yo te sigo, vos me seguís

¿Qué perseguimos en la íntima web que no mostramos y recorremos? ¿Qué se nos va en las ficciones identitarias que armamos hacia afuera? La escritora Sonia Budassi emprende un recorrido por las redes, de stalkeo en stalkeo, de Bielurrusia a Astro Mostra, sin pudor.

“Stalkear es como respirar” dijo un amigo cuando, sorprendida, comenté que alguien minucioso, obsesivo, detallista, había rastrillado mis huellas menos obvias en la red. Se supone que, dentro del mismo círculo, todos tenemos consumos similares. Y que los discretos, diferentes, quedan ocultos. Temí que su declaración fuese solo deformación profesional: es periodista de espectáculos. Pero el magma público privado indiscernible de la web todo lo mezcla. A quién seguís, qué ropa usás, qué leés, a qué marca regalás tus amigos arrobándolos en un comentario para ese sorteo que, como el del almacén del barrio, nunca ganás pero al cual, sin embargo, ilusa, entregás datos personales. Las técnicas de investigación se simplifican al punto de volverse banales como el necesario hábito de inhalar y exhalar; una forma de vida.

No me preguntaron, a partir de un video en YouTube, una nota o un posteo si realmente me había parecido bueno el libro del autor con quien compartí aquel panel, si aún trabajo de editora en la revista de cultura, si fui docente en esa lejana universidad o solo una visita, ni cuál era esa ciudad de aura asiática tan poco identificable, ni si soy de Aries o de Sagitario. Nada de lo esperable:

-¿Sos fan del FC Neman de Grodno?

Se sabe: nuestras ficciones de identidad se construyen hacia afuera, qué imagen damos es la pregunta. Pero, hacia adentro, ¿qué buscamos en la –también ficticia– íntima intimidad de la web que no mostramos? Alguien, entonces, había descubierto mi fanatismo por un equipo ignoto. Casi un secreto, no por vergonzante. Más bien por su irrelevancia, su poco glam si se quiere, elementos que suelen derivar en coherente desinterés de la mayoría. Maluma tiene 58 millones de seguidores; el FC Barcelona casi 1000 millones. El FC Neman no llega ni a 2000.

Durante la cuarentena se detuvo el fútbol mundial, excepto en Bielorrusia. A pesar de que Diego Maradona dirigió el Dínamo Brest, seguí al equipo de Grodno. No tan de manual. Mis abuelos vinieron de esa porción de la ex Unión Soviética y luego ex Rusia: Bielorrusia se independizó en 1991. Por streaming se ve su estadio impecable, pasto sintético y autos detrás, pasando por una calle tranquila, sin operativos de seguridad mientras juegan Vasiliev, Sadovnichy, Legchilin, Leshko; línea de cuatro; la rodea una pista de atletismo. El volumen del público no tiene nada que envidiar al Club Atlético Liniers, del Argentino C, de Bahía Blanca, mi ciudad natal, rodeada por cuatro tribunas de no más de veinte escalones. El mismo viento helado, el bahiense seco y del sur. Tampoco resisto el morbo de comparar otro club mítico del ascenso, Villa Mitre; color verde más oscuro en su camiseta. Lo siguen 20.000 personas en Facebook. Al Neman, que juega en primera, 1500. En Twitter ostenta 2548 seguidores.

Algunos dicen que es fácil identificarse con los perdedores. No lo sé. Algo me hermana con esos rostros pálidos que patean la pelota a su propio ritmo bajo el agua nieve – Kantaria, Parkhomenko, Pasevich, Kravtsov–, a 12.561 km desde donde los miro. Me cuesta, eso sí, relacionarme con el escudo: muestra la silueta de un ciervo con una cruz clavada en la frente. ¿Qué es esa crueldad? En las tribunas apenas ocupadas aunque la entrada sea gratis, niños con orejeras y gorros de lana, cachetes colorados y vapor omnipresente porque no usan tapabocas; hombres y mujeres en igual proporción, muñecos michelín abrigados y tan quietos que dan ganas de crearles una barrabrava, de revivir al Tula y llevarlo para allá. De fondo, edificios mole sin el encanto de otro tipo de arquitectura soviética –como la de @SOCMOD y @Soviet Visuals. Y las del presente, igual de adictivas, como @zilikovichlena. @belarus.times, @grodno.times, @insk.times. ¿Por qué me importa? ¿Acaso afecta mi cotidiano? La evasión al mirar sitios lejanos se cruza con la culpa de perder el tiempo sin finalidad. Y con el juego de reencontrar algo nuestro, escondido. O con un deseo de lo que no somos pero querríamos sin necesidad de proyectar una imagen. Mi más privado mundo web, el de Neman y Belarus, es un mundo sin covid. Nada se detuvo.

la exogamia que no miramos

Gracias a los rutilantes algoritmos vivimos en burbujas: consumimos lo mismo que grupos sociales e ideológicos afines. Y de un modo parecido. Nos movemos entre la militancia acrítica y el cinismo. Esos extremos no nos dañan. Se multiplican los permisos sociales para mezclar en una rara convivencia la fe terraplanista y la ciencia protocolar del paper. A la actualización permanente de cada timeline, web y feed se la mezcla con un toque de relajación cultural. La evolución de la noción de pudor provocó que objetos antes vergonzantes ya no lo sean (tanto). Ahora “se usa” saber de astrología. Hay versiones pretendidamente sofisticadas que la tamizan en raro blend con política, genética, ecología y el poder retórico del coach. Y formas más naïve y estereotipadas, reminiscencias del horóscopo en revistas de la peluquería de otra época; frases de centelleante esperanza y amenazas maniqueas.

Prefiero estas cuentas, livianas y clichés. Como las de “horóscopo negro” y sus listas: “Lo que tienes que hacer para decepcionar a cada signo”, “cinco signos que no pueden hablar sin pelear”, “ranking de los signos más fiesteros”, “signos que más hacen disfrutar a sus parejas en la cama”, “cuatro signos que parecen malos pero en realidad son un amor”. Porque en un mundo intelectual donde, se supone, está bien cuestionar y contemplar matices, es bueno refugiarse, un rato, un poco, en la aseveración. Algo intolerable con el temita covid online donde, ya se dijo tanto, todos juzgan nivel policía, al punto de la denuncia. Como los vecinos que, durante la cuarentena, nos insultaban desde el balcón por salir al chino a comprar. Aguante la dictadura de cuentas marketineras de Instagram: aunque a veces tengan el mismo tonito altanero, mejor abrazar esas joyas de la astrología pop que a gurúes de lo –en teoría– políticamente correcto.

Otro genio del mundo astral, gran aprovechador del nicho es el actor Federico Cyrulnik (@fedecyrulnik). Cyrulnik es gracioso en diversos roles pero gana popularidad en su serie “Los signos y…”: los tapabocas, el mar, el sexo, la playa, haciendo ejercicio, cuando los critican, en el nutricionista, cuando le cuentan un chiste… Su colega Mike Houny hace varios personajes pero sus reels más vistos son los de #JuanCassette donde representa a un jugador de fútbol que declara en el hervidero de la zona mixta, puro guión. Pero ante situaciones fuera del deporte: “en el dentista”, “en vísperas a su paternidad”, “sobre la llegada del invierno”, o “yendo a la peluquería”.

Celebro el triunfo del cliché fuera de contexto; nos permiten escapar de áreas remanidas y, paradoja, espejar nuestros propios modismos. Si ponemos un fav fuera de nuestra zona de confort podemos decepcionar al chusma que espera que sigamos dentro del circuito: ¿ahora le gustan las artes marciales?

La evolución de la noción de pudor provocó que objetos antes vergonzantes ya no lo sean (tanto). Ahora “se usa” saber de astrología. Hay versiones pretendidamente sofisticadas que la tamizan en raro blend con política, genética, ecología y el poder retórico del coach.

las celebridades personales y el tal me siguió

La popular @AstroMostra dice, en su perfil de IG, “Astrología contemporánea para problemas posmodernos”. Asumo mi propio cholulaje y vulnerable autoestima: sonreí con la satisfacción del objetivo logrado cuando empezó a seguirme en Twitter. Lo tomé como un reconocimiento, una legitimación, un premio. Excitación como cuando alguien que admirás dice te leí. Y cuando tres cuentas fans del FC Neman –de Glasgow, Yorkshire y Rusiaempezaron a seguirme casi muero de la emoción. Sentí “lo logré”. Alardeé con una patética captura de pantalla para mí misma. Tienen entre 600 y 200 seguidores. No me importa. Por fuera de mi mundo social creamos, siento, una minoría intensa.

En la no jerarquización de deleites web reina la parodia, la venganza de los nerds y el autoconsumo irónico. ¡Qué infelices somos, pero podemos reír! Internet nos da revancha. Quintín Palma y su “Los ricos en cuarentena” es un revés al seguimiento no vergonzante a estrellas como Maluma. En 2020 Palma editó videos donde las celebridades llaman a “quedarse en casa” desde sus mansiones, algunas con acceso privado al mar. ¡Qué difícil!

Seguir un # (hashtag) puede dejarnos varados en una obsesión absurda. Ciertos fracasos para llegar a un famoso generaron una manía que se convirtió en libro, y eso me permitió observar lo semioculto en un universo ajeno, el del Carlos Tevez. Borré esa búsqueda pero años más tarde, al #Italia agregué #Limónov y las cosas fueron análogas pero en territorio virtual. El ruso –que falleció el año pasado– personaje de la mejor no ficción de Emmanuel Carrère, figura política y literaria, vendría a Buenos Aires. Leí sus novelas inéditas, iba a entrevistarlo. Días antes del viaje, se enfermó y no viajó. Hablé con él por teléfono, por mail, me peleé por chat. Y escribí. En mi feed cada semana aparece alguna mención suya. Y de Sergey Cherepovsky (Сергей Череповский), un adolescente que aún adhiere al partido racista de Limónov. La joven nueva derecha llega hasta la región de Rostov, al Sur de Rusia, cerca de Ucrania, de allí surgen los cosacos, me explicó por mensaje privado. Su imagen de perfil da impresión: un gato con una posproducción que le agregó siete ojos. Sus fotos son una oda a la desprolijidad del plano corto, una lata, una botella, un póster de una mujer semidesnuda como las de un taller mecánico; todo en cirílico y sin filtro.

Se enfatiza la endogamia promovida por las redes y se soslaya cómo nos ayudan a escapar de ella. En un autoestalkeo podemos encontrar universos ajenos a nuestra atmósfera. No solo por geografía e ideología, como la de Sergey. De alguna persona con quien salí, de acá nomás, mantengo el contacto de un amigo suyo modelo danés residente en Milán, y de otro amigo patagónico, un fanático del TC.

Y otros universos que no quiero contar para resguardar la falsa ilusión de que hay una parte invisible de la web, la de los consumos naïf, bobos, ingenuos, que mantienen la creencia de que es posible alguna íntima, caprichosa, deseante, intimidad online. Aunque la pregunta sobre el FC Neman que recibí y todo el poder del Big Data persistan, en silencio, y estridentes, en demostrar lo contrario.