, y si cuando llega a la casa después de trabajar tiene para comer, pero ahora la cosa va a ser de casa al trabajo y del trabajo al afano, porque si no a uno se lo morfan los piojos…

7 «si viviera el viejo»

Lo que pasa es que se murió Perón, y los que están arriba no saben qué mongo hacer con el balurdo. Es un decir, no, no podría el «Viejo» haberse aguantado unos años más…?

8 «no hay rebusque que valga»

Yo creo que estamos peor para rebuscársela, para conseguir algo. En estos momentos ya no hay rebusque que valga. La cosa es más difícil, y nadie sabe si le va a alcanzar el sueldo hasta fin de mes o no. En eso hay mucha desesperación, y por eso también se presta menos atención a la familia de una y a una misma.

9 «ahora nos damos cuenta»

Para mi, esto de pasarla mal, de no tener tiempo para otras cosas, y vivir para el trabajo y para comer, pienso que viene ya de hace mucho tiempo. Lo distinto es que ahora nos damos todos cuenta; no hay disfraz que valga.

10 «la bronca que hay»

Lo que yo vivo, lo que veo en la fábrica es una bronca muy grande, y también una gran desilusión. Una tensión muy grande con todo, y eso se ve más que nada en el trato con los encargados de sección, con los patrones, en todas las cosas del trabajo. Con la bronca que hay cualquier cosa que a lo mejor en otro momento hubiera pasado como una cosa más, en este momento la menor cosita hace que todo salte, que todo el mundo explote.

11 «me hace sentir impotente»

A mi… no sé, todo esto me hace sentir impotente, una es mujer y se da cuenta que hay una gran mentira, una gran injusticia, y me duele no poder lograr que se arreglen todos estos problemas y estar todos un poco mejor.

12 «laburo como un animal»

Mire, no venga con preguntas. Yo me levanto todos los días a la cinco de la matina, y laburo como un animal y ya me tiene este asunto los huevos por el suelo. No sólo tengo que aguantarlo al «trompa», también mi mujer me tiene loco con que no le alcanza lo que le doy. ¡Me puede decir para qué mierda uno vive!

13 «¿nos rajamos para australia?»

Una nueva es que todos se quieren rajar, bueno, todos no, pero muchos. La gente en el trabajo habla de irse a Australia. En la fábrica nosotros tenemos un muchacho que es uruguayo y el otro día todos lo jodían. Le decían: «Vos, uruguayo, te viniste acá y de acá nos rajamos todos para Australia». Lo que sucede es que dicen que allá pagan el sueldo en dólares y que te mantienen a los hijos, en esto no sé cómo viene bien la mano, si te pagan porque necesitan varones o mujeres… Esa es la nueva: Que ahora nosotros también de acá nos vayamos a otro lado. Alguna gente se la quiere rebuscar con ese asunto, y eso está mal, porque hay que abandonar el país, y éste es el país de uno y es rico, pero la gente no da más.

testimonios de la clase media, y la clase media alta

“se acabó el confort”

1 «el régimen de la clase media»

Sólo puedo decir lo mismo que dice toda la calle: «Esto no se aguanta». Y creo que la situación se sintetiza en el título utilizado por un diario de la mañana: «El réquiem de la clase media».
(H. S., propietaria de una boutique en las cercanías de Austria y Peña.)

2 «yo ligo nada más que las malas»

Directamente, los que somos clase media vamos a pasar a ser proletarios. Lo cual me tiene bastante sin cuidado si eso me apareja al proletariado en las muchas cosas que éste tiene de buenas. empezando por su conciencia de clase y su solidaridad. Pero lo que pasa es que aquí yo ligo nada más que las cosas malas de la clase media y ninguna de las buenas del proletariado.
(A. P., ama de casa. dos hijos: casada con el gerente de una ropería para hombres.)

3 «me han dicho que allá no falta nada»

Yo no sé por qué aquí, en el Barrio Norte, falta de todo. Aparentemente, el proletariado está mejor abastecido. En la famosa Ciudad Oculta, que queda al final de la General Paz y que no se ve desde la General Paz ni desde el Camino Negro ni desde ningún lado, me han dicho que no falta nada. Pero debe ser porque la gente compra menos. Allí vive la señora que me limpia el negocio y ella me trae, desde la villa esa, un montón de cosas a precio oficial.
(J. G., dueña de una tintorería cerca de Libertador y Tagle.)

4 «variaciones sobre un tema de paganini»

Todo está tan caro que nadie puede resolver su situación. Estamos en lo mismo de siempre: mientras los precios suben por el ascensor, los sueldos van por la escalera. A mi juicio, no son las medidas lo que hay que cambiar. Lo que hay que cambiar es el sistema. Todo lo demás son variaciones sobre un tema de Paganini que no conforman a nadie.
(N. S., psicoanalista, divorciada, sin hijos.)

5 «un país no es una cámara pinchada»

Lo que ocurre en el país no es un problema económico. Es un problema político. Político-social. Y su única y exclusiva consecuencia es el problema económico que tenemos ahora y que afrontamos todos, con ganas o sin ganas, unos mejor y otros peor. Esto no se arregla con parches: un país es un país y no una cámara pinchada.
(L. G., actriz, casada, sin hijos.)

6 «no se pudo repetir la receta»

En gran parte, todo esto es el fracaso de una política de Perón, que fue fácil poner en práctica cuando había qué distribuir. Indudablemente, esa política mejoró la distribución. Cuando había qué distribuir, el obrero mejoró muchísimo. Por algo los obreros son peronistas. Pero ahora no se pudo repetir la receta.
(E. P., secretaria-ejecutiva, soltera, sin cargas de familia.)

7 «el rezongo”

Lo que peor me pone es entrar al almacén y oír despotricar a las mujeres. Que si el detergente, que si el azúcar, que si el papel higiénico. Que si faltan, que si cuestan mucho. Son capaces de matar a media ciudad y de hipotecar el futuro con tal de acaparar mercaderías que no saben si van a utilizar. Pero ninguna piensa nada, todo es anecdótico: «A mí, lo que me da mi marido para gastos no me alcanza para llegar a mitad de mes». «Yo le suspendi a los chicos la gaseosa y la fruta.» «Nosotros, este año, vamos a tener que quedarnos sin vacaciones.» Qué quiere que le diga: todas vuelcan sus frustraciones en el rezongo. Yo tuve que reducir mis sesiones con el analista y no digo nada.
(C. V., mannequin y modelo publicitaria, soltera.)

8 «paris»

A mi me encanta irme todas las primaveras a París. Pero ahora no voy a poder llegar a La Salada siquiera. No me importaría un rábano no volver a Europa si aquí la gente estuviera mucho mejor. Pero no moverme para que de veinticuatro millones sólo un par de millones la pasen fenómeno, me revienta.
(C. Z., ama de casa, casada, seis hijos.)

9 «me la paso haciendo colas»

Para dar un parecer tendría que estar mejor informada y saber qué pasa en el país, en qué se emplean las divisas, qué va a pasar con la industria y el comercio, si habrá desocupación. Pero ni tiempo de leer los diarios tengo: me la paso haciendo colas. Cola para el azúcar, para el papel higiénico, para la harina, para el aceite, para el café…
(M. R., ama de casa, casada en segundas nupcias, cinco hijos.)

10 «con trenza o rodete»

La situación es un horror, cualquier pavada anda por las nubes. Fíjese el jamón, la fruta, la verdura, la manteca. Claro que nosotras sabemos por dónde se corta el hilo. Tendremos que resignarnos y prescindir de ciertas cosas no del todo necesarias. La peluquería, por ejemplo, un lujo que sirve para que no nos sintamos fregonas. Corte de puntas, marcado y peinado, ¡veinticinco mil pesos! Un disparate. Lo que es mi marido va a tener que acostumbrarse a verme con trenza o rodete.
(N. A., empleada de comercio, casada, un hijo.)

11 «un millón de pesos»

¿Qué se resuelve con opinar? Lo que hay que hacer es cuentas. Yo integro una familia tipo: mi marido, dos chicos y yo. En comida se nos van, por lo bajo, un promedio de doce mil pesos diarios: 360 mil mensuales. Los chicos estudian y necesitan libros, guardapolvos, cooperadora, el sangüichito para el recreo, transporte y otros gastos: 50 mil: sin contar lo que reciben por semana. Alquiler: 150 mil; luz. gas, teléfono, otros 70 mil. Y también están los demás gastos de la casa, artículos de limpieza, de tocador, tintorería, la señora que viene dos veces por semana a planchar y ayudarme en las tareas domésticas: 300 mil. Y farmacia y médico, que por desgracia nunca faltan, y ropa para todos y alguna salida, imprevistos, compromisos, etcétera. Sume y va a ver: para vivir apenas con decoro y sin darse el menor gusto hace falta más de un millón de pesos por mes.
(E. A., ama de casa, dos hijos; casada con un ejecutivo.)

los hombres

1 «se acabó el confort»

Entiendo que en este país se acabó el confort. Las fábricas. aunque por ahora estén capeando el temporal, van a tener que parar. Realmente no les será posible importar la enorme cantidad de materiales con que trabajan. Un lavarropas, un tocadiscos, todos los artefactos para el hogar, van a costar cifras astronómicas. Porque todo lo llamado industria nacional no es tal. Es armado y fabricación de una cantidad de cosas, pero toda la electrónica es importada. Para que pueda haber ocupación y para que pueda haber Industrias, me pregunto si hay que vender el país. Onganía, en su época, vendió media Argentina; la única solución ahora, ¿es vender la otra mitad?
(J. K., director-gerente de una fábrica de electrodomésticos.)

2 «peor están los obreros»

La clase media que me rodea, lo digo por mis empleados, está con la soga al cuello. Pero peor están los obreros: como la misma mona. El médico de fábrica acaba su jornada reventado porque se pasa el día tomándole la presión a los obreros. Están todos como locos. Yo puedo mejorarles un poco un sueldo, darles premios, gratificaciones. Pero de todas maneras me resulta imposible resolver sus problemas: tengo que pensar en los míos.
(J. C., propietario de una fábrica metalúrgica.}

3 «la clase media no existe»

Lo que se busca es que haya un 10 a un 12% de desocupación. O sea que en un futuro no muy lejano mengüe la demanda de mano de obra. E, incluso, la demanda de salarios. Hasta que la gente se conforme con poder trabajar y con consumir según las posibilidades que le ofrezca el trabajo que obtenga. Ahora más que nunca se hace visible lo que siempre fuimos: colonia. En lo que nos está pasando se le ve la mano al Fondo Monetario Internacional, que trata siempre de buscar una optimización de la mano de obra flotante en forma de permitir la exportación a niveles rentables mundialmente. Y no me vengan a hablar de qué va a pasarle a la clase media: porque la clase media no existe. Lo que existe siempre es una clase dirigente y una clase dirigida. La clase media es un invento de tipo colchón, ya que no tiene en sus manos la plusvalía. O sea que el almacenero y el profesional, si bien ganan algo más que el proletario, ni poseen medios de producción propios ni usufructúan el trabajo de los otros. ¿Qué hacemos con que un almacenero no se vaya a Europa ni se compre un departamento de cien millones? Le falta el poder de la oligarquía, el poder del capital, no tiene capital. En cambio, la oligarquía, aunque no tenga capital, tiene, en términos de poder, el poder que le delega la metrópoli dominante. Con lo que va a vivir supeditada a los grandes monopolios, a las multinacionales. Quien debe estar delirante de alegría es Krieger Vassena: porque esta política es la suya.
(F. D., médico, soltero y sin cargas de familia.)

4 «preservación de la fuente de trabajo»

-En casa tenemos dos sueldos más un negocio. Así que puedo hablar a dos niveles: como comerciante y como empleado. Como comerciante, no puedo decir que ya haya sentido el impacto de la situación. La repercusión nunca es inmediata. Pero el negocio ya está sufriendo un «parate»: los alcances los voy a conocer a lo sumo en un par de meses. Como empleado, mi sueldo era excelente hasta no hace mucho tiempo: ahora, si con ese sueldo tuviera que mantener a mi familia, la mataría de hambre. Entre mis compañeros, la mayor preocupación es la preservación de la fuente de trabajo. Porque como esa fuente depende de materiales importados, ya hay muchos que se ven despedidos. La psicosis cunde. Y me pregunto si no se nos podía haber preparado para afrontar con más serenidad semejante estado de cosas. ¿No hay posibilidades de que un gobierno se pueda comunicar con su pueblo? ¿Los funcionarios ignoran lo que son las consideraciones de tipo humano?… Y quiero agregar algo, referirme a la reacción de la clase media alta. Trato a esa gente en un club del Tigre, del que soy socio. Y es gente que está llorando lágrimas de cocodrilo. Tiene reservas, «guita» afuera y mucho para vender y para resistir. Y, sin embargo, se queja. Y creo que hasta más amargamente que los obreros. Esa gente nunca hizo nada por evitar lo que pasa ahora y ahora tampoco tiene interés en hacer nada. Su actitud revela el egoísmo de toda una clase.
(F. G., empleado y comerciante; casado, dos hijos adolescentes.)

5 «tomar el colectivo»

A la clase media siempre la joden. A mi trabajo viene mucha gente en auto, técnicos muertos de hambre que tienen un auto de segunda mano porque viven en Tortuguitas, en Villa Adelina o en Bernal. Son tipos, casi todos, con dos empleos. Ahora, con lo que cuesta la nafta, ya no van a poder venir más en auto; no les va a quedar otro remedio que levantarse dos horas antes y tomar el colectivo.
(R. L., jefe-técnico de una planta Impresora situada en Florida.)

6 “eso no era real»

Hace pocos años, la Argentina decidió, en materia política. adaptarse al criterio de la realidad. La apertura a Cuba fue la mejor demostración. Pero en materia económica seguíamos en una ficción. Todos los valores estaban manejados por el estado en forma arbitraria, tanto el valor de la moneda, la emisión de la moneda, el costo de los productos, sin tener en cuenta el verdadero valor económico real de la producción argentina. Esta quizá sea la primera vez en que se toma de forma tan frontal el gran problema de los precios políticos de la producción del estado, que producían el gran déficit estatal que impedía tanto la inversión pública como la facilitación de créditos para la inversión privada. Si con tales medidas el estado como productor puede hacer que esa producción sea solventada por sí misma, sin recurrir a Rentas Generales, entonces, por lo menos, se habrá terminado con ese tremendo lastre que es el subsidio a la propia producción estatal. Aclaro: la producción estatal es todo aquello que el estado ha reservado para sí, por criterios estratégicos, como monopolios de producción. Resulta más que lógico que el monopolio de la electricidad, del petróleo, del transporte ferroviario, esté en manos del estado: pero el estado debe arbitrar los medios para que se solventen no con Rentas Generales sino con el producido de su propia explotación. Naturalmente que estas medidas tenían que ser acompañadas por otras. Las otras han sido la reactualización del peso frente a la moneda extranjera. En las condiciones en que se estaba, el exportar, es decir el productor de las divisas que necesita el país para su ampliación y su desarrollo, no obtenía el lógico beneficio que lo estimulara a seguir exportando. Porque recibía por cada dólar que él vendía afuera una cantidad de pesos que no era retributiva ni de su producción ni de su esfuerzo. El estado le decía a usted: «Por cada dólar que exporte va a recibir tanto». Y lo hacía caprichosamente, o de acuerdo con sus intereses del momento. Evidentemente, eso no era real. Y aun en las actuales condiciones de paridad cambiaria se está bastante lejos de la realidad también. Pero es posible que este primer estímulo al exportador signifique que el país puede seguir exportando o aumentando sus exportaciones para que el país pueda tener la cantidad necesaria de divisas para su desarrollo y su expansión.
(P. S., abogado: gerente de empresa.)

7 «hay que terminar con el mito»

Se habla de crisis. Pero se suele utilizar el término con un sentido que no parece corresponder a la realidad. Ni el ministro Rodrigo ni el gobierno justicialista produjeron, inventaron o descubrieron la crisis. Simplemente la sufren políticamente, como la clase obrera y la media la sufren socialmente. A nuestro juicio, lo que está en crisis en la Argentina es el sistema demoliberal capitalista dependiente. La Argentina fue siempre un país usufructuado más que explotado. La naturaleza trabajó pródigamente por y para el hombre. De ese modo, a comienzos de este siglo, por sus riquezas en ganado vacuno y ovino y por su producción de cereales, nuestro país estaba económicamente entre los primeros del mundo. Por supuesto que el país se debatía en medio de la injusticia social y de su dependencia del ciclo económico europeo, pero la inmigración y los capitales llegaban a raudales y las exportaciones salían a torrentes. Aunque no se repartía bien, había mucho para repartir. La inmigración no era la soñada por Alberdi o Sarmiento. En lugar de escoceses o suizos, venían italianos, españoles, rusos y polacos. Bakunin y Marx aparecieron «infiltrados» entre los inmigrantes y hubo que dictar la Ley de Residencia. Pero, aun así, este capitalismo argentino era idílico comparado con el europeo de mediados del siglo XIX. A pesar de la riqueza del país, la deuda del estado fue aumentando progresivamente, tanto en el orden interno como en el internacional. Y poco a poco los argentinos comenzaron a comerse sus enormes saldos exportables. La oligarquía terrateniente y la incipiente burguesía industrial prestaban al estado lo que hubieran debido darle con una más justa distribución de la riqueza. Y como muestra de las dificultades financieras de los gobiernos argentinos, la Caja de Conversión estuvo abierta sólo un puñado de años entre 1905 y 1930. Sin embargo, pobres y ricos, argentinos y extranjeros, seguían creyendo en el gran futuro del país. La crisis del ’29 inicia un nuevo período en la medida en que el estado comienza a actuar decididamente como contralor de la vida económica en lo interno y en que el sistema económico comienza a cerrarse. La Segunda Guerra Mundial obliga a un nuevo proceso de substitución de importaciones. El peronismo en el gobierno lo fomenta, echa las bases de una sociedad más justa y liquida la deuda externa. Del ’50 en adelante, los hechos están muy frescos: coletazos de la crisis británica y del boom de Corea, cambios alternativos de políticas económicas, en general falta de planificación, inflación alternada con rigidez monetaria, aumento de la deuda interna y externa, acortamiento y moderación del ciclo económico, dificultades políticas, evasión impositiva y de capitales al exterior, crecientes déficits fiscales, reducción de nuestros saldos exportables en los rubros tradicionales.

Tenemos un campo improductivo y una industria ineficiente a los que se suma un gigantesco aparato estatal que disimula la desocupación a costa de mantener una burocracia parasitaria. En el fondo, éstas nos parecen expresiones de la crisis de un sistema capitalista dependiente que arranca de muy atrás, pero que se ha agravado como consecuencia de los hábitos de consumo que la dependencia neocolonial ha generado en los argentinos. La crisis existe y va a perdurar muchos años con independencia del partido o estamento que esté en el gobierno. El equipo Rodrigo, que ha heredado una pesada carga, le quiso indicar al país que no puede seguir con su tren de vida artificial. Equivocó el camino técnico. Pero el problema fundamental no está en esta política transitoria, sino en que los argentinos nos negamos a pagar el precio que implica la liquidación del sistema capitalista dependiente en que vivimos. Agarrárselas con Rodrigo significa escaparse por la tangente. Hay que terminar con el mito del «país fabulosamente rico» y comprender que la gran riqueza potencial está en el trabajo ordenado y planificado sobre nuevas bases sociales y la integración latinoamericana.
(G. J., economista, casado, cinco hijos.)