algoritmos del mundo, uníos

Aplicaciones online como Rappi, Glovo y PedidosYa aterrizaron en el país y están expandiendo la sofisticada economía de plataforma. Una marea de repartidores ultraprecarizados sobre ruedas y con chalecos poblaron las calles. Sin embargo, la huelga de los pibes de Rappi en Buenos Aires marcó un punto de inflexión: ni el tecno optimismo alcanza para endulzar la fantasía erótica cambiemita de una flexibilización laboral al alcance del smartphone.

De repente las calles de Buenos Aires se poblaron de repartidores y mensajeros en bicicleta, vestidos de naranja, amarillo o rojo que esquivan autos, colectivos, camiones, motos y peatones para llegar lo más pronto posible. Al calor de la acelerada expansión de empresas de servicios como Uber, otras aplicaciones digitales basadas en la economía de plataforma como Rappi, Glovo y PedidosYa intentan copar el mercado de las entregas a domicilio y desataron la “guerra de los delivery”.

La app se basa en la geolocalización del cliente, ofreciendo el envío de productos que se encuentran hasta unos cuatro kilómetros a la redonda y con el compromiso de entregarlos antes de los 35 minutos. El costo varía entre 40 y 60 pesos, que se incluyen a la tarifa final del pedido. Pero los repartidores denunciaron que la app les miente: por caso, reciben la asignación de un pedido a 25 cuadras pero luego de aceptarlo descubren a veces que la distancia es aún mayor.

Y sin que nadie se lo esperara sucedió algo inédito: la primera huelga de trabajadores de la economía de plataforma del mundo. Ocurrió en Buenos Aires y tuvo como protagonistas a los repartidores de la aplicación Rappi. El conflicto estalló cuando, a contramano de lo que había prometido, la empresa modificó las condiciones de trabajo, imponiéndole a los mensajeros más experimentados los viajes más largos y peor pagos con el objetivo de atraer a nuevos repartidores con la zanahoria de los envíos más rentables.

“Siento que venimos del futuro”, afirma Roger, uno de los organizadores de la huelga, mientras se acomoda el cuello de neoprene que utiliza para protegerse del frío porteño. Es venezolano y hace menos de un año que llegó a la Argentina. Conforma la tropa de repartidores que copa una transitada esquina del barrio de Belgrano, frente al local de una cadena de hamburgueserías que tiene convenio con Rappi. Es martes por la noche y son pocos los “rappitenderos” (tal la denominación que utiliza la empresa) que esperan para levantar un pedido.

Roger explica que suelen ser muchos más, pero el premio del fin de semana largo que acaba de terminar dejó exhaustos a varios de sus compañeros. “El viernes largaron un objetivo por el que pagaban un poco más de 2000 pesos. Desde esa noche hasta el lunes inclusive tenías que cumplir con 40 viajes para que te lo paguen”. Tal hazaña les implicó estar con el pie en el pedal de su bicicleta hasta 16 horas seguidas.

Uno de los repartidores del grupo activa el altavoz de su celular. Lo llaman desde un callcenter en Colombia para preguntarle por qué no tomó el pedido que le asignaron. Rappi sabe dónde está cada uno de sus repartidores y, si observa que varios están en un mismo lugar, presiona para que respondan. “Si rechazás varias asignaciones, te sancionan suspendiéndote por una hora. Cuando tenés varias de esas sanciones directamente te bloquean la aplicación y no podés tomar más pedidos. A varios compañeros ya les pasó”, cuenta.

“En el corazón del modelo de negocios de las empresas de plataforma está el sueño húmedo del capitalismo de fijar precios diferenciales. Para eso se sirven de la recolección masiva de datos que los usuarios dejan cada vez que usan una aplicación en el teléfono celular”. Enrique Chaparro

Juan Manuel Ottaviano es abogado laboralista del Centro de Estudios del Trabajo y el Desarrollo (CETyD) de la Universidad de San Martín y sigue de cerca las actividades de las empresas de plataforma en nuestro país. Cuando estalló el conflicto en Rappi, Ottaviano difundió a través de Twitter lo que estaba pasando. “Rappi tiene un sistema conocido como la ley del dedo. Un sistema parecido al del radio taxi: quien es más rápido para levantar el pedido con su celular, se lo queda. Parecía el modelo ‘sé tu propio jefe’, pero la empresa comenzó a asignar los pedidos a los trabajadores directamente”, explica. Los repartidores entendieron que si rechazaban los viajes también iban a bajar sus calificaciones como empleados, por lo que la autonomía que anunciaba la plataforma era falsa. Por ese motivo, hicieron un paro durante algunas horas exigiendo a Rappi que diera de baja la nueva modalidad.

El impacto económico de la huelga es difícil de mensurar, en especial porque la empresa nunca se queda sin mensajeros para realizar sus entregas a domicilio. Rappi tiene entre 300 y 400 repartidores activos surcando las calles de Palermo, Villa Crespo, Recoleta, Belgrano, Colegiales, Villa Urquiza, Núñez, San Telmo y Caballito, aunque hay otras 4000 personas que se descargaron la aplicación y que podrían convertirse en “rappitenderos”. La empresa cuenta así con un 90% de reservas de fuerza de trabajo, lo cual le permite cambiar las reglas.

una app perfecta para precarizar

Lanzada en 2009 en Montevideo, PedidosYa es la plataforma de repartos a domicilio con mayor presencia en la región y la pionera en este tipo de servicios. Comenzó sus actividades ofreciendo menús de comida de restaurantes que el propio comercio se encargaba de entregar, pero cambió el modelo de negocios para colocar en la calle a sus propios repartidores. Hoy PedidosYa pisa con fuerza en Argentina, Brasil, Chile, Paraguay, Costa Rica y Panamá, donde más de ocho millones de personas instalaron la aplicación en su teléfono celular.

Rappi nació en Colombia en 2015 y se jacta de brindar “favores a domicilio”. Un usuario puede pedirle a un “rappitendero” que le retire dinero en efectivo de un cajero automático, le alcance el teléfono que se olvidó en un bar o pasee a su perro. La aplicación también corrió como reguero de pólvora en la región, y se encuentra instalada en más de un millón de smartphones de Colombia, México, Brasil y Argentina. Pero los repartidores on demand no son solo una idea emprendedora de esta parte del planeta. También en 2015 dos españoles crearon Glovo, una plataforma de reparto que nació en Barcelona para luego expandirse a Italia, Francia y Portugal, como paso previo a su desembarco en Argentina, Chile, Perú y Bolivia. Sin embargo, el paro de los “rappitenderos” porteños destapó una olla a presión sobre las condiciones de trabajo a las que están expuestos los mensajeros de estas nuevas empresas.

En consonancia directa con el nuevo espíritu del capitalismo cambiemita, para la generación de repartidores online no hay salarios fijos, ni seguros por accidente. Las bicicletas o las motos que usan son propias por lo que cualquier desperfecto corre por su cuenta. Trabajando unas diez horas por jornada a lo largo de los siete días de la semana un “rappitendero” puede llevarse 20.000 pesos. A eso hay que descontarle los más de 500 pesos que un trabajador debe poner de su bolsillo para enfundarse de naranja con los pantalones, el buzo, la campera y la mochila térmica que utilizan para llevar los pedidos.

En su último libro, Los dueños de internet, la especialista en tecnopolítica Natalia Zuazo, desmenuza el camino de las grandes empresas de tecnología que al calor de la red de redes construyeron un imperio económico gracias a prácticas monopólicas y un extractivismo de datos compulsivo. La periodista afirma que el modelo de negocio de las plataformas se encuentra “en su fase más concentrada”. En diálogo con crisis, Zuazo analiza cómo este tipo de empresas están definiendo el valor del trabajo sin ningún tipo de negociación colectiva: “Si mañana la infiación se dispara otra vez te van a seguir pagando lo mismo o te van a subir el pago del envío si ellos quieren. Ahora las tarifas extra que cobran por envíos son baratas, pero mañana ellos pueden incrementarlas generando que la gente va a pedir menos y volver a bajarla si fuese necesario, pero probablemente lo hagan a costa de bajar el pago al trabajador y no que sea absorbido por las empresas”.

La validación social de estas plataformas es posible gracias a la ferviente visión positiva que tenemos sobre la tecnología. “Al principio estas empresas son baratas y generan una demanda porque ofrecen una novedad, una solución y entonces generan una adopción muy rápida de los lugares a donde llega con este discurso de lo eficiente, de lo rápido y lo joven”, subraya Zuazo.

Enrique Chaparro es especialista en seguridad informática y miembro de Vía Libre, una organización civil abocada a defender los derechos en entornos mediados por tecnologías de información y comunicación. Según explica, “en el corazón del modelo de negocios de las empresas de plataforma está el sueño húmedo del capitalismo de fijar precios diferenciales. Para eso se sirven de la recolección masiva de datos que los usuarios dejan cada vez que usan una aplicación en el teléfono celular”.

En la última década, las técnicas de inteligencia artificial dieron un enorme salto cualitativo facilitando la compilación, accesibilidad y procesamiento de información como nunca se había visto antes. Ingresamos en la edad de oro de los datos y en ello bastante tiene que ver el algoritmo que las empresas de la economía de plataforma utilizan. Un algoritmo es ni más ni menos que un método para resolver un problema y estas aplicaciones lo utilizan para sacarle mayor provecho a su negocio. “Todas estas empresas son básicamente empresas de datos. El software es un commodity al que casi todos pueden acceder, pero el valor surge de cómo procesan la información”, remata Zuazo. 

Rappi, Glovo y PedidosYa cuentan con una enorme base de datos de los productos que se intercambian en Buenos Aires: qué se consume, dónde se consume, quién lo consume, cuándo lo consume, a qué hora lo consume y hasta cómo lo consume. Del mismo modo, Uber tiene el detalle de los viajes de miles de personas que se mueven a lo largo y a lo ancho de la Ciudad y sus alrededores: a dónde van, de dónde vienen y a qué hora lo hacen.

Con la precisión del perfilamiento de sujetos consumidores volvemos al principio: el ideal del capitalismo contemporáneo se hace realidad de la mano de la extracción de renta estableciendo precios diferenciales. Gracias a la recopilación de datos el precio de un producto ya no estaría fijado por factores objetivos relacionados con el bien a producir más una tasa de ganancia, sino que se determina por factores subjetivos y contingentes que provienen de un sistema de procesamiento de datos motorizado por millones de generadores de demanda. Esto no sería posible sin la puesta en marcha de un mecanismo de microvigilancia para establecer el precio diferencial preciso para cada demandante en particular. “La microvigilancia no es ni más ni menos que la enorme cantidad de datos que compila un teléfono celular. Se trata de toda la información que recopilan Spotify, Google, Twitter, YouTube, Instagram, por ejemplo. Es más, el 75% de los pasajeros del subte está laburando para Facebook”, apunta Chaparro.

desempleados al alcance del smartphone

La tropa de “rappitenderos” de Belgrano participó de la huelga pero ninguno de ellos cuenta con experiencia sindical, por lo que hay una pulsión intuitiva en las medidas que toman. En una reunión planearon conformar una caja chica para el seguro de sus bicicletas porque cada vez es más común que los asalten cuando esperan para entregar un pedido o cuando atan a las apuradas su herramienta de trabajo en la puerta de algún McDonald’s.

También tienen en mente juntar a la mayor cantidad de colegas que quieran aportar entre 100 y 200 pesos mensuales para comprar alguna bicicleta usada apenas alguno se quede sin medio de transporte, o para reponer los celulares que también son objetos de afano. “Tenemos que empezar a hacer las denuncias en la comisaría, y cuando tengamos varias se las presentamos a la empresa para que vean en qué condiciones estamos”, propone un repartidor en medio de un descanso en la noche helada que cala los huesos.

“Los trabajadores de Rappi se organizaron muy rápidamente y el sindicato de los mensajeros se interesó por representarlos. Esa es una diferencia respecto a lo que pasó en México y Colombia, donde no había un gremio que se interesara por registrarlos”, explica Ottaviano. “Es muy difícil lograr conquistas y derechos contra empresas que se expanden agresivamente si no tenés la posibilidad de hacer huelga”, agrega. 

Para muestra, solo un botón. Marcos Galperín, CEO de Mercado Libre y emprendedor favorito de la Casa Rosada, antes de darle la bienvenida por Twitter a la devaluación y la pobreza que se avecina, “para terminar, de una vez y para siempre con la corrupción e impunidad en Argentina”, también se despachó contra los empleados de su empresa que se rehusaban a aceptar un aumento del 5% a pesar de una inflación anual estimada en más del 40%, lanzó: “si no quieren ese aumento es porque no merecen estar en Mercado Libre”.

El informe “Perspectivas Sociales y del Empleo en el Mundo: Tendencias 2018”, elaborado por la Organización Internacional del Trabajo (OIT), reveló que en el mundo hay 190 millones de personas sin trabajo y que para 2019 la tasa de desempleo mundial seguiría prácticamente sin cambios. En ese contexto, la OIT anticipa que en América Latina el número de trabajadores con empleos vulnerables seguirá aumentando hasta superar los 91 millones en 2018, desde los 87 millones registrados en 2014. 

¿Deberán conformarse nuevas estructuras gremiales creadas ad hoc o tendrán los gremios ya existentes la flexibidad suficiente para incorporar las demandas de los trabajadores de plataformas dentro de su propia agenda?

El crecimiento de las empresas de la economía de la plataforma es la muestra más acabada de un modelo de negocios que prolifera y se expande con fuerza. Entre la disponibilidad cada vez mayor de individuos imposibilitados de insertarse en la economía formal y la emergencia de empresarios tecnológicos cada vez más parecidos a los patrones esclavistas del siglo XVIII, el horizonte no parece muy alentador. El debate sobre la creación por parte del estado de regulaciones específicas para este tipo de trabajos recién comienza, frente a la típica amenaza de abandonar la plaza con la que el capital aprieta. La otra discusión, que ya está en marcha, alude a los sindicatos: ¿deberán conformarse nuevas estructuras gremiales creadas ad hoc o tendrán los gremios ya existentes la flexibidad suficiente para incorporar las demandas de los trabajadores de plataformas dentro de su propia agenda? Veremos qué deciden los repartidores que vinieron del futuro.