del malestar a la conciencia
Les escribo desde este lado de la pantalla, este lado del papel, desde la incomodidad de una que vive en el miedo y a la vez que ha roto con el miedo. Les escribo desde la ternura radical con lxs demás y también conmigo misma; en mi cuerpo y en mi mente eso implica “no desplomarse frente a nuestras contradicciones” y tampoco permitir que “los demonios existenciales se transformen en cinismos permanentes” (del Manifiesto de Ternura Radical). Cada palabra que escribo a diario, y que ahora leen en estas páginas, es tiempo que le he robado al miedo.
Soy una que, como muchas más, sobrevivió a y sigue sobrellevando la violencia física, psicológica y económica de su expareja. Ese miedo me robó paz, salud, vida, tiempo de escritura y reflexión. Ese miedo, entre muchas cosas, me silenció. Pero mi madre me dijo mil y una veces de niña: tampoco hay que tenerle miedo al miedo. Así, ahora, le robo esto y más al miedo. Ya saben el dicho: Ladrón que roba a un ladrón… Y hablando de eso, tomo prestado el título de este texto de Rita Segato, de su discurso en la FilBo y que resume perfectamente lo que me sucedió hace unas semanas cuando brotó o volvió la marea de señalamientos en contra de la violencia machista bajo el hashtag #MeTooEscritoresMexicanos, y luego, el de #MujeresJuntasMarabunta. Ahí Segato dice: “Nuestra lógica es trágica, en el sentido de que puede convivir con la inconsistencia, con verdades incompatibles, con la ecuación a y no-a, opuestos y verdaderos ambos, y al mismo tiempo. Y por lo tanto, siempre, siempre, dotada de la intensidad vital de la desobediencia”. A lo que desobedezco ahora, a lo que desobedecemos en nuestra lógica trágica, inconsistente y colectiva fue al pacto de silencio del patriarcado.
Las denuncias y escraches en estas latitudes tienen su Grundrisse bien asentado “desde hace siglos”, como apuntó Tessy Schlosser en su hermosa reflexión sobre el movimiento en Marabunta, Falange y Caracoles, en “La respuesta a Sor Filotea de la Cruz” de Sor Juana Inés de la Cruz; pero también lo construyen mujeres urbanas como las sufragistas o las que peleamos por el derecho a decidir sobre nuestros cuerpos, las mujeres campesinas que formaron y forman parte de movimientos de lucha social en este país como las mujeres de Cherán, las que defienden el territorio, las que buscan desaparecidxs; también las escritoras que hicieron #RopaSucia, las activistas que empujaron #MiPrimerAcoso, y todas las que estamos poniendo el cuerpo en la línea. Los tiempos se empalman, se relevan, se alentan y se aceleran, se dan la mano, se dan jalones y así despacio, que vamos de prisa.
Nosotras desobedecemos. ¿Y mientras desobedecemos, o precisamente por desobedientes, qué hacemos con nuestros lazos de amor y amistad con hombres que han sido señalados? Yo les creo a ellas. A diferencia de lo que puedan querer decir los medios o ciertas personas, todo lo que ha sucedido no tiene el objetivo de destruir la vida de nadie: ni la de las que alzan la voz ni la de los señalados, sino visibilizar nuestra violencia estructural para construir un mundo donde quepan muchos mundos, como dicen lxs zapatistas. El mundo de la escritura hace mundos, desde aquí creamos, habitamos, imaginamos mundos posibles ¿Dónde caben quiénes? Lo que ha quedado clarísimo es que escribimos en un país con nueve feminicidios al día, y que un ámbito literario privilegiado y supuestamente progresista también está lleno de violencia. Y no obstante, a pesar de esa violencia, las mujeres seguimos escribiendo. Esta marabunta, hasta donde yo entiendo, es inaudita: nunca antes se había unido un grupo tan grande, plural y diverso de mujeres del gremio (escritoras, editoras, traductoras, encargadas de medios, de ferias y festivales, críticas, libreras, divulgadoras, tuiteras y afines a la labor con la palabra) para poner manos a la obra y levantar la voz hasta cambiar este sistema que nos está matando. A nosotras nos desaparecen, nos mutilan, nos silencian y nos invisibilizan. Como dice el segundo comunicado de la Marabunta: “Estamos creando una contranarrativa que instaure la paridad de género y reescriba el futuro”. Y en El fin del silencio de las mujeres Cristina Rivera Garza escribe desde ese futuro que vendrá mirando al presente de esta marabunta: “Nuestras historias, revueltas. Nuestras voces, a la par. Era tan difícil distinguir entre lo propio y lo de todas, diremos con esa gran sonrisa en la boca que da la comunidad.”
Los tiempos de las redes sociales exigen actuar de formas veloces, a veces descuidadas con nosotras mismas y con otrxs, seguimos desobedeciendo a quienes dicen: “lo que deberían estar haciendo es…”, a quienes dicen: “vayan a acusar con papá Estado y que él las defienda”. No. Nuestra lógica no puede ser la del Estado, no puede ser la de las redes vorazmente capitalistas. Así, poco a poco, del hashtag con las palabras #MeToo, las escritoras apuntamos a nuevos hormigueros de organización.
