Las famosas tienen ese nuevo cuerpo a la moda casi sin excepciones. Los implantes redondos y rotundos triunfaron sobre el ideal anoréxico que subsiste en una especie de sordina, subordinado estéticamente a las redondeces. El cuerpo anoréxico requería adoptar algunas posiciones, que acentuaban el perfil y las diagonales. El cuerpo redondeado exige el quiebre de la cintura para realzar el trasero, que es la posición predilecta de las adolescentes que publican sus fotos en las redes sociales. Facebook es un álbum de cinturas quebradas hacia adentro para que los glúteos se proyecten, como puedan y cuanto puedan, hacia afuera. Al cuerpo redondeado se lo acentúa con los escotes que permiten ver la mitad superior de los pechos: de los catorce años en adelante, cualquiera que cuelgue su foto en FB buscará ese efecto. La estética deseable se ha vuelto pomposa, brillante y curva. Las famosas han trabajado para difundir y fijar todos los rasgos de este modelo, que la maternidad favorece.
El cuerpo longilíneo de la mannequin sufría con la maternidad. El cuerpo que Landrú habría llamado «pulposo», que exhiben las famosas actuales, no sufre con el embarazo. Por el contrario, parece perfectamente adecuado para agrandarse globularmente. Las dos fotos mencionadas, de Serena Williams y de Florencia Peña, llevan esta capacidad globular a un paroxismo que, pocos años atrás, habría sido caricaturesco (y quizás vuelva a serlo en un futuro no muy lejano). Pero ¿por qué hoy no es juzgado caricaturesco sino potente?
Allí también dijeron su palabra los nuevos feminismos. Las mujeres, antes que cubrir su cuerpo, deben mostrar sus potencialidades. Entre ellas, los efectos de la maternidad. Las famosas lo saben. No son originales. Son simples y repetitivas. Su lugar es el Lugar Común. Representan el desiderátum de aquellas que quisieran imitarlas, porque despiertan el deseo. Realizan los sueños de Susanita, la amiguita convencional de Mafalda, pero con el cuerpo de una vedette de teatro de revista. Esta simbiosis es irresistible. Cumple con todas las nuevas consignas, que, a no dudarlo,tienen más en cuenta la forma en que se suma lo que antes parecía incompatible. Una mujer hermosa, hipersexualizada, puede ser también una buena madre. No existe conflicto en la sexualización de la maternidad. Esta consigna es liberadora. Le restituye a la madre su potencial sensual. La figura es la de la madre-hembra, no la poco inspiradora figura de la madre-santa. La “viejita” sufriente del tango se convierte en una “piba”. La famosa que deviene madre dice también: soy como todas, comparto los sentimientos de todas y, al mismo tiempo, puedo ser protagonista del milagro de la lactancia y de un escándalo mediático. La maternidad hace que la famosa ejerza la multifuncionalidad: mujer sexuada, objeto y sujeto de la fama; madre que exhibe su geométrica panza como atributo sexy y amamanta en público.
Si una mujer amamanta en un medio de transporte colectivo, es posible que desviemos la vista; fanáticas y fanáticos de la infancia y el cuerpo materno la mirarán con discreción; algunos podrían felicitarla por su gesto, sin incorporar el dato evidente de que esa mujer no ha elegido el momento, que está volviendo de su trabajo y que quizás habría preferido un lugar más acogedor que el tercer asiento de un ómnibus o el banco de una estación cuyos trenes llegan o parten con retraso. En el transporte público, generalmente, amamantan las mujeres que no son ricas, ni tienen auto, ni las espera un departamento de cuatro ambientes. Su destino es ser vistas, porque las circunstancias se dieron de ese modo. La publicidad de su acto es una imposición de su estatuto social. No hay foto. Todo lo que puede haber es una defensa de su derecho.
Pero si una famosa amamanta en una selfie o un video, está allí para ser vista, para que la mirada se deslice sensualmente por sus pechos, al mismo tiempo que se aprecia la buena conciencia de familia y se consolida la idea de que las mujeres están obligadas a amamantar porque así se lo indica la medicina y la psicología a la moda. La famosa que amamanta a su vástago es la realización misma de la publicidad de un orden social que no existió siempre; que es, como todo orden social, un producto de la historia; y que, seguramente, podrá cambiar.
Hace medio siglo, la escena de amamantar en público era excepcional y solo les tocaba a las mujeres pobres, jamás a aquellas que, acto seguido, podían subirse a un auto último modelo. Eran mujeres que, por sus condiciones laborales o habitacionales, estaban obligadas a hacerlo y, por eso, se cubrían los pechos con un pañuelito, como mínimo signo de que su acto transcurría fuera del lugar esperado. Hoy se celebra cuando lo hace una diputada, que tiene su despacho a pocos metros de la sala de sesiones, el lugar donde ha preferido poner su maternidad como espectáculo, en vez de permanecer media hora en la atmósfera más serena del despacho (no tengo registro de que ninguna votación pudiera perderse por la ausencia de una madre). Nada se lo impide, algunas líneas del feminismo lo celebran y la foto periodística es tan inevitable como enternecedora. Que una diputada amamante en la sala de sesiones no disminuye las dificultades de una mujer trabajadora que lo hace en el andén de Constitución y que, en cualquier momento, puede ser ofendida.
No se trata de un acto de rebeldía femenina ante una sociedad machista. El acto de rebeldía puede tener buenas o malas consecuencias; puede perjudicar a quien lo realiza; requiere ir contra las ideas establecidas. Amamantar en público, en cambio, solo puede merecer la condena de tradicionalistas o reaccionarios. Poner a la maternidad en exhibición está a la orden del día, como reivindicación que pertenece al catálogo de reclamos feministas. Ni qué decir que así se complica un poco la defensa del aborto: ¿tanta felicidad para tirarla a la basura?
Qué exhiben las famosas además de un par de pechos rotundos, en el mismo plano y con la misma precisión de detalle que la cabeza del niño alimentándose? Como no se corre ningún riesgo (no están en una plaza ni en un transporte ni son pobres), lo que exhiben es el acto mismo de la exhibición. La maternidad está de moda. Un conjunto de ideologías neonaturistas son parte de esta moda. Lo que antes era una excepción provocada por la necesidad, hoy es considerado un derecho cuyo ejercicio cae fuera de cualquier cuestionamiento. Pero no está fuera de las jerarquías sociales. La famosa que amamanta en público ejerce un derecho que no está al alcance de la secretaria que, en una oficina cualquiera del mismo barrio, quisiera repetir esa exhibición de la maternidad mientras atiende a los que vienen a ver a sus jefes o jefas. Si a esa secretaria se le ocurriera o necesitara amamantar, debería forzar el ejercicio de su derecho. Se arriesgaría y quizás arriesgaría, por escándalo, su trabajo. O sea que la publicidad del seno lleno de leche es un privilegio especial de minorías selectas. El problema es mayor cuando estas minorías selectas pasan por alto que el exhibicionismo puede ser practicado solo por mujeres de minorías selectas.
Hace años que es considerado «normal» que una madre primeriza haga uso de su cuerpo para alimentar a su hijo en la sala de sesiones del congreso. Esa simpática franquicia se ha extendido al mundo de las famosas, desde donde rebota emocionalmente potenciado por quienes consumen esa imagen, que comunica la maternidad como pura realización del deseo y puro placer. Es un sentimiento que se pueden permitir los sectores para quienes la maternidad no les plantea un aumento de las necesidades económicas y sanitarias. Una maternidad sin apremios, un goce de quienes no serán acosadas por la privación material o la incertidumbre económica. Una maternidad de la abundancia que pone al desnudo tanto las curvas de los senos como los ingresos en dinero.
Por eso es tan afín al mundo de las famosas mediáticas que sean cuales sean sus recursos económicos los tienen relativamente asegurados. En ellas, la maternidad parece surgir como una necesidad del alma que necesita completarse en la potencial existencia del tiempo futuro que proporcionan los hijos. La seguridad económica es una garantía de las delicias de la procreación. En condiciones de seguridad, la maternidad es también oportunidad de exhibir el buen cuerpo, que viene con el plus de la buena conciencia. Amo mi embarazo, amo a mis hijos. ¿Quién puede ser tan desalmado como para introducir una crítica en el retablo clásico de la madre y el niño? Incluso la iconografía religiosa lo consagró desde hace siglos (con algo más de recato).