el periodismo y la pérdida del aura

Ubicado en la frontera entre un siglo y otro, Jorge Fontevecchia es una especie de eslabón perdido, que sostiene con tozudez sus obsesiones: las entrevistas, la verdad consensual, las virtudes de un liberalismo autopercibido como humano. Diálogo sobre periodismo y política en tiempos de precariedad y polarización.

“Q ué maravilla la resistencia del papel”, susurra Jorge Fontevecchia cuando le entrego el nuevo número impreso de la revista crisis. Hace dos años que no habla con ningún medio y las últimas entrevistas que brindó fueron para promocionar el libro Periodismo y verdad, a fines de 2018. “Pero mi solidaridad gutemberiana con otros insumisos de la tinta me impide responderte negativamente”, me había dicho por WhatsApp para confirmar la cita.

Ahora nos guía en una recorrida por el edificio de Perfil en el barrio Barracas, que parece una de esas naves suspendidas en el limbo a la espera del desenlace. O un dinosaurio intentando adaptarse al porvenir digital, según la metáfora del propio dueño de la firma. Allí pasa noventa horas por semana, junto a algunas de sus reliquias más significativas: una linotipo importada de Estados Unidos para recordar cada día el origen de la empresa familiar; un pedazo del muro de Berlín traído desde Alemania como símbolo del triunfo de la libertad de mercado; una biblioteca de libros que le recuerda el sueño de la razón moderna, cada vez más parecido una pesadilla –en el que resurgen las peores pandemias, los más crueles fascismos y el insulto de la pobreza.

Sin embargo, el ciudadano Fontevecchia no pierde el optimismo, se mantiene hiperactivo y proclama su fe en el progreso; aunque en sus ojos chispeantes se adivine el reflejo de una melancolía profunda.

En tu último libro hacés un planteo agudo sobre los problemas que atraviesa hoy el periodismo, pero me da la sensación de que no encontrás respuestas.

—A ver, ese libro surge de una tesis que debía hacer para un posgrado que cursé en la Universidad de Buenos Aires. Era el momento clave de la pelea por la Ley de Medios y lo que encontré fue una gran falta de actualización en nuestra profesión sobre los criterios de objetividad. Creo que se avanzó durante estos últimos años en la aceptación de que la objetividad absoluta solo Dios puede tenerla: solo Dios puede mirar desde todas las perspectivas. Lo que podemos hacer los humanos es un esfuerzo para acercarnos, combatiendo los prejuicios naturales de la época en la que nacimos, el nivel socioeconómico que tenemos, la educación que nos dieron. Entonces, lo que traté es de ayudar a los estudiantes de periodismo y a los periodistas más jóvenes a comprender la problemática que los habita: la subjetividad es intrínseca al ser humano y un buen periodista tiene que tratar de defenderse de ella. El kirchnerismo fue útil para colocar en debate un tema que las generaciones anteriores ni lo veían, y aparece casualmente gracias a la grieta, por la polarización. Es un fenómeno mundial, que tiene explicaciones de orden técnico, y otras de orden económico.

Decís que el periodismo surge en el siglo XVII con la imprenta, y que el pasaje a lo digital supone una crisis de la idea de verdad en la que vos mismo te formaste: ¿lo vivís como una degradación?

—Yo soy hijo de la época más gloriosa del periodismo, que es el Watergate en los setenta, y una asertividad que proponía “hay que ser crítico de todos”, porque sin ninguna duda existen verdades absolutas. Pero fui introduciendo modificaciones en mi percepción respecto de la objetividad, que mucho tienen que ver con el psicoanálisis. No es algo simplemente profesional, implica ponerte a reparo de tus paranoias, tus neurosis, sabiendo que siempre hay algún grado de anomalía porque eso es la humanidad. Vos me preguntás si sentí un empobrecimiento con este cambio: te diría que no. Cada generación cree que lo que viene es una porquería porque no van a estar ellos, por eso “no me voy a perder nada: lo mejor ya pasó”. Yo lucharía contra la creencia de que las nuevas plataformas arruinan el periodismo. Me defiendo de ese impulso comprensible y sentimental que es el “viejismo”. Soy hegeliano, y el mundo ha demostrado que hay una flecha de progreso.

Entonces no sos posmoderno.

—No, pero vivo en una sociedad posmoderna y tengo la obligación de entender la subjetividad de época. Las nuevas plataformas empeoran determinado tipo de contenidos y potencian otros. Yo creo que el balance tiende a ser positivo. Está lleno de elementos negativos, sin ninguna duda. Parte de la polarización tiene que ver con estos cambios. Vamos a ponerlo así: cuando había solo tres canales de televisión abierta, radios AM y publicaciones en papel –hace apenas 25 años–, los medios masivos tendían a ser pluralistas. ¿Por qué hoy sucede todo lo contrario y prima el hipersesgo? Voy a citar a Adam Smith: no es por virtud del panadero que encontramos cada mañana el pan, sino por su egoísmo.

Les convenía.

—¡Les convenía! Si alguno se sesgaba y se hacía peronista o antiperonista, o en Estados Unidos demócrata o republicano, el otro le ganaba en audiencia. A partir de que hay 300 canales, naturalmente el negocio es la segmentación. Para la democracia esto es un problema porque se crean sesgos que se retroalimentan por una necesidad comercial, y esto repercute en la política que se vuelve un espectáculo. Al mismo tiempo, ¿alguien puede negar la Biblioteca de Alejandría que es internet? Yo tengo marcaditos los libros, sigo en una esfera gutemberiana, pero cuando tengo que citar ya no me levanto del escritorio para ir a buscarlos en papel. Los quiero como un fetiche, que estén ahí me hace bien, pero hoy busco la cita en la web.

Cuál sería entonces la positividad de las nuevas plataformas? ¿Mayor comodidad y mejor acceso?

—Yo creo que no van a desaparecer ninguna de las plataformas offline, pero se transforman. Vos fijate la radio, a la que le han diagnosticado la muerte decenas de veces: es el único medio de comunicación que creció en la cantidad de minutos por día que la gente le dedica. ¿Por qué? Porque las ciudades tienen el doble de población cada 50 años, tardás el doble para llegar a tu lugar de laburo y la radio es lo que escuchan las personas cuando está en tránsito. Hoy no puede hacer lo mismo que hacía en 1940, el radioteatro sería imposible, por eso migró al teleteatro, y luego migró a la serie, ahora está en Netflix. Cada una de las plataformas demuestra un grado de utilidad mayor para cierto tipo de contenidos, para cierto tipo de servicio. Antes tenías el monopolio de la producción de contenidos en un solo soporte, pero no quiere decir que la aparición de nuevos soportes más eficaces para ciertos contenidos lo sean para todos.

Hablando de monopolios, leí en tu libro que los medios tal como los conocemos hoy surgen cuando Roosevelt instaura la ley antitrust porque es ahí donde comienza la publicidad. ¿No estamos ahora, con Facebook y Google, en un nuevo auge de los monopolios?

—El periodismo del siglo XX es el proceso de masificación de la producción de contenidos, sobre una base industrial que tiene lógica ingenieril a partir de la invención de la linotipo, y con un modelo de negocio en base a la publicidad. La publicidad surge de la competencia, si vos tenés el monopolio no necesitás hacer promoción. Y la publicidad le permitió a los medios tener recursos para ser independientes: de un partido político, o de un mecenas. Las revoluciones científicas necesitan que haya un modelo de negocio que lo acompañe, es decir la tecnología por sí misma no genera el cambio. Google y Facebook producen una hecatombe monumental, te diría del mismo porte que la introducida en su momento por Teddy Roosevelt con la ley antitrust. Concretamente, hasta la aparición de Google y Facebook vos podías hacer una tablita para cada una de las plataformas existentes, y había una relación directa entre quién pagaba la cuenta y la masividad del medio: mientras más dependía del consumidor final, menos masivo era. Radio y televisión: 100% lo pagaba la publicidad, 0% lo pagaba el consumidor. Libros y teatros: 100% lo pagaba el consumidor, 0% la publicidad. Las revistas eran 50% publicidad y 50% lectores. Los diarios eran 80% publicidad y 20% lectores. Google reduce la publicidad a casi nada, porque tiene cero costo de generación de contenidos, gracias al content generated by users. Para que te des una idea, el 80% de la publicidad digital mundial hoy está en manos de dos empresas: Google y Facebook. Y la publicidad digital es entre el 30% y el 40% del total de la publicidad mundial. Apareció un competidor que bajó las tarifas publicitarias de los medios, se llevó buena parte de la torta y creó todo tipo de problemas en el modelo de negocios. Google es el fin del ciclo iniciado con Teddy Roosevelt.

¿Vos pensás que esa tendencia es irreversible o considerás que es preciso introducir regulaciones que le opongan resistencia?

—Yo creo que el capitalismo requiere de regulaciones. El verdadero capitalismo es antimonopólico. Con Google y Facebook sucede lo mismo que con todas las tecnologías nuevas, porque las regulaciones se crean ex post. La ley viene después de la costumbre. Todas las actividades emergentes gozan de un período libertario, selvático, Darwin puro. En Estados Unidos a la AT&T la obligan a dividirse en siete compañías recién en 1980, después de 50 años de oligopolio telefónico. ¿Cuánto falta para que obliguen a Google o a Facebook?

Con Google y Facebook sucede lo mismo que con todas las tecnologías nuevas, porque las regulaciones se crean ex post. La ley viene después de la costumbre. Todas las actividades emergentes gozan de un período libertario, selvático, Darwin puro.

En tu libro reivindicás una superioridad de la noticia respecto al contenido, pero la lógica de consumo que hoy impone por ejemplo el SEO (optimización por motores de búsqueda), ¿no destruye ese valor más cualitativo en función de la ganancia?

—Claro, como decía Schumpeter siempre hay destrucción de valor, lo que vos tenés que ver es la suma total. Y el Estado tiene que estar asistiendo a los perdedores.

Lo que pasa es que habría que discutir la idea de valor: ¿qué pasa si una innovación permite acelerar la acumulación de capital pero destruye formas de vida? ¿Y qué valor tiene aquello que no se puede considerar una mercancía?

—Leibniz decía en broma: “bueno, terminemos esta discusión, calculemos quién tiene razón”. Pero para calcular hay que tener iguales, las cosas desiguales se deben ponderar. Ahora bien, sin ninguna duda la creación de bienes que facilitan la vida es algo mensurable. Si tomás la expectativa de vida de hace medio siglo en el mundo y ves la de hoy, es una evidencia que creció entre 30 y 40 años. Otro ejemplo, nuestra relación con el frío y el calor. Hablás con las generaciones anteriores y el frío era un tema crucial en la vida. Hoy para un porcentaje importante ya casi no es una preocupación.

Sí pero tenemos el cambio climático, que te está diciendo que el problema del frío y el calor se convirtió en un problema planetario.

—Totalmente. Vos me decís: está muy bien Schumpeter, pero si la destrucción creativa es del sol no sirve. Es que hay un punto en el que tengo que ponderar, ya no puedo calcular. Y la ponderación es subjetiva: por eso nos tenemos que poner de acuerdo. No pasa lo mismo con el cálculo, en el que todos vamos a coincidir.

entrevisto luego existo

Le digo a Fontevecchia que la idea de que nos ponemos de acuerdo para decidir cuál es la verdad me parece elitista, porque los que deciden qué sería lo mejor para el mundo son una pequeña minoría de poderosos. Pero poco importa lo que piensa el entrevistador, o al menos eso es lo que dice el manual de estilo. Y el dueño de Perfil algo sabe de reportajes. Su ritmo de entrevistas es frenético, inaudito, una especie de carrera desbocada en busca del secreto perdido. Pregunto cuál es el motivo de ese extraño arrebato: “Mirá, el slogan de la revista Noticias es ‘entender cambia la vida’. Yo creo que una de las mejores profesiones si te interesa el conocimiento es el periodismo, porque te permite un acceso a las mentes más brillantes que ni el hombre más rico, ni el rector de la universidad más encumbrada podría tener. Eso es un privilegio”.

¿Puede ser que no te interese tanto si las leen y lo hacés por voluntad de saber?

—Te hablé primero de mi interés personal, ahora voy al profesional. Vos podés decir que si yo no fuera el dueño de Perfil, no me las publicaría nadie (risas). Bueno, trato de usar esa prerrogativa para intentar que el lector construya un paladar, que también tiene que ver con la oferta. Si la oferta solo se adapta a la demanda, el producto cada vez va a estar peor. En cuanto a la intensidad, tiene que ver con Zoom y la pandemia. Yo antes podía entrevistar cinco de estos intelectuales por año, me tenía que tomar un avión, ir y que me den bola. Todo tiene su costado bueno, su side effect. Hoy los grandes intelectuales del mundo están con más tiempo, y la audiencia acepta una técnica que en el pasado sería catalogada como muy pobre porque no hay otra alternativa. Entonces, de un año a esta parte empecé a hacer un reportaje por día: premios Nobel, intelectuales destacadísimos, cada vez me quedan menos.

¿Y quién las prepara? Porque se nota que tenés siempre apuntes y referencias sobre los entrevistados.

—Yo preparaba los cuestionarios cuando hacía dos entrevistas por semana, a lo largo de los últimos 15 años. Ahora me los preparan y agrego las preguntas que me parecen pertinentes. No creo que pueda seguir haciendo un reportaje por día. Pero bueno, a mí me produce enorme placer.

¿Cómo se sostiene una empresa como Perfil en un mapa de medios donde claramente manda la polarización?

—Vos suponés con razón que la producción de contenidos hoy no es una actividad rentable. Lo fue hasta Google y Facebook. Las empresas que construyeron capital hasta 2010 tienen resto para cruzar el momento de transformación de un formato gutemberiano a la multiplataforma. Nosotros pudimos atravesar el kirchnerismo gracias a las inversiones en Brasil y estamos pudiendo cruzar el macrismo y la pandemia por lo acumulado previamente. ¿Cómo va a ser el futuro? Va a depender de cuánto dure la transición. No hay un camino, no hay una sola forma de tener éxito y muchas veces quienes tienen éxito en un lugar fracasan en otro. Frente a esta situación muchos cierran y los que resisten se consolidan. Me cuentan que en el centro es donde más cerraron restaurantes y bares, pero los pocos que quedaron venden más. Porque el consumo bajó a la mitad, pero antes había 10 y ahora hay 2, así que los pocos que quedaron venden el doble cada uno. Resistir, y que finalmente el premio sea cruzar al otro lado.

Un poco bíblico: hay que cruzar el desierto.

—Sí, además muchos de los que no cerraron lo que hicieron fue dedicarse solo a internet. Empresas que antes tenían 500 trabajadores ahora tienen 120. Es el segundo movimiento que ves: reducción drástica. Y luego están los que tratan de cruzar el desierto. Ahí aparecen distintas estrategias. Las dos organizaciones que están tratando de cruzar sin achicarse tienen el mismo patrón: hacer más cosas de las que hacían antes. Concretamente, son La Nación y Perfil. Tratan de resistir con Gutemberg, agregan internet y agregan medios audiovisuales. Clarín ya hizo esto hace 20 años y es el único que cruzó del otro lado. Hay muchos dinosaurios que se extinguieron y quedan dos que hay que ver si cruzan. La Nación apuesta a un esquema monomarca y Perfil, como Clarín, a uno multimarca.

Tengo la impresión de que mas allá de la diversidad de estrategias gerenciales, hay algo invariable: en todos los casos la situación de les periodistas se pauperiza. ¿Se puede hacer una empresa de medios como la que imaginás con periodistas precarizados?

—No sé. Quizás no, lo que sí creo es que el periodismo va a ser una actividad para personas con vocación. Probablemente en la segunda mitad del siglo XX, trabajar de periodista era atractivo incluso para personas que buscaban progreso económico; hoy dejó de serlo y se parece más a un profesor universitario, o a un médico de hospital. Por qué la sociedad retribuye así a esas profesiones es una discusión de otro orden, pero evidentemente hay personas que están dispuestas aunque serían mucho mejor remunerados en actividades privadas. A lo mejor para el periodismo eso puede significar una mejora, en el sentido de que aumente el nivel de compromiso y deje afuera a quienes solo quieren maximizar su beneficio.

En la segunda mitad del siglo XX, trabajar de periodista era atractivo incluso para personas que buscaban progreso económico; hoy dejó de serlo y se parece más a un profesor universitario, o a un médico de hospital. A lo mejor eso puede signifi car una mejora, en el sentido de que aumente el nivel de compromiso.

inconciente y política

El tiempo se agota y todavía hay que hacer las fotos en la sección industrial del edificio, a un costado de la redacción, donde además de los productos de la editorial Perfil se imprimen los diarios Crónica y Página 12. Allí, entre enormes bobinas de papel y unas máquinas imponentes cargadas de tinta, Fontevecchia va a decir que el negocio no soportaría un nuevo 2001 y que, a diferencia de los otros grupos mediáticos importantes, él añora una pronta estabilización de la gobernabilidad: “Clarín y La Nación quieren aplicar terapia de shock”, advierte.

Los dos últimos expresidentes, en sus respectivos libros, te cuestionan con dureza. CFK, en Sinceramente, dice que las tapas con alusiones sexuales de la revista Noticias contra ella fueron más agresivas que los ataques del mismísimo Magnetto, y te atribuye “fantasías proyectivas”; mientras que Macri te achaca una “obsesión perversa” con su familia y asegura que tu “ego suele estar muy por encima de tus capacidades”.

—Acá en Perfil hay una cultura freudiana: muchas veces las decisiones de los políticos y las personas poderosas no son para maximizar su beneficio político o económico, sino decisiones emocionales que tienen que ver con su neurosis. Entonces, tratamos de meternos en aquello que va más allá de la máscara, diría Lacan. Perfil piensa que la verdad hay que descubrirla y trata de interpretar el inconsciente de los actores. Una de mis profesiones frustradas era ser psicoanalista. Por otro lado, creo que para una organización periodística ese es el mejor diploma posible: que en un país habitado por la grieta, los dos personajes principales te hagan una crítica tan marcada, quiere decir que hicimos las cosas bien. Lo siento como un elogio.

Te quería preguntar por la actualidad del liberalismo político, pero no en abstracto sino en relación a alguien en quien depositaste muchas esperanzas: Sergio Moro.

—Lo conozco bien, tengo una relación y chateo con él. Pero pará: si Moro actuó mal fue una anomalía, porque el sistema liberal casualmente lo que plantea es resistir contra el abuso de poder. Y el abuso de poder también puede ser ejercido por un juez.

¿No es la encarnación de esa idea muy liberal del juez poderoso y un periodismo también poderoso?

—Sí, pero después del juez vino una Cámara. Y después el Tribunal Supremo. Los fallos de Moro fueron no solamente confirmados, sino aumentados en cuanto a pena por la Cámara de Porto Alegre. Sin embargo, voy a tratar de colocarme en los defectos del sistema, que como decía Churchill “es lo menos malo que encontramos”. Uno podría decir: Moro tenía un encono con Lula, que proviene de una mirada política negativa del PT. ¡Pero en las condenas de Lula participaron cuarenta jueces y fiscales! ¿Todos se guiaron por el mismo sesgo ideológico? Puede ser. La pregunta es, ¿por qué salta esto ahora? Es apasionante. ¿Por qué los mismos jueces que antes avalaron lo que hizo Moro hoy dicen lo contrario?

Una hipótesis que escuché, típicamente conspirativa, dice que el cambio de gobierno en Estados Unidos puede haber influido.

—No sé. Dejame volver al tema de la subjetividad, y este puede ser un buen cierre: yo creo que Brasil se había hecho de sí mismo una imagen como si fuera la China del hemisferio sur. Iban a pasar de ser la octava economía del planeta, a ubicarse en la sexta posición en un lustro. Y de repente cambia el precio de las commodities, la bonanza empieza a ser estancamiento, el estancamiento deviene en recesión. Entonces necesitaban un chivo expiatorio y la ligó el PT, como en la Argentina se le echa la culpa al peronismo. Pero luego viene una bestia como Bolsonaro, un personaje detestable por donde lo mires, y ahora hay culpa en la sociedad brasileña. Para cierto gorilismo no, como sucede acá. Pero la elite se siente culpable y eso cambia el humor de época. Para terminar: me parece que un sistema que permita esa corrección, hegelianamente, termina progresando. Y el que queda estancado en una idea dogmática se vuelve obsoleto. Y el sistema liberal, de los descubiertos hasta ahora, es el que más te lo permite. Pero como te dije antes: si aparece uno mejor me vas a encontrar de partidario inmediatamente.