superprogres al rescate

Antes de Avengers Infinity War, durante 2017, Wonder Woman y Black Panther acapararon el amor o el respeto de la crítica, lograron imponerse en la arena pública como temas de conversación y generaron debates sobre el cine, la representación de los oprimidos, los derechos y los cambios sociales. ¿Estamos ante un cambio de paradigma en cuanto a la producción de blockbusters y películas de superhéroes? ¿Cuál es la relación entre el aspecto comercial de estas películas, el triunfo de Trump y su impacto cultural? Una lectura sobre la conquista del mainstream por lo subalterno y sus ambivalencias.

En el verano norteamericano del 2017 la temporada de blockbusters fue un verdadero desastre. Cuatro meses consecutivos de caída interanual en la recaudación y un agosto 35% por debajo del mismo mes del año anterior. Para septiembre, Box Office Mojo declaraba ese verano como el peor en más de diez años. El dato no me extrañó. Yo ya casi no voy al cine.

En el corazón del modelo de negocio de los grandes estudios de cine se encuentra la rentabilidad de los blockbusters. Las películas más taquilleras suelen ser las de superhéroes. Por su alcance en términos de público podrían ser también pensadas como las de mayor impacto cultural. Que las dos películas de superhéores más importantes del último año en términos de taquilla e impacto en los medios de comunicación hayan sido Wonder Woman (Mujer maravilla) y Black Panther (Pantera negra) además presenta otras particularidades: se trata de películas de superhéores, pero una dirigida y protagonizada por mujeres y la otra dirigida y protagonizada por afroamericanos y africanos. Los directores de ambos films por primera vez incursionaban en el género. La directora de Mujer maravilla, Patty Jenkins, tardó 14 años en volver a filmar después de su debut con Monster (Charlize Theron ganó su Oscar por esa película). Ryan Coogler, de Black Panther debutó con Fuitvale Station (sobre un caso de racismo policial) y luego filmó Creed (el reboot de Rocky Balboa pero protagonizada por un boxeador negro).

¿Pero cómo fue que Hollywood confió en ellos para estos proyectos mega millonarios? Las películas de superhéores se han vuelto cada vez más complejas y costosas. Por eso hay diferentes estrategias: desde multimega elencos estelares que por lo general tienen buenos resultados en la taquilla, pero cuyo riesgo comercial es alto, hasta nuevos modelos de una sensibilidad masculina exacerbada, como Deadpool y Logan. Ya sea porque recuperar la inversión es difícil en el contexto actual, porque el exceso de competencia y las críticas negativas atentan contra la rentabilidad, o porque hay que producir superhéroes constantemente y la novedad es un arma eficaz, los paradigmas de superhéroes se van ampliando y actualizando todo el tiempo. Esto quizá explique la aparición de personajes que van cada vez más allá de la clásica, abstracta o vacía lucha entre buenos y malos, en favor de reversiones más concretas y mundanas como la desigualdad de género y la opresión negra.

Son tiempos en los que Netflix e Internet en general han cambiado tanto el consumo como la competencia, pero también donde es redituable estar un poco politizado. Flota en el aire cierto sentido común de que todo es político; o al menos puede serlo. Es común escuchar sobre el progresismo de la industria del cine y al mismo tiempo sobre la misoginia y los estereotipos de Hollywood. Se postulan premisas como la necesidad de producir un cambio aunque nadie sabe bien de qué manera esos cambios suceden. Se propone mayor inclusión y diversidad en los elencos y equipos de realización, pero muchas veces no se encuentran méritos artísticos, culturales o económicos en el simple hecho de que alguien sea gay o musulmán.

El pensamiento mainstream considera que las películas de superhéroes deberían abocarse a la lucha contra la tiranía, el terrorismo o en el mejor de los casos contra el caos como en El caballero de la noche. Este tipo de cine está mejor equipado para entretener, para proveer el puro placer de ver un combate bien logrado, incluso quizá para transmitir la épica y la belleza de la guerra entre el bien y el mal. Las producciones verdaderamente ambiciosas apuntan a lo trascendental y no a la corrección política o a problemas coyunturales. Le quedaría a películas más chicas y reflexivas la tarea de representar problemas sociales complejos y acuciantes.

Lo cierto es que los cambios sociales no siempre se producen por sermonear, adoctrinar o santificar ciertas conductas y señalar groseramente problemas y situaciones nefastas. Los procesos de educación y cambio de conciencia a veces son más misteriosos, inasibles. Y probablemente requieran de un fino equilibrio entre el ejemplo aspiracional y la denuncia. La relación entre cine y transformación cultural no es unidireccional. ¿Qué vínculo existe entre lo que el cine puede hacer por los espectadores y lo que los estudios reconocen que quiere el público?

feminismos

Mujer maravilla vino al rescate del verano de 2017 y con el correr de las semanas se convirtió en la tercera película más taquillera de todo el año en Estados Unidos; la décima a nivel mundial. Ocho meses después de ese estreno, Pantera negra conquistaba récords que no más de cuatro películas en la historia del cine han superado. Diez días en cartelera y la película sobre la verde e hipertecnologizada nación africana de Wakanda alcanzaba una recaudación global de 700 millones de dólares. Esta pantera rompe también una máxima de Hollywood que dice que las películas con protagonistas negros no tienen atracción fuera de los Estados Unidos.

sí las cosas, parecería que la industria del cine está relegando al superhéroe como arquetipo de las virtudes del mundo clásico (justicia, honestidad, valentía) para darle mayor espacio a encarnaciones radicales de un mundo diverso. Al mismo tiempo, los vehículos cinematográficos para estos personajes un tanto más risqué son exitosamente liderados por artistas negros. La pregunta es si la industria del cine está llevando adelante, o al menos participando activamente de un cambio cultural. Y hasta dónde puede llegar.

Es posible asociar esta reciente contorsión y sus ramificaciones a una reacción adversa al triunfo de Donald Trump o a las denuncias de acosos y abusos contra Harvey Weinstein. Podría jugarse aquí la bienpensante carta de las fuerzas sociales y políticas del momento histórico. Sin embargo, debido a los tiempos de realización de una película (entre preproducción, rodaje y postproducción, en general, de uno a dos años) es muy difícil que los avatares de la opinión pública o eventos coyunturales sean decisivos en la concepción y ejecución de estos proyectos, lo que no quiere decir que los departamentos de marketing no aprovechen todas las oportunidades que se les presentan. El cine industrial maneja marcos temporales mucho más amplios que los ciclos de noticias y de humor social. En todo caso, la tormentosa relación entre Hollywood y Trump se parece más a una guerra de egos y de sensibilidades. La industria del cine no es ni tan progresista ni tan conservadora como generalmente se apunta. Mucho menos siente culpa. Más bien todo lo contrario: está orgullosa de su visión y su rol en el mundo.

La tormentosa relación entre Hollywood y Trump se parece más a una guerra de egos y de sensibilidades. La industria del cine no es ni tan progresista ni tan conservadora como generalmente se apunta.

Mujer maravilla comienza con una voz en off que advierte haber querido salvar el mundo, un lugar hermoso, de magia y de asombro. La voz es de Gal Gadot, modelo, ex soldado, instructora de combate militar y actriz israelí, ahora supernova internacional, que pronto vemos por primera vez ingresando al Louvre donde trabaja su personaje, Diana Prince. Gadot camina como desfilando durante esos breves segundos y el plano medio de su cara, iluminado con afecto, revela una expresión neutra pero no por eso menos sensual. Una manera de caracterizar el momento es de femenino. La cámara aprovecha plenamente lo que A. O. Scott del New York Times señala como “la regia y naturalmente carismática presencia en pantalla” de Gal Gadot.

El cariño de un director por sus actores suele percibirse durante los segundos en que la cámara se queda con ellos por ninguna otra razón que el aparente placer de su compañía. Y también cuando la luz los acaricia para hacerlos brillar y hacernos compartir, casi sin darnos cuenta, un gesto intrascendente, un momento íntimo. La mano detrás de ese momento es Patty Jenkins (46 años, hija de un piloto militar norteamericano que se estrelló en el mar cuando ella tenía 7 años) y quizá por eso su colega, el célebre James Cameron (63), dijo que las palmaditas autocongratulatorias de Hollywood por la película estaban erradas: “Es un ícono de la cosificación, el Hollywood masculino haciendo siempre lo mismo. Un paso atrás”. Y comparando a la mujer maravilla con la Sarah Connor de Terminator, dijo que su personaje femenino “no era un ícono de belleza. Ella se equivocaba, tenía sus problemas, era una madre terrible y se ganó el respeto de la audiencia a fuerza de puro coraje”. ¿Qué dice esta contraposición entre los personajes de Linda Hamilton y Gal Gadot? ¿Cuál de los dos bandos es el machista? ¿Cameron y su cuestionamiento a Mujer maravilla o la mismísima película de Patty Jenkins? Todo intento de cambio cultural suele dejar en el camino espectadores confundidos, insatisfechos o muy desagradados.

No es que una mujer sea la única que pueda filmar con profundo cariño a sus personajes (y así personalizarlos) o imbuir su película de sentimientos nobles, pero hay algo idiosincrático y especial en la forma en que se narra la historia de esta mujer maravilla. Algo humano, algo personal. Esto es todavía más claro y contundente en la primera mitad de la película cuando Diana se encuentra y se relaciona con el noble espía Steve Trevor (un preciso y afable Chris Pine). El humor es tierno y encantador y esa mano que maneja los hilos de la historia opera con gentileza y una deliciosa levedad. A diferencia del humor irónico y más bien áspero de las películas recientes de superhéores como Doctor Strange, aquí predomina un ánimo cómico, positivamente juguetón, que hace que uno sonría y se retuerza de placer y de pudor, como las buenas escenas románticas deben hacer sentir.

En el medio de esta comedia de enredos y aventuras de espías, Mujer maravilla va presentando los argumentos que ya conocemos para el empoderamiento de los grupos oprimidos en general y de las mujeres en particular. Abundan las referencias al poder oculto de lo subalterno, al reconocimiento de sus habilidades, a los peligros que acechan a los más perjudicados por las desigualdades de poder, a la solidaridad inter e intragrupales, a la lucha contra el abuso, la exclusión sistemática de lugares de privilegio y también a la importancia de tomar decisiones por uno mismo. Mensajes que hoy no son ni muy novedosos ni parecen demasiado efectivos, ¿O acaso lo son? ¿Pueden influir sobre las opiniones excesivamente informadas del público?

la última utopía

Pantera negra es otra película que se vende y se celebra como un vector de empoderamiento social. Primero porque un rey africano (T’Challa, negro y quizá por eso bien dotado de dudas e inseguridades) ha sido promovido de escudero o víctima a superhéroe. Segundo, porque la construcción de una nación africana tecnologizada es un buen modelo aspiracional y un reconocimiento de los recursos internos que todo integrante de una minoría tiene. En Wakanda, mujeres feroces lideran el ejército, y la hermana de T’Challa es una vivaz princesa de laboratorio capaz de los avances científicos y tecnólogicos más sorprendentes. Sin embargo, lo que posibilita esta narración son las enormes reservas locales de un metal superpoderoso llamado vibranium. Sin ese recurso material, la historia en la pantalla sería imposible.

Es justamente el vibranium lo que hace del primer tercio de la película una reedición fluida y entretenidísima de James Bond que pronto da paso a una versión libre de las relaciones familiares tormentosas á la Star Wars para finalmente terminar en peleas tipo The Avengers o Capitán América, con armas novedosas (como los rinocerontes de vibranium) y elegantes luchas coreografiadas. Pero quizá lo más sorprendente de Pantera negra son sus dualidades. Por un lado, el enclave futurista de naves espaciales sensuales y orgánicas también es escenario de una ceremonia de coronación tradicional narrada con exquisita belleza. Tradicional en el guiño a una estética (y a la épica) de la edad de oro de Hollywood, mérito en gran medida de Rachel Morrison, la directora de fotografía de la película, frecuente colaboradora de Ryan Coogler y la única mujer en los noventa años de historia de los Oscars en ser nominada en esa categoría de machos.

Igual de cautivante es la historia del villano, un muy seductor Michael B. Jordan, cuyas acciones pueden ser detestables pero cuyos motivos son tan válidos como los de T’Challa. Nada es del todo simple ni directo en Pantera negra, menos aún la política. El apego a la ley, la lealtad y la revolución, las nociones de solidaridad, el error en la conducción política, la emocionalidad; todo complejiza las posiciones de los personajes. En un giro algo inesperado, la película interpela tanto a su público afroamericano como a sus espectadores blancos. A veces lo hace al mismo tiempo y otras veces los blancos quedamos afuera, lo cual no es del todo una mala experiencia. El inicio de la película puede ser dificil de ver, especialmente en 3D. La fotografia oscura torna apenas visible las caras de los personajes y recuerda las dificultades de reconocernos y de relacionarnos, las distintas habilidades y falencias que blancos y negros cargan al momento de interactuar.

campo de batalla

¿Pero quién obtiene el mayor beneficio con esta película y su furor? La respuesta más obvia, por ahora: el mercado. Con sus impresionantes récords de recaudación, la Pantera negra es un buen negocio. ¿Puede este éxito ayudar a los afroamericanos o a los negros del mundo sustancialmente? Una respuesta afirmativa se apoya invariablemente en la vaga y difusa noción del role model, en el empoderamiento.

Cuesta trabajo creer que un policía caucásico de Sacramento deje de dispararle a un negro que sostiene su celular en la mano porque el oficial en cuestión fue al cine y vio la última película de superhéores.

Pero nada es tan lineal. Vale pensar en casos ya históricos como O.J. Simpson, en Oprah Winfrey. O en los últimos años de la presidencia de Barack Obama, que mostraron un descontrolado incremento en la matanza de afroamericanos en manos de la policía. En términos cinematográficos, ¡Huye!, la gran película sobre el racismo del último año (chico negro visita a la familia rica y progresista de su novia blanca, pero lo que se perfilaba por el lado de la comunión interracial resulta ser una película de terror), puede pensarse como un crítico del Times propuso: un chiste sobre el final de la era Obama, más que como una concecuencia del gobierno de Trump. Basta ver The 13th, el documental de Ava Duvernay para reconocer una verdad que ya circula hace más de dos décadas: las leyes norteamericanas castigan con mayor severidad la posesión de las drogas que consumen los negros que la posesión de las drogas que consumen los blancos. Pero nada cambia.

Al final del día, la experiencia de ver una película es también algo íntimo, con efectos y consecuencias tremendamente personales. Sin embargo, si la historia de los gays enseña algo con respecto a las industrias culturales y de entretenimiento es que para la aceptación social hace falta un sustrato material y real. El gay con vastos ingresos se convirtió en un momento en un actor económico demasiado lucrativo como para que el mercado lo ignorase o despreciara. Quizá por eso el mejor legado de Mujer maravilla no sean sus bellas ideas y sus escenas sensibles. Quizá lo sea el hecho de que Patty Jenkins logró negociar un contrato récord para una mujer, entre 7 y 9 millones de dólares, el estándar para directores de películas taquilleras de superhéores. Si de eso se trata el nuevo paradigma, quizá el cambio social sea un poco más certero.

El poder transformador de Pantera negra es más difuso. El efecto inspirador de las historias de éxito de celebridades afroamericanas ya ha sido probado. Los problemas de hoy para la población negra son otros. Y así, cuesta trabajo creer que un policía caucásico de Sacramento deje de dispararle a un negro que sostiene su celular en la mano, porque el oficial en cuestión fue al cine y vio la última película de superhéores. Quizás un poco de vibranium ayudaría todavía más.