un presidente que no espera

Con el hambre instalada como legado principal del proyecto republicano, el Cono Sur estallado, la conflictividad social latente y un armado político que necesita muchas patas para que la mesa no se caiga, Alberto empezó a gobernar antes de asumir la presidencia. Ahora, llegó el momento de poner a prueba la hipótesis Fernández: no existe la sábana corta.

Alrededor del presidente electo todos tuvieron que ir poniéndose en forma para seguirle el paso. Muchos aprendieron a los ponchazos. Cuando en septiembre la CTEP se manifestó en varios shoppings porteños para reclamar por la Ley de Emergencia Alimentaria, el primer reflejo de buena parte del Frente de Todos fue criticar la acción. Igual que cuando Juan Grabois habló de reforma agraria. Fernández tardó varias horas en dar posición pública sobre el tema. Pero en cuanto habló, ordenó a la tropa: “Todos sabemos de la justicia de los reclamos, pero todos sabemos que debemos intentar no complicar más el escenario difícil que tenemos. Eviten estar en las calles y generar situaciones que puedan llevar a la confrontación o la violencia”. Contención y confrontación a la vez. A Grabois no le cayó simpático el pedido de no estar en la calle, pero la discusión no escaló. Ahora, cada vez que le preguntan, el referente de la CTEP insiste: “Si tenemos que movilizar contra Alberto, lo vamos a hacer”. Fernández hace rato que abandonó esa discusión y pasó a otro tema.

“Alberto puede transitar tensiones que a otros nos resultan insoportables”, lo define una dirigente de talla que ha compartido con él muchos años de militancia y construcción política, con algún impasse en el medio. ¿Cómo lo hace? Dos cualidades, resume su mesa chica: “le gusta discutir” pero también “es un hombre de levantar el teléfono”. La intervención más recordada por el kirchnerismo originario fue la que intentó durante buena parte de 2008 para acercar posiciones entre las patronales de la industria agropecuaria y el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner. Una gestión que no llegó a buen puerto pero en la que trabajó durante meses. “Trató de acercar todo el tiempo a todas las partes”, recuerdan en el Frente de Todos.

Pero si de tensiones insoportables se trata, la anécdota más recordada por el grupo de amigos y dirigentes que rodea a Fernández es otra que involucra al exsecretario de Comercio Guillermo Moreno y al presidente de Repsol, Antonio Brufau. Después de analizar con la entonces presidenta la situación de YPF, la suba desmedida de los combustibles y la relación con la multinacional de capitales españoles, Moreno consideró que Cristina le había dado su aval tácito para intervenir la petrolera y allá fue. A los quince minutos, sonaba el teléfono del entonces jefe de Gabinete, Fernández. “¡Esto es el colmo!”, bramaba Brufau al otro lado de la línea, mientras combinaba amenazas con insultos en dosis similares. Es una historia que a Fernández le gusta mucho contar. Un poco para deleitar a la audiencia con la cantidad de insultos que escuchó y otro poco porque tiene final exitoso para él: con su intervención, caminando por la cuerda floja, logró resolver las tensiones entre Cristina, Moreno y Brufau. “Lo hizo con mucha racionalidad, en un contexto con Cristina a las puteadas porque subían las naftas y Alberto explicando que debió hacerse de otra manera”, recopilan cerca suyo. Igual, con Moreno tiene varias.

“Su modus operandi, tanto por la gestión cuando éramos gobierno como ahora, es que es un hombre de levantar el teléfono. Siempre pide hablar y buscar el punto intermedio. Ese es su estilo. Es muy directo. Hay estilos que son más progresivos en el tiempo y van construyendo escenarios para que las cosas sucedan, pero él no es así. Es un tipo de resolución más directa”, grafica una figura clave en la historia del acercamiento entre Fernández y su vicepresidenta electa.

La pelea con Cristina, hace diez años, y la reconciliación, hace dos, es uno de los factores que lleva al Círculo Rojo a preguntarse constantemente cómo será la relación entre ellos en el gobierno y, más aún, cuándo volverán a enfrentarse. Fernández repite una y mil veces que nunca más se va a alejar de la expresidenta, a la que le renunció como jefe de Gabinete al cabo del con icto más duro de su primer gobierno. En su entorno, además, muestran plena confianza en el aporte de la propia Cristina a mantener los equilibrios dentro del Frente de Todos. “Los malestares internos los va a resolver Cristina. Cristina va ayudar a resolver las crisis”, aseguran. Hay gobernadores peronistas que refuerzan esa lectura. “Ella repite que los próximos ocho años son de Alberto”, confía uno de ellos. Minimizan el ruido político que generó la decisión de la expresidenta sobre la integración del escenario de la victoria la noche del 27 de octubre.

Durante la mayor parte de la transición entre los gobiernos saliente y entrante, Cristina estuvo en Cuba, visitando a su hija Florencia. Fue además una manera de alejarse de la discusión. Alberto, de todas formas, le pidió la última palabra en las definiciones sobre sus ministros.

Una las futuras integrantes del gabinete agrega detalles sobre el presidente electo. “Calcula en segundos costos y beneficios de las cosas. No tiene miedo a jugar fuerte”, asegura. Su postura frente a la penalización del aborto es un ejemplo claro de esto último. Dos semanas después de ser designado candidato, Fernández recibió en su departamento de Puerto Madero a cuatro activistas feministas que le pidieron por la ley. Su respuesta fue inmediata: “Si quieren, presento un proyecto mañana mismo. Díganme ustedes lo que tengo que hacer”. Cinco meses después, lo dijo públicamente en una entrevista con Página/12. Las sospechas sobre la influencia que tendrían sobre su postura el Papa o el gobernador de Tucumán, Juan Manzur, borradas de un plumazo.

Dos semanas después de ser designado candidato, Fernández recibió a cuatro activistas feministas que le pidieron por la ley de despenalización del aborto. Su respuesta fue inmediata: “Si quieren, presento un proyecto mañana mismo. Díganme ustedes lo que tengo que hacer”.

En el medio habían quedado sus charlas con la Iglesia Católica, en las que dejó en claro que está a favor de la legalización del aborto, y su toma de posición durante el último debate presidencial, a contramano de advertencias nunca comprobadas empíricamente sobre lo “piantavotos” de revelar tal postura.

Sergio Massa es otro de los nombres que saltan al primer plano a la hora de pensar en las tensiones que podrían surgir durante el gobierno de Fernández. Fue, de hecho, una de las que debió resolver en el corto mes que separó su nominación como candidato presidencial de la oficialización de las listas ante la Justicia Electoral. Que sí, que no, Massa jugaba al misterio mientras hablaba con Cristina pero se sacaba fotos con Miguel Pichetto y Juan Schiaretti. “Realmente no sé lo que va a hacer, decide Sergio”, respondía Fernández entre molesto y resignado cada vez que alguien en su entorno le preguntaba por los avances o retrocesos en las conversaciones con Massa. El tigrense estiró el misterio hasta el final, pero siempre dijo que buscaba la unidad. Finalmente, el acercamiento se concretó frente a las cámaras de televisión, cuando el canal C5N los cruzó al aire. Fue en los términos de Massa, pero se cumplió el objetivo de Alberto.

“Él trata de contener a todos, eso es así. Pero si uno se le escapa y no puede contenerlo, es implacable. Un duro para eso, el hombre. No le gusta sentirse encerrado”, describe una de las mujeres que más lo conoce.

En su mesa chica agregan algunos detalles más: “Escucha, y eso no es común. Contrasta lo que le estás diciendo con lo que piensa, porque además es muy buen polemista, le gusta mucho discutir”, detalla uno de los dirigentes que estuvo con él aquella mañana en que Cristina reveló que sería candidato a presidente. “Su gran cualidad política es ponerse en el lugar del otro. Así llegó adonde llegó”, agrega.

Inesperado foco de tensión, la política regional y mundial lo ocupará casi tanto como la economía doméstica. El fin de semana del golpe de Estado en Bolivia fue para Fernández una clara muestra del que será su rol internacional a partir del 10 de diciembre. “Habló con medio mundo”, cuentan cerca suyo y la afirmación se acerca a la literalidad. El sábado a la mañana habló una hora con Emmanuel Macron; al mediodía, con Evo Morales y con Álvaro García Linera; el domingo, con Mauricio Macri, con Andrés Manuel López Obrador y su canciller, Marcelo Ebrard, y con Mario Abdo; y el lunes, con Martín Vizcarra. Para concertar la salida de Morales de Bolivia, también tuvo conversaciones con las Fuerzas Armadas de ese país. “Sin la intervención de Alberto Fernández y de López Obrador, Evo estaría muerto”, definió una semana después García Linera.

La coyuntura global es más que compleja, entre la guerra comercial que mantienen Estados Unidos y China, su pésima relación con Jair Bolsonaro y el multilateralismo en crisis. Será uno de los más grandes desafíos que tendrá que enfrentar.

La coyuntura global es más que compleja, entre la guerra comercial que mantienen Estados Unidos y China, su pésima relación con Jair Bolsonaro y el multilateralismo en crisis. Puertas adentro, la situación no es más tranquila.

Puertas adentro, la situación no es más tranquila. Para empezar a acercarse al problema más urgente, tres semanas antes de asumir la Presidencia, Fernández se sentó a una misma mesa con otras quince personas. Juntos dieron el primer paso de una estrategia para combatir el hambre en la Argentina. Estuvieron el futuro ministro de Desarrollo Social, Daniel Arroyo, Agustín Salvia (del Observatorio de la Deuda Social Argentina de la UCA), Sonia Alesso (de Ctera), Héctor Daer (de la CGT), Esteban “Gringo” Castro (de la CTEP), Estela de Carlotto (de Abuelas de Plaza de Mayo), Adolfo Pérez Esquivel (Premio Nobel de la Paz), Daniel Funes de Rioja (de la Copal), Roberto Baradel (de Suteba), Gustavo Vera (de La Alameda), la política platense Victoria Tolosa Paz, la chef Narda Lepes, el productor y conductor televisivo Marcelo Tinelli, monseñor Carlos Tissera, Edgardo De Petri (del Frente Transversal), la diseñadora María Cher y el presidente de Syngenta, Antonio Aracre. “Quedó claro, implícitamente, que todos vamos a tener que poner el hombro”, reconoció Aracre después del encuentro, que según observadores privilegiados fue un primer paso para acercar posiciones muy disímiles. Varios de los presentes van a tener que pagar más impuestos o resignar algo de rentabilidad. Que escucharan al Gringo Castro contar cómo hay pibes que en la Argentina mojan cartón para tener algo blandito para comer o a Alesso detallando cómo, por pedido de las familias, muchas escuelas ahora abren sus comedores durante los fines de semana, tal vez los haya concientizado sobre la necesidad de aportar un poco más a la recaudación nacional.

No debería tomarlos por sorpresa el pedido del presidente electo para que hagan su aporte solidario a la economía nacional. Como candidato repitió durante la campaña: “Tenemos que retomar la ética de la solidaridad de la que hablaba Alfonsín. El crecimiento personal tiene que estar acompañado de saber que otros no tienen las mismas posibilidades de crecer que yo. Y de que debo hacer algo para que tengan las mismas posibilidades de crecer que yo. Nadie puede vivir feliz creciendo uno en desmedro de otros.

Se abre con este episodio la que probablemente será la gran pregunta sobre la gestión de Fernández: ¿logrará que las clases altas, de mayores ingresos pero también de mayor poder de lobby y de fuego, resignen ganancias? ¿Podrá, desde el sur del continente, equilibrar aunque sea en parte el desequilibrio terminal del capitalismo global? Con otro enfoque, sin tanta negociación, sin teléfono en la mano, lo había intentado un gobierno del que fue parte: el de Cristina Fernández de Kirchner con los agroexportadores. No triunfó. Varias enseñanzas se llevó de ese medio año largo de guerra sin cuartel, el presidente electo.

Buscará avanzar desde un gobierno que empieza con el poder repartido entre un triángulo que desde junio hasta ahora ha funcionado afinado: él mismo, Cristina y Massa. Cada uno tendrá dominio y ascendencia sobre distintos resortes del Estado, todos necesarios para gestionar pero cada uno con su impronta. Mientras que la mayoría de los Ministerios reportarán directamente a Fernández, el Senado será territorio de Cristina, en una pequeña parte compartido con los gobernadores peronistas, y la Cámara de Diputados quedará repartida entre Massa y la expresidenta, con la jefatura del bloque del Frente de Todos en cabeza de Máximo Kirchner. El diputado, que a lo largo de 2019 trabó una inmejorable relación política con Massa, se ocupará de la tropa propia, mientras que el tigrense llevará adelante las relaciones con la oposición dialoguista. Con esos equilibrios y perfiles distintos, adonde el Círculo Rojo ve riesgos de quiebres y peleas inminentes, Fernández ve posibilidades y caminos múltiples para llegar a sus objetivos. Como toda convivencia entre dos o más, el gobierno repartido de esta forma no estará exento de tensiones. A días del estreno, todos se muestran comprometidos con la unidad y con confianza plena en el hombre del teléfono en la mano.