el candidato sin techo
Frente al estallido de la arquitectura social elegida por el ciclo progresista latinoamericano, se abren dos opciones: juntar los pedazos y tratar de unirlos con el pegamento de la nostalgia y la fe en las antiguas recetas, o aprovechar la oportunidad para imaginar los contornos de un nuevo ciclo. En esta entrevista, Guilherme Boulos, emergente de la crisis brasilera, sugiere algunas hipótesis para salir de la posdemocracia por abajo.
“Mirá, yo no estoy con el control de mi agenda porque el lanzamiento de la candidatura me implica una serie inmanejable de compromisos, así que te paso el teléfono del compañero que está con ese tema. Abrazo”. El audio enviado por Boulos denota un manejo exacto del castellano, confirmado en las dos horas de conversación que mantuvimos en la sede central del Movimiento de Trabajadores Sin Techo (MTST). La vieja casona, que supo ser recinto del gobierno local, está ubicada en Taboão da Serra, municipio al extremo oeste de la periferia paulista. Allí reina el orden y una limpieza difícil de empardar en el prolífico universo de la política plebeya latinoamericana.
Boulos es la nueva promesa de la izquierda brasilera por cuatro motivos. Porque es el líder de la organización social más dinámica e irreverente del Brasil actual. Porque fue designado candidato a presidente por el Partido Socialismo y Libertad (PSOL), movimiento crítico de los gobiernos del PT que logró constituirse en una referencia alternativa. Porque mantiene un diálogo de respeto y mutua admiración con Lula, quien sorprendió en su trascendental discurso de São Bernardo do Campo presentándolo en cierto modo como “el heredero”. Y porque es visto con recelo desde el establishment político e intelectual, como lo muestra el artículo que le dedicara Sergio Fausto, presidente ejecutivo de la Fundación Fernando Henrique Cardoso, titulado “La vieja nueva izquierda”.
El entrevistado apaga Zeca Pagodinho y encendemos el grabador. Resulta inevitable comenzar por Marielle Franco, la referente de Río de Janeiro que había saludado con entusiasmo la candidatura de Boulos, antes de caer acribillada el 14 de marzo último: “Es difícil establecer hoy quién mató a Marielle. Pero está claro que fue un asesinato político. Era una de las líderes más combativas de Río. Lo importante ahora es saber quién ordenó su muerte. Al mismo tiempo, estamos enfrentando una tentativa perversa por parte de los medios y del gobierno de concretar un segundo asesinato de Marielle. Temer, pocas horas después del crimen, fue a la televisión y dijo que el hecho refuerza la necesidad de intervención militar. Están intentando utilizar el atentado para seguir la escalada de violencia que ella rechazaba, y pervertir así su legado”
¿Cómo se digiere un hecho así? Digamos que las balas te picaron cerca.
—Vivimos un momento de grave regresión democrática en Brasil. El golpe parlamentario contra Dilma, el papel de los jueces interviniendo en política, la criminalización de las luchas, el intento de proscribir a Lula de las elecciones. En el último año el número de personas asesinadas por conflictos de tierra en el campo en Brasil fue el mayor de los últimos quince años. El próximo paso es la entrada de los militares en la escena.
¿Las vías legales son suficientes en este contexto?
—Creemos necesario levantar la bandera de un frente democrático contra la barbarie, que reúna a todas las fuerzas progresistas y democráticas de la sociedad. No es un frente electoral ni un proyecto político, porque en este campo hay diversidad y es importante que se expresen. Pero ante el crecimiento de la violencia política, es necesario un frente común..
¿Y si esta regresión, que nosotros llamamos posdemocracia, en lugar de ser algo excepcional y pasajero se convierte en la norma que viene?
—El ciclo progresista en Brasil estuvo marcado por la conciliación de intereses: hubo políticas sociales, aumentó el salario mínimo, los pobres mejoraron sus condiciones de vida, pero no se han combatido los privilegios esenciales. La estructura del Estado permanece igual, no se democratizó. Tampoco los medios de comunicación. No se han tocado temas claves como el tributario o la regulación del sistema financiero. Pero fue posible hacer lo que llamamos “ganagana”: ganan los de arriba y también ganan algo los de abajo. En el actual momento de crisis esta política no tiene más espacio. Para que el capitalismo mantenga sus tasas de lucro, después de la crisis de 2008, ya no se tolera la conciliación. Este es el sentido del golpe de Temer: no se trataba solo de cambiar a la persona que estaba en la presidencia para poner a alguien que no fue electo sino, y sobre todo, imponer una agenda que no hubiera sido votada por el pueblo. La configuración institucional que toma esta regresión democrática es la de un gran protagonismo político del poder judicial. El papel de tutela que en épocas anteriores asumieron los militares, hoy está en manos de los jueces. El sistema político que se inauguró en Brasil hace treinta años, al finalizar la dictadura militar, está agotado. Estamos ante una crisis de representación profunda que se expresa también como crisis democrática.
¿Tiene credibilidad el poder judicial en Brasil? ¿Los jueces actúan en concordancia con las fuerzas políticas o tienen su propia lógica más bien corporativa?
—Las encuestas marcan que su credibilidad va cayendo. Pero se propone a la sociedad como representante de la moralidad pública, decidido a combatir la corrupción. En cierto modo ha consolidado la idea de que van a hacer la limpieza. Como parte de esta ofensiva judicial, hay una tentativa de retirar a Lula del proceso electoral con una condena sin pruebas y un juez que se comportó como jefe de partido, de manera selectiva, con la intención de hacer política directamente. En este punto no se trata de concordar o no con el proyecto de Lula, es un tema democrático muy importante en la coyuntura. Pero no se puede hacer un análisis simplista. No es cuestión de decir “el poder judicial representa los intereses de la burguesía solamente”. En el momento del golpe parlamentario a Dilma lograron unirse los sectores financieros, las grandes entidades de empresarios, con los viejos partidos políticos. Se actuó de manera sincronizada para generar un clima que permitió la destitución. En aquel momento había un interés común, pero después estas facciones del golpe empezaron una guerra entre ellas. Parte del poder judicial fue contra Temer, intentaron sacarlo, utilizando la operación Lava Jato. Hay una disputa entre sectores de la clase dominante que intentan dilucidar cuál es la salida: si corresponde recomponer los viejos actores de la República, o tendrá lugar un endurecimiento en nombre de la limpieza comandado por sectores del poder judicial. Hay diferencias entre ellos. Y el poder judicial está en pie de guerra.
A medida que se acerquen las elecciones, ¿esas diferentes tendencias dentro del establishment van a confluir o la tensión va a mantenerse?
—Ellos están intentando una confluencia pero hoy están divididos. La figura en la que el poder económico más confía es en la del gobernador de San Pablo, Geraldo Alckmin, pero no es precisamente un tipo popular y en las encuestas no despega. Entonces aparece un fascista como Bolsonaro que crece en las encuestas y no es propiamente un candidato del poder concentrado. Hay otros nombres, como el de Henrique Meirelles, representante orgánico de los bancos y ministro de Economía de Temer. O Rodrigo Maia, presidente de la Cámara de Diputados. Es decir, hay confusión, no hay unidad. Esta va a ser la elección más dispersa en términos de candidaturas desde 1989.
te amo, te odio, dame más
En Argentina muchos escucharon por primera vez el nombre de Boulos el 16 de abril, cuando ocurrió la ocupación del lujoso triplex atribuido a Lula en Guarujá. La noticia recorrió el mundo gracias a la originalidad y audacia de la acción. Un grupo de integrantes del MTST, con el dirigente a la cabeza, subió al último piso del Edificio Solaris, frente a la playa Asturias, y colgó del balcón una bandera que decía: “si es de Lula es nuestro; si no, por qué está preso”. El propio Lula había dado la idea unos meses antes, cuando denunciaba con sorna la incoherencia judicial: “Si me condenaron, por lo menos que me den el departamento, ahí se justifica. Por lo menos que me den una escritura. Yo ya le pedí a Guilherme Boulos que mande a su gente a ocupar aquel departamento. Si dicen que es mío, que lo ocupen”. Con el expresidente ya en prisión, Boulos le tomó la palabra.
El episodio forma parte de un interesantísimo diálogo público entre el carismático líder que transita el final de una vida legendaria y el combativo dirigente social que afronta su primera candidatura a presidente. El clímax de esta conversación política a cielo abierto fue en el comienzo del histórico discurso del 7 de abril en São Bernardo, pocas horas antes de entregarse a la policía. Lula hablaba ante una multitud que se había congregado para protegerlo, cuando lo saludó con sentido escénico: “Compañero Guilherme Boulos”. A continuación lo tomó de la mano, lo condujo hacia el centro de la palestra, y prosiguió: “Nuestro compañero que está participando de esta jornada siendo candidato a presidente de la República por el PSOL, es un compañero de la más alta calidad. Ustedes tienen que tener en cuenta la seriedad de este muchacho. Y le digo ‘muchacho’ porque solo tiene 35 años. Cuando yo hice la huelga del 78 tenía 33 años y conseguí, a través de esa huelga, llegar a crear un partido y volverme presidente. Vos tenés futuro, hermano”.
¿El PT sigue siendo una alternativa para el campo popular?
—El PT sigue siendo el partido más grande del campo progresista en Brasil, pero no está en condiciones hoy de presentar un proyecto de futuro para la izquierda. Primero, en los últimos veinte años el PT construyó un camino de mucho compromiso con otros intereses y se ha distanciado del trabajo de base y de la proximidad orgánica con los deseos y perspectivas de transformación que tenía en su origen. Conserva un apoyo popular afín a Lula, que no se ve representada por el PT. Lula es mayor que el PT. Pero lo que el PT y Lula consiguen proponer es mirar por el espejo retrovisor y decir: “vamos a reeditar lo que hemos hecho”. El problema es que 2018 no es 2002, el país es otro y no hay más condiciones para un proyecto como aquel. Enfrascado en reeditar el pasado, el PT parece no haber aprendido las lecciones del propio golpe e insiste, por ejemplo, en una alianza con el PMDB. Insiste también en un tipo de gobernabilidad que no funciona más, basado en la conciliación de intereses económicos entre los de arriba y los de abajo. El PT ha perdido la oportunidad de realizar una reforma política profunda, que cambiara el modelo de gobernabilidad. Ellos no inventaron la corrupción, pero decidieron no romper con esa lógica y eso tiene un precio alto. Por todo eso nosotros creemos que el PT no es el porvenir de la izquierda y entonces aparece un desafío. En nuestra percepción, este futuro no se construye con una idea antipetista. Tenemos que reconocer avances y dialogar con los sectores que están descontentos, al mismo tiempo que necesitamos firmeza para construir colectivamente un proyecto que vaya más allá.
Como candidato a presidente vas a tener que tomar una postura frente a Lula, que todo parece indicar no podrá participar de las elecciones. ¿Lo criticás, lo defendés, ambas cosas?
—Nosotros defendemos incondicionalmente el derecho de Lula a ser candidato. Estamos en primera fila de las manifestaciones de calle, cuestionando su condena y encarcelamiento. Es una cuestión democrática. En nuestra percepción, para reconstruir el futuro de la izquierda en Brasil hay que tener cuidado con dos tipos de sectarismos. De un lado, los que dicen que el PT ha traicionado, que es lo mismo que la derecha. Este tipo de perspectiva nos lleva al aislamiento. Por otra parte, los que desde dentro del PT dicen que quien critica le hace el juego a la derecha, que no hay espacio para otra cosa que subordinarse a una unidad compacta. Este sectarismo es paralizante y bloquea la perspectiva de construcción de algo nuevo. Nosotros buscamos un sendero que atraviese estos dos sectarismos. Hay tres temas que tienen que formar parte, sin titubeos, de una novedad en construcción. Primero, un plebiscito para remover las medidas de Temer, porque no hay posibilidad alguna de hacer un gobierno para las mayorías si respetamos las medidas que fueron tomadas, particularmente dos de ellas: la enmienda constitucional 95, que ha congelado las inversiones sociales por los próximos veinte años; y la reforma laboral. El segundo eje, una de las deudas del PT, es la reforma tributaria en el país, única manera de cuestionar en serio los privilegios y atacar la brutal desigualdad social de Brasil. El tercero es la democracia: no solamente su rescate sino también su profundización, a través de un cambio significativo del sistema político con eje en la participación popular. Es hora de enfrentar en serio a los privilegios y demoler la estructura arcaica del Estado.
Ahora bien, si Lula finalmente pudiera ser candidato, ¿quedaría lugar para ustedes en las próximas elecciones?
—Si Lula fuera candidato con un programa profundo de transformaciones, si se negara a estrechar alianzas con los golpistas, si fuera a fondo con la democratización del sistema político, si no intenta apenas una reedición de lo que ya hizo, entonces la concreción de su candidatura quizás nos sacaría del juego. Pero, ¿cuál es nuestro drama hoy en Brasil? Que el sentimiento de la antipolítica, algo general en las democracias liberales en todo el mundo, está siendo canalizado por la derecha. El rechazo a la forma tradicional de hacer política ha tomado tres expresiones: el orden, la lógica de la empresa que limpiará la política, y la salvación moral de la toga. El desafío es que la izquierda consiga ponerse en una posición que sea capaz de dialogar con ese sentimiento antipolítico.
Tu candidatura, ¿va a interpelar a la base social del PT o apunta a ese otro tipo de subjetividad antipolítica?
—Nosotros creemos que es necesario construir una nueva alternativa de izquierda en Brasil, pero eso no significa tener la arrogancia de refutar todo lo que ha ocurrido con la vieja izquierda para postularnos como lo nuevo. Eso sería carecer de visión histórica. Lo que sí creemos es que se agotó un ciclo y hay nuevos desafíos. Entonces, existe una disputa de ideas en el campo progresista. Para abrir un nuevo ciclo hay que tener la capacidad de hablar más de un lenguaje. Dialogar de manera crítica, paciente y generosa con las experiencias progresistas anteriores y crear un proyecto que presente soluciones ante la crisis, sin miedo a postularse como una alternativa antiestablishment. Lo primero supone una interlocución con las bases y los sectores más interesantes del PT. Lo segundo implica representar lo más positivo de las movilizaciones del 2013, que fueron incluso contra el PT.
quién me ha robado el mes de junio
La revista piauí le acaba de dedicar un extenso perfil en su último número, titulado “El heredero”. Allí lo catalogan como “el mayor exponente de la izquierda pos-PT”. También cuentan que Boulos es hijo de una pareja de exitosos médicos paulistas. Que tiene dos hermanas bien insertas profesionalmente, una de ellas en Inglaterra y la otra en Estados Unidos. Que a la edad de quince años pidió permiso a sus padres para abandonar el colegio privado donde estudiaba y terminar el secundario en una escuela pública. Y que fue en 2002, mientras estudiaba filosofía en la elitista Universidad de San Pablo, cuando decidió irse a vivir a una ocupación de los Sin Techo. Justo antes de esa decisión que marcaría su imparable devenir plebeyo, Guilherme vivió dos meses en la Argentina de principios de siglo y quedó impresionado por la potencia de los movimientos piqueteros. Quizás por eso, cuando una década más tarde palpitó desde adentro las multitudinarias manifestaciones callejeras que protestaban contra el sistema político sin saber muy bien a dónde ir, Boulos supo que algo profundo estaba cambiando. Ya se había convertido en el principal referente de un inmenso movimiento urbano, y fue uno de los pocos que no se asustó.
¿Qué saldo dejaron las movilizaciones del 2013, teniendo en cuenta lo que vino después?
—Junio de 2013 fue muy complejo, no se pueden hacer lecturas unilaterales. Según el PT, en junio empezó el golpe. Por el lado de cierta izquierda, en junio vivimos la antesala de la revolución. No me parece ni una ni otra. Junio fue el resultado de una crisis del “milagro” brasileño, en especial en la cuestión urbana. El modelo de desarrollo económico asumido por el PT se basó en el crédito. El crédito inmobiliario creció exponencialmente. Pero ese crecimiento fue controlado por el sector de la construcción, sin ninguna regulación estatal; ese sector se empoderó y salió a comprar tierras, lo cual provocó una gran especulación. En ese proceso, una porción importante de trabajadores que no tienen casa y alquilan, pasaron de pagar 500 reales a pagar 1000. Muchos se tuvieron que ir a un barrio más lejano y comenzaron a sufrir el problema de la movilidad. En junio lo que vimos fue la eclosión de esa crisis urbana. Había que mejorar la vida de la gente de la puerta de casa para afuera, porque adentro tenían plasmas, heladera, computadora. Hay dos vertientes que surgen de junio: por un lado crecieron nuevos sujetos sociales con un punto de vista de izquierda más dinámicos que los tradicionales, me refiero al movimiento negro, al movimiento LGBT y el feminismo, incluso el MTST desde entonces se triplicó; por otro lado, apareció una nueva derecha en Brasil, una derecha de calle.
Quizás la derecha hoy gana porque tiene la audacia para cruzar límites, discursiva y tácticamente, mientras la izquierda se recluye en una lógica defensiva, incluso conservadora, para defender supuestos que quizás sean pasado. La renovación de la izquierda, ¿pasa por retomar las “verdaderas banderas” que quienes llegaron al gobierno fueron dejando en el camino, o hay que crear un nuevo horizonte emancipador, lo que implicaría audacia lingüística y conceptual?
—Tenemos que tener audacia, es cierto. Sobre todo en lo programático, proponer agendas que nadie pone, que el PT no asume. También audacia en el método, en la forma de hacer: nosotros hicimos la plataforma VAMOS y salimos a escuchar a la gente durante meses en las plazas. Pero no creemos que sea contradictorio con hacer una unidad democrática contra el golpe. Tenemos un gobierno de derecha, un fascista que puede ganar las elecciones, Lula en la cárcel. No podemos ignorar eso. Una perspectiva de futuro que sea capaz de generar esperanza tiene que tener una nueva gramática. Pero uno no puede ser hipócrita, hay problemas pendientes en Brasil desde hace 500 años. Toda tentativa de construir nuevos ciclos se enfrenta con la relación con el pasado. En un país como el nuestro, donde seis tipos tienen más dinero que cien millones de personas, no es posible ser de izquierda sin poner en el centro el problema de la desigualdad. Para enfrentar real y profundamente las desigualdades hay que invertir el tablero de juego. No es posible conseguir lo que soñamos con este sistema político. El único camino en Brasil para una transformación profunda es poner a las mayorías en el juego de la política. El Congreso no puede decidir todo, un presidente tampoco, una elección no es un cheque en blanco. Este modelo genera desesperanza. Por eso nuestra propuesta no es una reedición del proyecto original del PT. Además, Lula dice que cuando uno llega al gobierno la postura cambia y lo importante pasa a ser la gobernabilidad.
¿Y cómo harían ustedes para llegar al poder y modificar las reglas del juego?
—El camino que tomó el PT fue apostar todo a la toma del control del Estado. Por lo tanto, el partido giró su construcción enteramente hacia lo institucional. Había que generar las condiciones para llegar a la presidencia, lo que obligó a pactos y alianzas incómodas. En nuestra perspectiva, el error de este camino está en direccionar todo el trabajo de la base social en función de este objetivo. Llegar al control del Estado de esta manera, depreciando la movilización y organización autónoma te convierte en rehén de las estructuras del Estado. ¿Esto significa abandonar lo institucional? No. Hay que disputar las elecciones pero manteniendo un trabajo constante y profundo de base. La izquierda se desconectó de las periferias urbanas, donde están los trabajadores de Brasil. El precio es que cuando hay un golpe las personas no vienen. Las periferias fueron ganadas por las iglesias pentecostales.
¿Hasta qué punto ese poder de la base es el reaseguro? ¿Y por qué culpar al PT y no a los propios errores de las organizaciones sociales por el crecimiento en los territorios de las iglesias evangélicas y el narco?
—Las periferias urbanas son un campo de disputa. El trabajo no es simple, claro, involucra a todas las complejidades de la política, implica entender los problemas y construir formas nuevas. Hay conflicto, existen varias fuerzas actuando, hay gente que piensa de muy distintas maneras. Pero existe algo que es básico: hay que estar, para darle un sentido. Y la izquierda abandonó para irse a las instituciones. En las ocupaciones del MTST, por ejemplo, surge algo extraordinario: se forman militantes, personas que comienzan a mirar la vida de otra forma, creamos nuevas relaciones sociales en el proceso, acumulamos fuerzas. Las dificultades que ese proceso territorial supone, no pueden ser motivo para dejar de hacerlo.
el heredero
¿Podrá el candidato sin techo tomar el guante de Lula y abrir un nuevo ciclo para la izquierda brasileña? A diferencia del metalúrgico, Boulos es un traidor a su clase. Tal vez por eso, llegado el caso, no tenga interés en seducir a los empresarios, ni empacho en enfrentarlos. En una entrevista a la BBC, en plena campaña, dijo: “El objetivo de mi candidatura no es calmar al mercado. Si están nerviosos, que tomen Rivotril”.
