I. Como muchos de los de su especie, Los dueños de Internet es un libro paranoico, cuyo principal subtexto es la idea de que estamos siendo dominados por fuerzas oscuras y poderosas. Pero que sea paranoico no quiere decir que esté equivocado: a través de una investigación no exhaustiva pero sí plagada de datos reveladores, el libro de Zuazo nos demuestra que, efectivamente, hay fuerzas oscuras detrás de lo que consideramos inofensivo, y que, efectivamente quieren (y están pudiendo, a todas luces) dominar el mundo.
Los dueños de Internet es el segundo libro de Natalia Zuazo. Nacida en La Plata en la década del 80, licenciada en Ciencias Políticas, editora en varios medios digitales que incluyen a Clarín, Crítica y Perfil. Su primer libro, Guerras de Internet, publicado en el 2016, una mezcla de crónica, diario de viajes y manual de divulgación, mostraba la lucha interna de los actores de la web, las disputas por el control y la materialidad de ese fenómeno tan elusivo y todavía tan incomprensible.
Aquí vuelve a la carga pero desde una perspectiva, si se quiere, marxista: la propuesta es analizar la forma en la que el poder económico termina afectando al poder simbólico. Indaga en las figuras de, como los llama ella, el Club de los Cinco, aquellos que sacaron una mayor tajada de esa gran transformación que supuso el paso de lo analógico a lo digital, no solo porque supieron ver lo que se avecinaba sino porque fueron lo suficientemente astutos para hundir a sus competidores y convertirse en monopolios. Microsoft, Facebook, Google, Amazon y Uber son los que conforman ese club, y sus dueños se cuentan entre las personas más ricas del mundo.
II. El libro se propone, entonces, dos progresos paralelos. Uno, historiográfico, traza una semblanza de esos gigantes, que comenzaron siempre en un garaje, de la mano de un grupo de nerds entusiastas para terminar siendo parte del reducido grupo que controla la Bolsa de Valores; otro, atento al presente, la forma a veces imperceptible en que estos grupos determinan lo que podemos ver y lo que no, toman decisiones por nosotros, buscan alianzas en el poder político y se infiltran en nuestro sistema educativo, o, como en el caso de Uber, compiten en términos desiguales, sin pagar cánones y salteándose cualquier clase de control. También la manera en la que todos manejan un doble discurso: son grandes benefactores sociales, pero evaden impuestos y se aprovechan de cualquier triquiñuela legal para crecer a tasas chinas. Zuazo escribe con una prosa clara y dinámica, con datos precisos cuya acumulación no lo vuelven pesado, y es interesante no solo para aquellos especialistas sino para cualquiera que quiera comenzar a pensar en las implicaciones de esta nueva forma de vida.
Lejos quedaron los tiempos de una mirada ingenua sobre Internet, en la que se la consideraba una fuente de progreso y bienestar interminables. Se creía que la web era un paso hacia un mundo más democrático, donde el acceso a una computadora y una red wifi lograba que cualquier persona, en cualquier parte del mundo, pudiera expresar su opinión o entrar en el debate de las ideas. Pero el paso del tiempo desmintió esa opinión: Internet también está sujeta a censura, también es una herramienta política proclive a la manipulación, también puede falsear datos. El libro se ocupa muy bien de mostrarlo: el uso de los algoritmos para reordenar la información en Facebook y la aparición de noticias falsas, por los cuales Mark Zuckerberg, el creador de la red social más amplia del mundo, tuvo que salir a dar explicaciones, es un buen ejemplo. Internet, en ese sentido, no se opone a los grandes medios de comunicación: es, simplemente, uno más. Una vez más, lo que pensábamos “objetivo” o simplemente “democrático” resulta utilizado con fines políticos. Esto desemboca en la hipótesis principal del libro: estamos asistiendo a una revolución de términos semejantes a los de la revolución industrial y en el centro de la revolución de Internet hay corporaciones con ansias de dominación.
III. La simpleza del libro y su afán de divulgación lo hace pecar, por momentos, de cierta ingenuidad, o incluso de olvido. Cuando pretende incorporar, a partir de determinadas entrevistas, la “experiencia argentina” a la revolución de Internet no lee, por ejemplo, la forma en que la campaña de Mauricio Macri fue, a diferencia de la de los partidos políticos tradicionales, una campaña en gran medida digital, de trolls y redes sociales, acompañada de los “timbreos” supuestamente espontáneos en su pata analógica. Pero esta ingenuidad menor se solapa con otra mucho más profunda. Cuando en las últimas páginas el libro se ocupa de pensar en “soluciones” para el problema de los monopolios y la manipulación digital, las ideas que plantea (la lucha a partir de organizaciones sociales, el cuidado en el manejo de la web, etcétera) no pasan de tener un tufillo a hippismo oenegista que justamente es la forma de confrontación que estas megacorporaciones están esperando e incluso alientan.
