fernando rey y sus bebedores suburbanos
Brebaje de la vagancia en la ruinosa economía macrista, los botellones no degradables de Fernandito circulan al compás de la inflación y los bolsillos raquíticos. Sus fundadores aseguran que se trata de un producto de calidad y que su expansión colaboró en entronizar al Fernet Branca en el mercado de los alcoholes. Investigación exclusiva sobre el ferné de los pobres en tierras bonaerenses.
Bajo las hojas secas, en el cordón amarillo de la avenida, sobre el asiento de plástico de la parada del bondi, hay envases vacíos de Fernando. En época de botellitas selfies y latitas de gaseosa para manitos de playmóvil, asoma reluciente y no degradable el botellón de un litro del “ferné de los pobres”.
Son las ocho de la noche de un frío martes otoñal y a unas cuadras de la estación de trenes de la ciudad de Quilmes un flaco camina cabizbajo con un bolsito azul al hombro y un Fernando aupado en la mano derecha. Señalándole la botella le pregunto si lo puedo molestar un segundo porque estoy buscando consumidores de esa bebida para entrevistar. Me mira con unos espeluznantes ojos rojos, mete la botella en el bolso, corre hacia una obra en construcción y levanta con fuerza sobrehumana una madera empapelada con afiches de bailes para luego deslizarse en la oscuridad. ¿Por qué escapó perturbado este laburante ante la consulta por el Fernando? ¿Quién se ha tomado todos los Fernando que se descartan de día? ¿Quiénes lo fabrican y lo distribuyen? Acompáñenme a investigar esta triste e intrigante historia sobre escabio e inflación.
Tras insistentes llamados a los números que figuran en las etiquetas, y de varias respuestas evasivas en distribuidoras de Bernal, Quilmes oeste o Lanús, donde hablé con secretarias y empleados que parecen formar parte del pacto de silencio, un exdueño de una empresita de distribución que “cerró por la crisis” se copa y me pasa el contacto de Marcelo. “Te costó, pero llegaste: nosotros somos los que fabricamos el Fernando”. Vendedor cincuentón con carisma y olfato para aplicar a lo que llama el mágico y misterioso arte del comercio: “ahora hay más desocupados que consumidores, igual están pasando el rastrillo a lo loco”.
El 2017 fue el de menor nivel de consumo de gaseosas de los últimos once años, mientras que durante 2018 las primeras marcas cayeron casi un 20% y las segundas un 10%. Un menú principal más pedorro aun que el hospitalario de “pechuga y calabaza” que pronosticaba el garca de Carlos Melconian: fideos —sin el suntuoso y protegido con alarma antirrobo queso de rayar— y agua, en reemplazo de algún corte de carne vacuna con Coca Cola. Según la intuición y el “espionaje callejero” de Marcelo, el desplome de las gaseosas duplica esos datos. “Lo que no cayó es el consumo de agua mineral, quizás muchas madres no quieren volver a darle agua de la canilla a sus hijos”. Una caída general del consumo que redefine también el mercado de bebidas alcohólicas low cost.
El umbral de consumo que se instauró durante la década ganada ralentizó la circulación masiva de escabios baratos y duros con que los cuerpos sin órganos sanos ponemos nuestras penas en remojo. En estos años las cervezas Brahma se impusieron definitivamente en los barrios —un avance en comparación a la dosmilunera Diosa Tropical—, latones de Schneider copan los alrededores de canchas y las previas de recitales y bailes, las alemanas Wendeler se despachan a pleno en los supermercados Día —encontrando un nichito también en los hípsters porteños devaluados—, la Quilmes retoma sus afectos barriales y populares, mientras los vinos baratos van desplazando al casillero “cada tanto” a los espumantes —esas botellas azules de Freeze que mostraban a los pibitos empoderados— y a los vodkas u otras bebidas blancas costosas que se hicieron consumo frecuente entre un segmento importante de la sub-21. En medio de esa variedad, con escasos likes en Facebook (directamente inexistente en Instagram) y con precios más baratos incluso que las birras gasoleras, irrumpe de forma no estelar el Fernando. Ponele que Fernet Branca y Coca Cola son un maridaje dorado, Vittone y Manaos un rejunte que no une el amor sino el espanto, y Fernando un hijo huérfano criado de manera silvestre en la calle.
Parece que encontramos a uno de sus padres fundadores: “el que te puede hablar en profundidad del Fernando es Carlos, un histórico del rubro, uno de sus inventores”, dice Marcelo sin ocultar su admiración.
los abuelos de la parranda
En 1999 unos inquietos laburantes hacen pruebas en los viejos laboratorios de la extinta embotelladora San Isidro Refrescos S.A. (Sirsa), hasta que dan con la formulita mágica que trae al mundo a Fernando. Así lo recuerda Carlos con su voz de película doblada al castellano: “cuando salió la idea de hacer la bebida yo me prendí, era uno de los conejillos de india para hacer las pruebas: he tomado cualquier cosa, ja”. Pero además del cuerpo utilizó su propia vida como laboratorio, “yo tengo 69 pirulos y en la década del sesenta ese trago se tomaba; a mí no me gustaba el whisky pero en esa época si no tenías un libro bajo el brazo, anteojos y un vaso en la mano no ganabas”.
En los casi veinte años que tiene Fernando ya, los trabajadores que lo parieron pasaron de hacer gaseosas “exclusivamente” para Coca Cola al comercio con marcas propias en una sociedad anónima, y a partir del 2010, a organizarse en la cooperativa de trabajo Exaltación de la Cruz. “Ahora somos 170 personas; buscamos eficacia, pero hasta ahí: hay que cuidar las fuentes de trabajo. Pasamos tantas igual, que ‘otra’ crisis no nos va a asustar”, tira Carlos mostrando que el necesario fondo anticíclico es ante todo memoria subjetiva.
Hasta en la web de la cooperativa hay signos del hecho a pulmón: una captura cenital del Google Earth que muestra los techos de la fábrica y la Ruta 6 sobre la que se ubica, un videíto casero que muestra una máquina embotelladora en funcionamiento y el desfile de las botellas de agua mineral y de la cola Caribe, logos de sus diferentes bebidas entre las que sobresale el Fernando. “Había que embocarlo parecido a Branca, no teníamos la Coca Cola original pero calculá que la gente nuestra había laburado en el laboratorio de la época de Coca Cola, digamos que se fue acercando; hicimos un producto interesante. Cuando salió al mercado la demanda fue abrumadora. Nosotros estábamos en la fábrica de acá y había otra en Tucumán: hubo que hacer producción allá para abastecer lo de Buenos Aires. Hasta Quilmes en su momento sacó una oferta para que su lata saliese al mercado al mismo precio que nuestra botella, imaginate el quilombito que armamos”, exagera Carlos.
El logo de la marca Fernando tiene el vaso del aperitivo y el globo terráqueo característico de Fernet Branca. Carlos tiene una interesante e incomprobable hipótesis: la empresa de origen italiano fue la que realmente se benefició de la salida al mercado de Fernando, “porque se ‘descubrió’ el trago entre los más jóvenes, se puso de moda, ayudamos a que se instale en ese segmento”. Quienes intentaron ingresar al mercado camuflándose —y plagiando apenitas— su logo con el del gran aperitivo, terminaron beneficiando a la competencia con la conquista de un nuevo target abierto por el ‘gran salto’ etario que protagonizó el Fernet: de los abuelitos a los pibitos, el nono rejuveneció y se coló en las previas, en los boliches, en las canchas, en los recitales y en la representación apta para todo público de su circulación que fueron esas constantes publicidades sobre amiguismo y Fernet. Ellos calentaron el pico y modificaron sutilmente el paladar de la estallada sociedad argentina de comienzos del 2002: realización sensible que luego, ya con dinero en el bolsillo, transformó a Fratelli Branca en la bebida insigna de la década ganada, aumentando su consumo desde el 2003 en un 400% y metiendo en cada persona 1 litro y medio al año.
La mitad de sus ventas son en sectores económicos bajos, como reconoce la empresa, aunque no quedan dudas de que un gran porcentaje de esos consumos son cordobeses. “Cuando ofrecimos la bebida allá nos sacaron cagando: ‘pero nooo, acá tomamos Branca, eso es un invento para los culiados porteños’”. En YouTube se puede ver un anuncio publicitario de Fernando en un programa de cable. Una bailarina mueve sus caderas con un botellón en cada mano y un conductor le pregunta que le parece: impresionante. Los dos terminan bailando con el pegadizo jingle de comienzos de siglo: Fernet con cola dame un Fernando, listo para disfrutar, tomá, tomá, tomá Fernando. “Mi primer pedooooo fue con Fernandooooooo; que recuerdoooooo”, “de pibe me cantaban la cancioncita y los cagaba a puteadas, ahora lo extraño”, “esta publicidad es la culpable de mi adicción al fernet, marcó mi adolescencia y juventud”. Los posteos no dejan dudas: Carlos tiene razón.
combustible de estómagos acerados
Los muchachos de la cooperativa insisten con el eslogan de Fernando: el único, el original, que no te confundan. Es cierto que hay un mercadito inundado por Fernandos apócrifos y eso repercute en la marca… y en la salud. De digestivo y aperitivo a laxante. “Cada tanto hacemos ‘chequeos’, nos empezaron a copiar en el 2005 y hacen un producto horrible, muchos parecen lavandina, una cosa intomable. Nuestro producto es posta, no tiene químicos”.
Cuando salió Fernando a la calle, los camioneros que movían los packs chicos de botellas de un litro lo bautizaron Fernandito y empiezan a nombrarlo así. El disminutivo ayuda a la viralización y a la profanación, “hay unos que nos copian y se ponen Fernandito, con guión, distribuidores que lo vendían como segunda marca”. El plagio también tiene su dimensión creativa: F-Nandito VII. En un posteo homenaje de hace unos meses, un fanático que se denomina catador de Fernandito séptimo doble lo define como “no recomendable para nadie, no apto para consumo…es una bebida símil sabor Fernet que al primer trago se siente fuerte gusto a jarabe y plástico en el paladar. Su aroma enamora en cierto modo. Cumple con todos los requisitos”. Alguien le comenta, “es mi Rey favorito, compa”. En otro homenaje virtual al ‘séptimo’ se lo define como “agua de zanja y brebaje tóxico del conurbano, pero bebible por los estómagos de acero templado”.
La falta de presupuesto y de bebedores entrenados que den la cara para ser entrevistados impidió la realización de un focus group gediento y a cielo abierto para dirimir las diferencias entre el Fernando original y sus imitadores. En el conurbano y en el sur de la ciudad de Buenos Aires se distribuye más del 30% de la producción de bebidas. “En Recoleta no vendemos ni una tapita”, dice Carlos remarcando la condición subalterna de su creación, pero también exponiendo variaciones medio difusas y jodidas entre lo popular y lo marginal. Fernando es un escabio pensado originalmente para una sociabilidad hogareña y popular: girando de mano en mano y de vaso en vaso en una reunión con amigos y picada, reinando en medio de la mesa familiar de mantel de hule en algún domingo de sol; pinturitas de un Norman Rockwell dedicado al costumbrismo argento.
Pero la ocasión de consumo viró: Fernando rajó de casa y se fue a la plaza, al kiosquito o a la esquina y saltó de aperitivo para ingerir de día entre gente conocida a “combustible” para el tránsito lento callejero, nocturno y anónimo. Un laburante baja del bondi con el pico seco y si no le alcanza la plata para alguna birrita de cuello largo en el kiosco del barrio, en el almacén o en “el chino”, puede comprarse un botellón rendidor; en alguna obra, mientras la parrillita improvisada hace crujir una falda, puede rodar el botellón entre risas y cumbias de fondo. Pero si donde hay un laburante hay un vino Toro, lo más probable es que donde haya un vago haya un Fernando. “Sabemos que en ‘zonas marginales’ se consume mucho, y nos llama la atención que en los últimos tres o cuatro años venimos registrando que se revierte la tendencia: se bebe más el Fernando Forte que tiene 8% de graduación alcohólica, que el común que tiene la mitad. Algunos lo toman creyendo que es ginebra”. Carlos hace silencio y luego ensaya una especie de perdón en nombre del Rey, “lamentablemente tiene un envase práctico para tomarlo en cualquier lugar: estamos dando la posibilidad de que se mamen por ahí, pero bueno… nosotros no discriminamos a nadie”.
